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¿Es posible evitar el sufrimiento?

El sufrimiento es una emoción desagradable y duradera que nos invade a veces, sin que podamos evitarlo.
Varias son las preguntas que suscita la existencia del sufrimiento, unas de orden teórico y otras de naturaleza práctica:

  • Responder a preguntas tales como, ¿Por qué o para qué sufrimos?, puede satisfacer nuestra curiosidad y darnos acceso a conocimientos clave que nos ayuden a reducir o evitar el sufrimiento. Ya sabemos que la curiosidad es el instinto que nos incita a explorar nuestro entorno en busca de información que podrá resultarnos útil en el futuro.

  • En el orden práctico, contestar a las preguntas: ¿Cómo evitar el sufrimiento o escapar de él?, son quizás las cuestiones más importantes.

En esta ocasión trataremos de adentrarnos en la comprensión de esta temida emoción al tiempo que intentaremos extraer algunas recomendaciones de orden práctico para aligerar su pesada carga.


Yack


El sufrimiento es al dolor, lo que la felicidad al placer: una cuestión de tiempo.
El sufrimiento se diferencia del dolor en su mayor duración, dándose a menudo el caso de que se ignora cuándo terminará, circunstancia esta que agrava aún más la situación al privarnos de la esperanza.


Por opuesta razón, la creencia en que el dolor terminará en un futuro cercano, induce por sí sola la emisión de endorfinas que contrarrestan el dolor presente. Por ejemplo, si nos duele la rodilla como consecuencia de un golpe, suponemos que en diez o quince minutos el dolor se habrá pasado y eso nos reconfortará. Sin embargo, si el dolor tiene su origen en una artrosis degenerativa, la creencia en que el dolor irá a más y nunca cesará, nos infringirá un sufrimiento adicional.


El porqué y el para qué del sufrimiento son cuestiones que la ciencia ha explicado hace tiempo, aunque la mayoría del pueblo llano, y no tan llano, siga desconociéndolo, dado que este tipo de conocimientos no se considera materia digna de incluirse en los planes de estudio. Tendremos por tanto que repasar brevemente esta cuestión, para seguir avanzando sobre terreno firme.


Desde el mismo instante en que nacemos, la Naturaleza nos guía con mano invisible, pero enérgica, para que llevemos a cabo su plan maestro: conservar y mejorar el diseño de la especie a la que pertenecemos. Y nos guía mediante inyecciones intermitentes de placer y dolor asociadas a nuestros aciertos o errores.


Así que, de lo anterior se deduce que cuando sufrimos, es porque hemos caído o vamos a caer en una situación que pone en peligro nuestras expectativas vitales. Y el sufrimiento es la manera en que nuestra conciencia percibe ese hecho existencial.


- Pero, ¿sirve para algo el sufrimiento? - cabría preguntarse.


Y la respuesta es que sí, que tiene utilidad. Y tiene la misma utilidad que los castigos que nuestra madre biológica nos infringió cuando éramos jóvenes y la misma que nosotros infringiremos a nuestros retoños si se presenta la ocasión: Mejorar sus expectativas futuras.
En realidad, los padres sólo son extensiones de los planes generales de la Naturaleza optimizadas para entornos específicos y la conducta maternal no es sino una de las múltiples formas en la que se manifiesta ese plan maestro.


Si reflexionamos un poco, caeremos en la cuenta, de que el castigo que percibimos como sufrimiento tiene como fin movernos a la acción, a desencadenar conductas que solventen el problema origen del sufrimiento: "Escapa de aquí como sea y toma todas las medidas necesarias para no volver a caer en una situación semejante".


Cuando, por ejemplo, nos fracturamos una pierna, el sufrimiento que experimentamos nos está informando de lo que nos ocurrirá la próxima vez que descuidemos nuestra seguridad al tiempo que nos obliga a inmovilizar la pierna para evitar males mayores. Cuando tenemos hambre, también recibimos un doble mensaje: busca urgentemente comida y haz lo necesario para no volver a verte en esta situación nunca más.


Nuestro cerebro es, en esencia, una prodigiosa máquina de simulación que nos permite idear y probar estrategias y acciones que nos libren del dolor o nos eviten caer en él. Y sólo cuando ha alcanzado este objetivo prioritario (evitarnos el dolor), se ocupará de proponernos nuevos proyectos que nos procuren placer. Si tienes clavada una astilla en la planta del pie, no te planteas tomarte un helado, porque la prioridad siempre es evitar el dolor.


Y ahora que ya hemos esbozado estas ideas básicas, pasemos a considerar el aspecto más interesante del asunto, es decir, el cómo gestionar las situaciones de sufrimiento para minimizar su efecto. Para ello veremos algunas de las causas más frecuentes de sufrimiento y propondremos algunas ideas para afrontarlo:


Desembarazarse de las fuentes de sufrimiento
Cada situación, persona u objeto animado o inanimado con el que nos relacionamos, puede actuar como una fuente de dolor o de placer, dependiendo de las circunstancias.
Todos sabemos desde que nacemos que el juego de la vida consiste en evitar las fuentes de dolor y buscar las de placer. Pero esta sencilla conducta, en la práctica, puede complicarse mucho, y de ahí que tengamos un cerebro que consume el 20% de nuestra energía para que nos ayude en esta difícil tarea.


Por ejemplo, podríamos preguntarnos, y de hecho lo hacemos continuamente, por qué seguimos relacionándonos con personas que no cesan de ocasionarnos sufrimiento. ¿por qué no nos desembarazamos para siempre de estas incómodas relaciones?


La respuesta obvia es que nunca sabemos cuándo una antigua fuente de placer se ha agotado definitivamente o ha dejado de ser emocionalmente rentable en términos absolutos.


Esto lo podemos ver mejor con un objeto inanimado, como puede ser un automóvil. Si bien en los primeros años, pudo constituir una fuente de satisfacciones, finalmente llega el día en que las averías se suceden y se vuelve una fuente de problemas más que de soluciones. El saldo emocional se ha vuelto claramente negativo.


La cuestión es ¿por qué no me desembarazo de él y me compro otro?


La respuesta a esta cuestión es que en el fondo de mi mente, pervive la creencia de que sólo está atravesando una mala racha y que finalmente volverá a funcionar como lo hizo en su época dorada. Nos cuesta olvidar los buenos tiempos y solemos creer que las rachas de mala suerte cambiarán a mejor.


Con las personas (amigos, familiares, conocidos) nos ocurre algo parecido, pero peor. Las personas con las que nos relacionamos voluntariamente deberían ser, en teoría, fuentes de placer, pero inevitablemente también lo son de dolor. Pueden enfermar, traicionarnos, desatendernos, ignorarnos, defraudar nuestras expectativas, infundirnos dolor, en suma.
Pero siempre -solemos pensar- existe la posibilidad de que cambien de actitud, de que vuelvan a ser tan buenos, comprensivos y generosos como lo eran antes, que reconozcan nuestros méritos, que nos pidan perdón por sus malas acciones, etc.


Y encandilados por esa creencia, más basada en la fe y en la necesidad, que en la razón, alargamos indefinidamente un calvario que lejos de mejorar, empeora con el paso del tiempo.


En tales casos, la única razón por la que continuamos con la relación es porque confiamos en que alguna vez las aguas volverán a su cauce. ¿Por qué? Sencillamente porque es lo que deseamos, lo que nos gustaría.


Sin embargo, rara vez se cumplen este tipo de esperanzas. Podríamos decir, en base a la experiencia, que para que una fuente de placer envenenada se vuelva de nuevo potable, es imprescindible que cambien favorablemente las circunstancias externas. Por ejemplo, podría ocurrir que la pareja que te ha abandonado, sea víctima de una humillante infidelidad por parte de su nueva pareja y entonces caiga en la cuenta de que no es oro todo lo que reluce y que más vale pájaro en mano (tú) que ciento volando (su amante).


Ahora su actitud puede dar un giro de 180 grados, para contigo, o bien buscarse otra nueva pareja.


No merece la pena confiar en la suerte, ya sea en forma de máquina tragaperras, bonoloto o infidelidades caídas del cielo.


En estos casos, lo mejor es hacer una evaluación objetiva de la situación. Si a lo largo de uno o más años, la relación evoluciona hacia peor y ha dejado de ser emocionalmente rentable, lo más práctico es terminar esa relación, cualquiera que esta sea.


Al final, la ruptura se producirá y cuanto antes la propiciemos, menos sufriremos. Naturalmente hay que planificar cuidadosamente esta ruptura para minimizar los daños colaterales y lo mejor en todos los casos es procurar "quedar como amigos", aunque evitando sistemáticamente cualquier contacto posterior con esa persona.


En resumen: Hay que atreverse a cortar las relaciones con las fuentes de placer que se contaminan, una vez que hemos intentado todas las estrategias que se nos han ocurrido sin conseguir mejoras permanentes. Y este procedimiento deberíamos aplicarlo a todas aquellas situaciones en las que la fuente arroja un saldo negativo en nuestra contabilidad emocional. Y no sólo hablamos de relaciones sociales, sino que nos referimos a cualquier objeto animado o inanimado o situación en la que se dé esta condición.


Siguiendo este método, nuestra vida mejorará y el horizonte se despejará de nubarrones innecesarios.


Bloquear los pensamientos desagradables
Otra fuente importante de sufrimiento es la continua irrupción de problemas en la conciencia. Cuando un problema grave logra acceder a la conciencia, induce un estado de sufrimiento al tiempo que nos obliga a revisar una y otra vez la estructura del problema y a explorar sus posibles soluciones. Pero como los auténticos problemas no tienen solución, lo que suele ocurrir es que acabamos recalamos una y otra vez en los mismos callejones sin salida, donde volvemos a sentir la misma angustia y frustración de siempre.


Empecemos por comprender la naturaleza de los problemas graves y por qué los gestionamos tan torpemente desde el punto de vista emocional. Trataremos de averiguar por qué recaemos una y otra vez en intentos desesperados e inútiles de solucionarlos que sólo nos generan sufrimiento y angustia.


Un problema "grave" es una situación que nuestro cerebro identifica como un riesgo para nuestras expectativas de supervivencia o prosperidad. Dos ejemplos:



  • Hemos perdido el trabajo y tomamos consciencia de que no podremos pagar la hipoteca del piso y que, como consecuencia inevitable, nos embargarán la vivienda.


  • En un análisis rutinario, nos diagnostican diabetes, lo que significa incomodidades y problemas de salud para el resto de nuestra vida.

En situaciones como estas, la estrategia que adopta nuestro cerebro consiste en traernos a la conciencia el problema e infringirnos dolor para que pongamos todo nuestro interés en solucionarlo porque, por experiencia sabemos, que sólo cuando lo solucionemos, cesará el sufrimiento. Y nuestro cerebro actúa así porque si nos permitiera olvidarlo, dejaríamos de sufrir pero en tal caso no pondríamos empeño en solucionarlo y justamente de eso es de lo que se trata: de solucionarlo.


El sufrimiento, en este entorno psicológico, sólo es la forma emocional que adopta el requerimiento apremiante que nuestro sistema de supervivencia nos envía para que solucionemos una situación que pone en grave riesgo nuestros intereses vitales.


Pero, ¿quién maneja los hilos de nuestro cerebro y cómo funciona este mecanismo responsable del sufrimiento que experimentamos?


Imaginemos que el cerebro es una gran máquina en la que existen numerosos recursos, tales como: el lenguaje (para comunicarnos), la interpretación de los estímulos externos (visión, oído, tacto, etc.), la imaginación (para ver por anticipado lo que ocurrirá en el futuro), los instintos (para dirigir nuestra conducta), los sentimientos, etc.


Además de estos recursos, disponemos de un amplio páramo de neuronas desocupadas donde pueden nacer, crecer y extinguirse diferentes entidades virtuales con personalidad propia. Yo no soy el mismo cuando me relaciono con A que con B. Algunos actores pueden imitar con extraordinaria verosimilitud la personalidad, la manera de hablar y hasta de pensar de ciertos personajes conocidos. Todo esto es posible porque la evolución ha dotado al cerebro de estas habilidades para optimizar las relaciones humanas, en función del interlocutor que tengamos enfrente. Podríamos llamar a esta capacidad "polimorfismo de la personalidad".


Pero este polimorfismo también se emplea para crear "proyectos" y "problemas" que adoptan la estructura de personalidades con vida propia. Cuando pierdo el trabajo, se crea automáticamente el problema "Estoy-parado" cuyo objetivo y razón de ser es encontrar trabajo. Si no encuentro trabajo durante mucho tiempo, el problema se expande y acaba difundiéndose por el páramo neuronal hasta impregnar la propia identidad personal y entonces decimos: "Soy un parado".


El Yo sería la entidad de mayor magnitud, la que nos identifica y la que engloba, coordina y unifica a todos los proyectos y problemas que coexisten en nuestra mente. Cuando un problema o proyecto crece en demasía, pasa a formar parte significativa del Yo, porque la prioridad de su objetivo le autoriza a acaparar más y más recursos en tanto no encuentre una solución: "Soy un ludópata, un drogadicto, un psicópata, etc.".


Todas estas entidades virtuales que habitan nuestra mente con una misión que cumplir necesitan acceder a los recursos del cerebro para avanzar en la consecución de su objetivo, pero no pueden hacerlo todas al mismo tiempo. Tienen que turnarse para acceder a la conciencia y además tienen que luchar y competir entre ellas por conseguirlo.


La conciencia es el puente de mando, la sala de control de esa gran máquina que es nuestro cerebro. Cuando el problema "Estoy-parado" logra acceder a la conciencia, monopoliza buena parte de los recursos de la mente y ha de aprovechar esa oportunidad para hacer planes y ponerlos en práctica: "Voy a leer la sección de empleos y seleccionar el que mejor se adapte a mi caso", es una posible tarea a realizar. En general, un determinado problema tiene más facilidad de acceso a la conciencia cuando se produce un evento que le favorece. Por ejemplo, si estamos en situación de paro y cae en nuestras manos una oferta de empleo, se abre un acceso directo a la conciencia para el problema "tengo-que-encontrar-empleo".


Es importante señalar aquí, que durante el tiempo que un problema permanece en nuestra conciencia también accede a los mecanismos de castigo y recompensa, es decir, puede infringirnos dolor (si no consigue avances) o placer (si vislumbra alguna nueva esperanza de mejora). El placer nos recompensa y nos marca el camino a seguir, mientras que el dolor, nos obliga a realizar acciones intrínsecamente desagradables, pero necesarias para llevar a buen término el problema. Pero, ¿para qué el dolor? se preguntará el lector, ¿simple sadismo de la madre Naturaleza? ¿No nos lo podría decir amablemente? No es sadismo, es sólo que la única cosa que oímos y obedecemos es al dolor, porque esa es la forma en que estamos diseñados y construidos.


La entidad que hemos dado en llamar "Estoy-parado" nos viene a susurrar algo que podríamos traducir así: "ya sé que no te apetece ir a una entrevista de trabajo donde posiblemente harás el ridículo después de una incómoda antesala, pero si no lo intentas te aseguro que me encargaré de que te arrepientas, torturándote con remordimientos, inhibiendo los receptores de endorfinas para que te sientas mal y no puedas disfrutar de ningún placer. ¡Tú mismo!"


Lo deseable, podría aconsejarnos un psicoterapeuta de medio pelo, sería pensar en ideas agradables y melifluas (cumpleaños, fiestas, viajes, etc.) para así impedir la irrupción en nuestra conciencia de estas entidades maléficas que solo intentan atormentarnos.
Pero esta táctica sólo funciona en los individuos irresponsables y bobalicones, que suelen pagar cara esta actitud, al no haber dedicado tiempo y esfuerzo a la solución de sus problemas personales, confiando en que se arreglarán solos o por la intermediación de vibraciones positivas o con el golpe de suerte que anuncia el horóscopo semanal.


Sin embargo, lo cierto es que las entidades problemáticas que habitan nuestra mente, poseen un estatus especial que les permite penetrar en la conciencia con exasperante frecuencia, sin que podamos evitarlo. Y si lo pensamos bien, es lógico que así sea porque los Problemas-graves son situaciones que ponen en riesgo nuestra supervivencia, que es la prioridad número uno para la diseñadora de nuestra mente: la madre Naturaleza.


Entonces, ¿qué hacer? ¿Dejamos que los problemas entren en nuestra conciencia y nos torturen o les impedimos la entrada a cal y canto, siguiendo los consejos de los libros de autoayuda?


La estrategia que se propone aquí es aplicar la inteligencia y el sentido común para gestionar óptimamente esta fuente de sufrimiento. Y lo primero que hay que hacer, en este orden de cosas, es calificar cada problema en una de estas tres categorías:


Intratables: No tiene posible solución, porque está más allá de mis posibilidades. Por ejemplo, la crisis monetaria internacional, la fusión de los polos, el agujero de ozono, las interminables obras del ayuntamiento, el déficit presupuestario, etc.


Tratables: Aunque no podemos solucionar el problema, si podamos tomar medidas paliativas: La subida del tipo de interés de la hipotecas (vender el piso, cambiar de banco, irse a vivir con los padres, etc.), el paro (buscar trabajo, irse a otro país, hacer oposiciones, etc.), la perdida de piezas dentales (hacerse un implante, un removible, un puente, comer a base de puré, etc.).


Solucionables: Son aquellos que, al menos en teoría, pueden solucionarse si nos aplicamos a ello. Hacer la declaración de hacienda, aprobar las matemáticas de 3º, pintar la casa, etc.
No creemos necesario añadir que nos encontraremos con problemas que no encajan al 100% en una de las tres categorías, pero en tal caso, lo asignaremos a la más cercana y le daremos un tratamiento mixto.


Ahora veremos qué tipo de procesamiento hemos de dar a cada uno de estos problemas para que no irrumpan continuamente en nuestra conciencia y nos infrinjan sufrimiento innecesario, que es de lo que aquí se trata: de minimizar el sufrimiento, sin por ello comprometer nuestro futuro. Ignorar el futuro es diferir el sufrimiento y, lo que es peor, acrecentarlo.: un mal negocio.


Problemas intratables
Los problemas intratables, como el del agujero de la capa de ozono, están lejos de nuestras posibilidades reales, así que lo más práctico es olvidarse de ellos. El inconveniente es que nuestro cerebro no distingue claramente entre problemas intratables, tratables y solucionables. Todos ellos conviven en nuestro cerebro y todos ellos irrumpen en nuestra conciencia para infringirnos dolor, sólo que en el caso de los problemas intratables, este dolor es estéril porque no va a servir para solucionar el problema.


Aquí hay que detenerse un momento para aclarar una duda que probablemente ha asaltado al lector: ¿nos encontramos entonces ante un error fragante de la Naturaleza?


No necesariamente. Los hermanos Wright, y el resto de la humanidad "sabían" en 1903 que era imposible volar con un artefacto más pesado que el aire, pero al ser personas tozudas y poco racionales, consiguieron volar. La moraleja de este ejemplo es que la Naturaleza no da ninguna causa por perdida, y no le importa hacer sufrir inútilmente a muchos miles de individuos, si con ello puede conseguir un avance significativo. También hemos de sacar la enseñanza de que la posibilidad de que se nos ocurra una solución genial para acabar con el agujero de ozono es tan insignificante, que no merece la pena dedicarle ni un segundo de nuestro tiempo a menos que seamos genios de la meteorología o presidentes de países importantes.


Y llegados a este punto, la conclusión final que sacamos es que debemos dejar de preocuparnos por el agujero de ozono, la posibilidad de que nos impacte un meteorito gigante o que se agote el petróleo y la Humanidad se autodestruya en guerras al estilo Mad Max.


Para debilitar este tipo de problemas que deambulan por nuestra mente, hay que cortarles todo tipo de apoyo: No leer sobre el tema, no hablar sobre el tema, no pensar sobre el tema, no escribir sobre el tema. Si el problema irrumpe en nuestra conciencia, debemos de identificarlo como uno de los temas proscritos, y arrojarlo con energía de la conciencia. Negarnos activamente a pensar en él y fijar nuestra atención en cualquier cosa que pueda interesarnos, desde leer un libro, salir a dar un paseo, ver la televisión o telefonear a un amigo o familiar. Lo importante es no consentir que tome el control de nuestra mente ni por un segundo.


Si le negamos sistemáticamente el acceso a la conciencia, el problema se irá debilitando y cada vez consumirá menos recursos de nuestra mente. Es importante señalar aquí que estos problemas están acaparando muchas neuronas para mantenerse activos, neuronas que no podemos utilizar en otros menesteres.


En la medida en que un problema se debilita, va cediendo las neuronas que está utilizando y estas quedan a disposición de otros problemas de tipo no-insolubles que pueden utilizarlas para encontrar soluciones y hacernos la vida más fácil.


Problemas tratables
Los problemas tratables se caracterizan porque, si bien su núcleo, su razón eficiente, no es tratable, si podemos adoptar estrategias paliativas que anulen o reduzcan el efecto pernicioso que tiene sobre nosotros.


Por ejemplo, supongamos que somos proclives a las lesiones cutáneas (manchas, quemaduras solares y riesgo de melanoma). No podemos actuar sobre el sol ni sobre la composición de la atmósfera, pero sí podemos adoptar una serie de hábitos saludables (crema de protección solar, evitar las horas del medio día, usar sombrero, utilizar camisas en la playa, etc.) que reduzcan los efectos adversos del problema.


La táctica para gestionar este tipo de problemas debe consistir en documentarse bien sobre el problema y sus posibles soluciones y, acto seguido, elaborar un plan de medidas efectivas.


Si, por ejemplo, tenemos la tensión alta, habría que documentarse de cuáles son sus efectos y riesgos (infarto, ictus, daños hepáticos, embolia cerebral, etc.). A continuación, en función de la gravedad del tema, consultar a un especialista y establecer una serie de contramedidas para eliminar, reducir o controlar el problema : dieta adecuada, ejercicio diario, control del peso, visitas periódicas al especialista, tratamiento médico si fuera necesario, etc.


En este supuesto, no valdría aplicar el principio recomendado para los problemas intratables (no pensar en ellos), autoconvencerse por pura comodidad de que "no pasa nada" o seguir un tratamiento "homeopático" que nos haya recomendado el curandero de turno, asegurándonos que cura de forma natural y sin efectos secundarios.


En resumen: Informarse bien en medios fiables de la naturaleza e implicaciones del problema. A continuación elaborar un plan efectivo, validado a ser posible por un experto, y por último ejecutar el plan a rajatabla.


Si seguimos esta táctica, el problema no irrumpirá continuamente en la conciencia porque "sabrá" que se está haciendo todo lo posible por solucionarlo. Sería el caso del que tiene un grave asunto en manos de una gestoría y visita con frecuencia a los gestores preguntándoles "¿qué hay de lo mío?". Si la respuesta que recibe es "ya nos pondremos a ello", aumentará su angustia y el número de visitas, cada vez en tono más desagradable y apremiante. Por el contrario, si comprueba que se está trabajando en ello y le informan de los avances conseguidos, el solicitante se irá tranquilo, no incordiará y disminuirá la frecuencia de sus visitas. Recordemos que las entidades que hemos dado en llamar "problemas" tienen su propia personalidad (derivada de la nuestra) con sus propios objetivos, recursos, estrategias, miedos y capacidades para castigarnos o premiarnos en función de nuestra actitud ante sus demandas. De ahí que haya que aprender a respetarlas y tenerlas en cuenta si no queremos que nuestro cerebro se convierta en un infierno y nuestra vida en un desastre.


Nuestra recomendación: haga una lista de sus problemas tratables, y póngase a la tarea de elaborar un plan de mejora para cada uno de ellos. Dedique todos los días media hora al menos en la elaboración y puesta en práctica de ese plan y comprobará que se sentirá mejor, y dormirá más tranquilo.


Problemas solucionables
Los problemas solucionables son aquellos cuya resolución está enteramente en nuestras manos con sólo dedicarles el suficiente tiempo. Son ejemplos de problemas tratables: sacarse el carnet de conducir, arreglar y ordenar la vivienda, cambiarle los neumáticos al automóvil, etc.


En apariencia este tipo de problemas son los más fáciles de manejar, si no fuera porque su número crece día a día y la pereza o el malestar que nos ocasiona invertir dinero o esfuerzo en su resolución nos hace ir demorándolos hasta que se vuelven inaplazables o, caso infrecuente, se arreglan por sí mismos.


Al no resolverse inmediatamente, estos problemas acaparan recursos, nos infringen dolor cuando penetran en la conciencia y acaparan cuantiosos recursos neuronales. Y lo peor es que la suma de todos estos recursos atrapados, puede pesar tanto en la economía energética de nuestra mente que acaben debilitándonos y sumergiéndonos en un estado depresivo, desde donde todavía es más difícil afrontarlos.


En no pocas ocasiones estos problemas comienzan siendo pequeños (tengo una caries) pero al abandonarlos indefinidamente van creciendo (me duele la muela en la que tengo la caries) y pueden volverse realmente graves y difíciles o imposibles de solucionar. El dentista nos dice que nos ha de sacar la muela y para reponerla tenemos que hacernos un implante que es 20 veces más caro que arreglar la caries inicial, y no presta el mismo servicio que la muela original, además de requerir mantenimiento de por vida y con el riesgo de que puede soltarse y haya que volver a empezar desde cero.


La técnica de abordaje que se sugiere para este tipo de problemas es la siguiente:

  1. Cuando surja un problema de este tipo, anótelo en la lista correspondiente y déjelo para estudiarlo el día siguiente o anote en la agenda la fecha en que podrá abordarlo.

  2. Cada día, al comenzar la jornada, revise todos los problemas pendientes, elimine aquellos que ya están resueltos o que haya decidido no resolver. En cada uno de los demás, anote las nuevas ideas o acciones que se le ocurran para facilitar su resolución y elimine aquellas acciones que ya realizó o ha decidido descartar por alguna razón.

  3. Elija el problema en el que pueda trabajar en el momento presente y dedíquele al menos media hora de atención poniendo todos los recursos a disposición del problema. Cuando haya terminado, tómese un descanso de unos minutos y elija el siguiente problema hasta terminar el tiempo que haya reservado a esta labor. Si está trabajando, de vacaciones o parado dispondrá de diferentes cantidades de tiempo para asignarlo a la resolución de estos problemas pendientes.



Siguiendo esta técnica, mejorará mucho su vida. Tenga en cuenta que el esfuerzo que dedica a los problemas es una inversión muy rentable. Si lo hace así, evitará que crezcan y se agraven, dejarán de importunarle y disfrutará de la satisfacción diaria del trabajo bien hecho. Su presión mental disminuirá y su mente funcionará con mayor agilidad y vivacidad al haber limpiado su cerebro de todos esos parásitos que lo habitaban consumiendo y acaparando recursos neuronales.


Para gestionar la resolución de problemas recomiendo la técnica Pomodoro, de la que ya hablé.


No creer en ideas estúpidas
Son muchas las personas que a fuerza de oír y leer insensateces acaban creyéndoselas y eso, que podría parecer una conducta inofensiva, acaba ocasionándoles un sufrimiento tan innecesario como fácil de eliminar. No debemos olvidar que la mayor parte de lo que oímos y leemos son insensateces.


Aunque la lista de esas insensateces es muy larga, nos limitaremos en esta ocasión a sólo dos:


Se nos suele decir (acabo de oírlo en un video de boca del ya difunto Steve Jobs) que estamos perdiendo nuestra vida haciendo cosas que no nos gustan y que bastaría con cambiar nuestro modelo de vida para ser felices.


Frente a esta insensatez, tantas veces repetida, hay que afirmar enérgicamente que: TODOS LOS DIAS HACEMOS AQUELLO QUE MÁS PLACER NOS PROCURA O, LO QUE ES LO MISMO, AQUELLO QUE MENOS DOLOR NOS CAUSA.


Hay quien piensa cada mañana frente al espejo mientras se acicala: "No me gusta mi trabajo de administrativo, pienso que soy un artista incomprendido y que estoy perdiendo mi vida en un trabajo insatisfactorio, muy por debajo de mis posibilidades. Eso me hace muy infeliz y acabo pensando que soy estúpido llevando esta vida insatisfactoria".


Nos ayudaría mucho más pensar esto otro: "La verdad es que no sirvo para otra cosa distinta y que si dejara mi trabajo y me dedicara al arte, posiblemente acabaría en la ruina y con depresión, aunque existe la posibilidad de que triunfara como lo hizo Van Gog, después de muerto. La cuestión importante es que no puedo saberlo de antemano y dada la ínfima probabilidad de que sea un autentico genio y que se me reconozca, lo más inteligente que puedo hacer es agarrarse a lo seguro y no arriesgarse a acabar tirado en la calle rebuscando en los cubos de basura".


Si en lugar de pensar que nuestra vida es un desastre y que podríamos cambiarla con una simple y mágica decisión, nos convencemos de que nuestro cerebro es una máquina de evaluar riesgos y que nos dice en cada momento lo mejor o lo menos malo para nosotros, podremos ser más felices. Otra cosa distinta es que emprendamos acciones para mejorar nuestras expectativas sin comprometer lo que ya tenemos. Por ejemplo, dediquemos dos horas diarias a dibujar o a tocar música si creemos que tenemos talento para ello.


Hay que tener siempre presente que los que cuentan bellas historias de éxito son los que triunfaron porque los que se pasan la vida sentados en los bancos de los parques, no cuentan historias y si las cuentan nadie las lee. Retrospectivamente, Steve Jobs, un triunfador, interpreta todas sus decisiones, hasta la de abandonar los estudios, como claves para su éxito. Igualmente un fracasado podría explicarnos cómo sus mejores decisiones fueron la clave de su fracaso final.


La historia retrospectiva de un triunfador sólo sirve para confundirte, haciéndote creer que las cosas son tan sencillas como tomar decisiones estúpidas y confiar en la propia fe para salir adelante.


Moraleja: No creer en historias estúpidas, no leer libros de autoayuda y pensar que eres muy afortunado de tener lo que posees, ya que podría ser muchísimo peor. Naturalmente no estoy abogando por el conformismo, pero sí por intentos de prosperar que no comprometan lo que ya se posee.


Los demás son más afortunados que yo
La envidia es un mecanismo adaptativo que todos tenemos para autosuperarnos en base a la comparación con los demás. Por lo general estamos convencidos de que nuestros semejantes son más afortunados y felices que nosotros y eso nos produce sufrimiento. La razón de ser de ese sufrimiento es empujarnos a prosperar, pero no debemos dejarnos arrastrar por ese mecanismo adaptativo más de lo necesario.


Para reducir la angustia provocada por la envidia, debemos pensar que nuestros semejantes, como también hacemos nosotros, esconden sus desgracias para no dar a los demás la satisfacción de alegrarse con ellas. Si el desgraciado percibe que los demás se divierten, se siente molesto y más aún si lo hacen a costa de sus desgracias.


También hay que tener en cuenta que aun en el supuesto de que alguien que conocemos fuese un triunfador genuino y que todo le fuese bien, conviene recordar que no es oro todo lo que reluce. Cuando una persona vive en una situación de éxito por encima de la media se acostumbra enseguida y no disfruta de ella al hacerse cotidiana. El error que cometemos al juzgar su situación es pensar que su nivel de disfrute es permanente y tan alto como el que nosotros sentiríamos si accediésemos a su estatus. Sería como si un hambriento creyera que el que puede comer tanto como quiera sería tan feliz como si él mismo accediera a un plato de sabrosa comida después de haber pasado dos días en ayuno forzado.


La felicidad depende, en último término, del nivel de endorfinas en sangre y éste es una constante fisiológica como la presión arterial o el ritmo cardiaco. Puede oscilar, si, en función de los acontecimientos, pero pronto se estabiliza en un valor medio propio de cada individuo, y las fuertes satisfacciones hay que pagarlas con depresiones compensatorias


Así que no hay que envidiar demasiado a nadie, porque al fin y a la postre, todos los bienes terrenales, no importa su cuantía, se traducen en endorfinas y las endorfinas son gratuitas y segregadas por nuestro propio cerebro. Poseyendo lo necesario para llevar un estilo de vida similar al de nuestros conciudadanos, la felicidad depende más de nuestra fisiología que de nuestros éxitos mundanos. Eso sí, no hay que dejar que los problemas se acumulen en nuestro cerebro, porque eso si puede inducir estados depresivos, es decir, déficit permanente de endorfinas. Los fracasos continuados son interpretados por la madre Naturaleza como ineptitud funcional crónica y puede disparar el mecanismo del suicidio para ocupar nuestro lugar con otro espécimen mejor dotado. 


Y sólo me queda desear al lector que haya llegado hasta aquí, suerte y buen criterio, porque paciencia y tesón ya lo ha demostrado.

14 comentarios:

  1. Warrior12:07

    Yack, acabo de leer tu ensayo sobre el sufrimiento. En general estoy de acuerdo con lo que dices, aunque tendría que matizar ciertas cosas cuando teorizas.

    En cuanto a la práctica para solucionar problemas estoy más de acuerdo con lo que dices, pues coincide con la frase del teólogo americano Rienhold Niebuhr y que es recomendada por los psicólógos:" Señor, dame serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar; valor para cambiar las cosas que puedo y sabiduría para poder diferenciarlas".
    Un abrazo,

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  2. En efecto Warrior, hay cierta similitud entre mi planteamiento y el del teólogo americano Rienhold Niebuhr, aunque yo he tratado de ir más allá de la ocurrencia chistosa, proponiendo técnicas prácticas para afrontar el sufrimiento ocasionado por los problemas que pueblan nuestra atribulada mente.

    Pero ya se sabe, la profesión de teólogo no da para más, aunque se trate de un teólogo americano y con un nombre tan impresionante para un hispanohablante. Otra cosa muy diferente sería si se llamara Antonio Perez.

    Alguien que dedica su vida a estudiar una entidad (Dios) sin plantearse primero si existe o no, no merece ninguna credibilidad, y citarlo sólo puede aportar descrédito a sus proclamas.

    Saludos.

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    1. Nataly Angeles22:30

      Me ayudo mucho verlo desde una perspectiva inteligente y racional,Gracias por compartir su cultura y grnialidad me gustaria leer mas de sus teorias..

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    2. Me alegra haberte aportado un punto de vista diferente para que puedas añadirlo a tus opciones de elección.

      En este blog podrás encontrar muchas otras reflexiones que no coinciden, casi nunca, con lo políticamente correcto y que representan enfoques nuevos a viejos problemas.

      Saludos cordiales.

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  3. Hola Jack

    Esta es mi solución a todos los problemas personales que existen:

    * Tiene solución mi problema o simplemente lo tengo que aceptar.
    * Si tiene solución ¿cuál solución es la mejor? ¿Es una solución que vale la pena?
    * Si ya encontré la solución no tengo porque seguir atormentándome por ese problema.
    * Es mejor saber cuales son y ignorar pensamientos estúpidos como: "nadie me quiere", "nadie se acuerda de mi", "soy invisible para los demás". Son pensamientos que solo contribuyen a estar peor.

    Y después de poner en práctica todo eso por un tiempo, pareciera que los problemas ya no te afectan tanto como antes. Pareciera que es un proceso ya automatizado.


    Hay algo que dices sobre el cerebro. Que el cerebro es una especie de maquina. Hay más gente que yo que cree que esa no es una buena analogía, ninguna maquina es comparable a todo lo que hace el cerebro para sobrevivir día a día. Se pueden hacer simulaciones comparables y/o mejores que las que hace el cerebro, pero en cosas específicas. Lo que hace el cerebro que lo diferencia de las maquinas (por ahora), es que el cerebro se reprograma a si mismo, es capaz de adaptarse a diversos tipos de ambientes incluso si existen lesiones grabes en el cerebro puede reprogramarce, adaptarse para sobrevivir, puede crear rutas alternativas y incluso recuperar zonas dañadas. Imagina que hay gente que nace con un lado del cerebro atrofiado y puede arreglárselas para sobrevivir.

    Se ha dicho y se ha determinado un montón de cosas de el cerebro, muchas son ciertas pero no siempre es igual. Primero se separa el cerebro en una especies de módulos que tienen distintas funcionalidades, pero hay gente que funciona sin esos módulos, siempre que lo remplacen otras partes del cerebro. También el cerebro se separa por grupos de neuronas pero resulta que si tu desactivas temporalmente algunos grupos de neuronas pueden haber otro grupo de neuronas que remplace el trabajo y puede que incluso lo hagan mejor que el grupo de neuronas que se desactivan. No se puede generalizar mucho respecto al cerebro así que siempre las cosas cambian. La plasticidad del cerebro hace que las cosas sean mucho más complicadas de lo que ya son.

    Eso es lo que tengo entendido yo, también me puedo equivocar. Sería ideal que alguien me corrigiera o me de un poco la razón.

    Saludos Jack

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  4. Hola Writkas, en relación con tu comentario, te diría que has descrito perfectamente el proceso automático que sigue la mente cuando se enfrenta a un problema.

    Es un poco como la lógica aristotélica, que se aplica aun sin conocerla, porque está implícita en la propia mente.

    Y en cuanto al cuarto *, ya no es tan obvio y es donde nos solemos atascar más.

    Son muchos los que confunden solucionar un problema con encontrar un culpable.

    Lo de buscar un culpable puede ser útil para identificar la naturaleza del problema, pero sólo debemos intentarlo en casos muy concretos e incuestionables. Por ejemplo: ¿Quién está haciendo mal los asientos en la contabilidad de la empresa? Éste es un dato esencial para solucionar el problema. Sin embargo: ¿Quién tiene la culpa de que yo haya fracasado en la vida? es una pregunta poco relevante y muy difícil de contestar.

    Buscar a un supuesto culpable, sólo nos ayudaría a encontrar un chivo expiatorio sobre el que dirigir nuestro odio y tal vez sólo serviría para empeorar nuestra situación.

    Lo más práctico sería plantearse los problemas como asuntos que tenemos que resolver nosotros y ponernos a ello, sin limitarnos a encontrar un culpable sobre el que descargar nuestra frustración.

    Nuestro objetivo debe ser comprender el problema y trabajar en encontrar y aplicar una solución.

    En cuanto a calificar al cerebro de “máquina” no hay que darle importancia. Estoy de acuerdo contigo en que el cerebro es algo sin parangón, pero sólo he querido establecer que es un hardware + software capaz de llevar a cabo un propósito preestablecido: buscar la felicidad y evitar el sufrimiento, lo que viene a ser lo mismo.

    En cuanto a la estructura del cerebro no está bien establecida, y como tú dices, la plasticidad vuelve su estructura todavía más confusa.

    La descripción que yo he dado sólo obedece a la intención de facilitar al lector un modelo que le ayude a visualizar la propuesta que planteo sobre la forma de afrontar los problemas vitales. Ese era el único objetivo de este artículo.

    Saludos cordiales.

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  5. Anónimo3:44

    excelente

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  6. El sufrimiento lo frenamos en buena medida con toda una "mecánica psicológica":LOS INHIBIDORES DEL SENTIR
    ¿Por qué actuamos contra nuestro propio sentir en la vida...? ¿Por qué aceptamos no seguir a nuestro corazón...? Más allá de la culpa y de los juicios, hay un mecanismo que permite tal despropósito: los inhibidores del sentir
    Os invito a conocer cómo actúan sobre nosotros, cómo logran que hagamos lo contrario de lo que deseamos de corazón:

    http://www.youtube.com/watch?v=WbMThH4Y4Ik&feature=youtu.be

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  7. Yack: Creo percibir que en tus razonamientos otorgas una importancia excesiva a las causas y motivos que reconoce la parte cognitiva del cerebro, si quieres, la conciencia, o las funciones intelectivas de ésta, desdeñando las razones emocionales e instintivas sobre las que el control de la conciencia apenas existe, e incluso sobre las razones de los deseos y los sentimientos, de mayor entidad en la conciencia pero escasamente manejados por ésta. Uno puede quedar subyugado por esas entidades sin que sus capacidades intelectivas le puedan dictar razón alguna para salir de ese subyugamiento que puede resultar ser depresivo y que siempre es muy doloroso para el ánimo. Las soluciones clásicas han sido las del control de las pasiones para evitar el sufrimiento: la educación de los sentimientos, tan alabada en Grecia y Roma, o matar el deseo, que es la base del budismo. A estas estrategias se le puede añadir la estrategia mental de reconocer (habiéndolo aprendido con anterioridad) lo que nos resulta conveniente de acuerdo a nuestros planes y propósitos establecidos intelectivamente, que es lo que tú pareces sugerir. Pero esta última estrategia apenas tendrá efecto positivo si no se apoya en las primeras, en las del control pasional, y éstas requieren de un aprendizaje, doloroso a veces y necesariamente, como cuando unos padres educan a sus hijos. Lo que me parece una absoluta estupidez es esa tendencia de una parte de la psicología, sobre todo de la "buenista", que pretende erradicar el sufrimiento envolviendo al sujeto (sobre todo a los niños) en una protectora burbuja donde todo es melifluo y melindroso, y no estoy de acuerdo porque por ese método sólo se consiguen formar siervos débiles y delicados, pero expuestos de una manera atroz al sufrimiento por cualquier motivo. En otras palabras, lidiar con el sufrimiento implica aprender del sufrimiento al experimentarlo, controlar las pasiones exige el gran esfuerzo de combatirlas, y saber qué nos resulta conveniente exige esforzarse en el conocimiento y en el razonamiento. Nada nos resulta gratuito.
    Un saludo

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  8. Fernando, estoy de acuerdo en lo que dices sobre la importancia de los instintos y los condicionamientos genéticos en el comportamiento, pero mi intención era la de buscar soluciones prácticas que faciliten nuestra existencia.

    Por eso me he concentrado en aquello sobre lo que tenemos control y en la forma de optimizar ese control para mejorar nuestras vidas.

    En mi opinión la inteligencia racional está diseñada para que nos ayude a conseguir los objetivos que los instintos nos marcan (alimentación, reproducción, seguridad, etc.).

    Sin embargo, podemos utilizar ese intelecto racional para puentear el programa básico de supervivencia en favor de nuestros intereses individuales cuando estos entran en conflicto con los de la especie a la que pertenecemos.

    Así por ejemplo, desarrollando anticonceptivos priorizamos nuestra satisfacción individual en relación con el objetivo de la especie de proliferar numéricamente.

    Mi propuesta es, en efecto, utilizar la inteligencia y el conocimiento adquirido en los dos últimos siglos, para trazar nuestra propia estrategia, que no consistiría en ir contra la naturaleza (nos gusta el sexo y una buena comida) sino en explotarla hábilmente (utilizo anticonceptivos y fármacos que evitan el sobrepeso) en lugar de renunciar (celibato y dieta) a explotar los mecanismos productores de placer para evitar sus consecuencias negativas.

    De todas maneras y admitiendo que no es tarea fácil, pienso que es preferible tener un plan racional de navegación, que dejarse llevar por la corriente e improvisar sobre la marcha, que es lo que solemos hacer la mayoría, ya sea por comodidad o porque nadie nos ha enseñado a navegar por el río de la vida.

    En efecto, cuando los padres nos educan están enseñándonos un plan de navegación optimizado para el tipo de río en el que supuestamente nos vamos a mover.

    Pero lo que yo propongo es añadir a nuestra conducta un nuevo plan gestado en la madurez intelectual y adaptado a nuestras circunstancias personales, que mejore aún más nuestras expectativas vitales de felicidad.

    Por experiencia sé que si dedicamos suficiente tiempo a aprender una nueva estrategia bien diseñada para afrontar cierto tipo de retos o dificultades, acabará dando resultados, si bien resulta difícil superar la travesía del desierto que supone el periodo de esfuerzo sin recompensa que representa todo aprendizaje.

    De acuerdo en tu análisis final sobre la sobreprotección. Educar implica evitar desastres (que el niño se rompa la cabeza) y enseñarle destrezas que les serán otiles (hablar y escribir con corrección, un modelo coherente de la realidad, fomentar sus habilidades innatas, etc.)

    Saludos.

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  9. Todos tratamos, con una mentalidad idealista (no real) de evadir, huir, bloquear, distraer y hacer todo lo que conocemos para no sentir dolor, inclusive tratando a consta de lo que sea o de quien sea, para obtener felicidad. Y la felicidad para la gran mayoría de los seres humanos la representa el dinero porque con él, se "alcanza todo"; en orden de ideas: poder-control-someter, sexo-satisfacción, bienes-posesión, fama-aprobación-relaciones sociales, y toda ramificación de estas variables. Y aunque merecemos, tenemos derecho a ser felices y podemos serlo, en esta vida de ensayo-error más que de aciertos, error implica dolor, el dolor es inherente a los seres humanos y es utópico querer huir de él, porque error = dolor = lección o aprendizaje = crecimiento personal = evolución = satisfacción real. En otras palabras, sin dolor no hay evolución, ya que en felicidad no aprendemos nada. Ahora bien: no se trata de rumiar interminablemente los errores y el dolor; se trata de reconocer mis errores para no volver a tropezar en la misma piedra y levantarme inmediatamente de cada caída, puesto que si me quedo ahí o si cometo los mismos errores, no estoy aprendiendo nada, ni logrando algo positivo.
    Además, teniendo en cuenta que como seres polarizados (dos polos, duales), que somos por naturaleza, que tenemos positivo y negativo; que cada uno tenemos de los dos géneros, masculino y femenino; que estamos sometidos al cambio inevitablemente porque la energía no es estática y siempre cambia, aunque algunas situaciones querramos permanecerlas estáticas-incambiables; que el avance y el retroceso es inherente a nuestra condición; que obtenemos según la índole de nuestro obrar o de nuestros actos y en más cantidad de lo que hicimos; total, que estamos contenidos o reflejados en todo, y todo está contenido o reflejado en nosotros, por lo cual, obtenemos únicamente el efecto verdadero-real de nuestro pensar, sentir y actuar, que está basado en creencias erróneas, en prejuicios, en condicionamientos, en fin, en mentalidades complejas, que al desconocer casi en su totalidad las Siete Leyes o Principios Cósmicos, que son las que rigen nuestra vida, nuestro planeta y el Cosmos en general, obtenemos lo contrario a lo que queremos porque no tenemos ni idea de ellas o de como funcionan, afectan, modifican y alteran nuestras “verdades” que son medias verdades o totalmente sofismas, porque la forma en que percibimos la vida y el mundo, no es coherente con la naturaleza o accionar de cada una de estas Leyes y de nuestra verdadera procedencia o escencia como seres de Luz que somos.

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  10. Bueno, tal vez el dinero sea lo más fácil de conseguir de entre todo aquello susceptible de causarnos felicidad.

    Y estoy de acuerdo contigo cuando afirmas que el dolor está vinculado al aprendizaje, pero preferimos aprender en cabeza ajena que en la propia. Por ejemplo, es mejor que sea tu vecino quien se rompa la crisma haciendo parapente y tú aprendas con ello, en lugar de ser tú mismo el accidentado.

    Aunque el dolor en el propio cuerpo deja un rastro más duradero y profundo en nuestra memoria, todos preferimos aprender ciertas cosas "de oídas".

    Respecto a las siete leyes de las que hablas no estoy debidamente informado, así que no puedo pronunciarme sobre su utilidad práctica.

    Saludos.

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    Respuestas
    1. Me hiciste reír con lo del vecino que se rompa la crisma. Veo que tú tienes el opuesto a este refrán popular, que dice que "nadie escarmienta en cabeza ajena".

      Con respecto a las Leyes Universales te dejo el enlace y ahí puedes ojear el tema http://accediendoalnuevoconocimiento.blogspot.com/

      Un saludo.

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  11. Lo cierto es que nuestra aprendizaje es una mezcla de experiencias en cabeza ajena y en cabeza propia.

    Si tuviésemos que probar todo en cabeza propia nuestra vida sería extraordinariamente corta. Por otra parte, las experiencias propias nos marcan más que las ajenas porque vivimos en primera persona las emociones placenteras o dolorosas que nos producen, y son esas emociones las que fijan los recuerdos.

    En cuanto a las leyes universales, me parecen demasiado esotéricas y místicas aunque hay a quien ese enfoque les llega mejor.

    En todo caso hay que seguir siempre el camino del sentido común y de la experiencia probada, ya sea en propia cabeza o en cabeza ajena.

    Saludos.

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