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Los miedos que nos atormentan

El miedo es la sensación que experimentamos cuando nos enfrentamos a situaciones peligrosas o generadoras de dolor o sufrimiento. Se diferencia del dolor y del sufrimiento en que se refiere a un acontecimiento que puede producirse en el futuro o que puede evolucionar a peor. La utilidad instrumental del miedo es impulsarnos a evitar la situación, peligrosa para nuestra supervivencia, que nos produce miedo.
En esta tertulia se tratará de determinar los miedos más habituales que experimenta el ser humano y se sugerirán las posibles estrategias para afrontarlos.
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Warrior:
El miedo es una emoción que se manifiesta ante un peligro, padecimiento o molestia y que puede ser real o imaginado. Los animales también sienten miedo, pero se diferencian del ser humano en que éste debe ser real. Un ciervo al ver u oler a un león siente miedo y esto le hace salir corriendo para salvar su vida. El miedo, por lo tanto, es beneficioso para la conservación de la vida pues si no lo sintiéramos ante un peligro no huiríamos de él. Sin embargo, el hombre además de sentir el miedo ante un peligro real también lo sufre ante un peligro imaginado. Esto es consecuencia de un mayor desarrollo cerebral y un mundo sicológico que los animales no tienen.
Evidentemente el más grande miedo que siente el hombre es el de la muerte. Esto es así porque el miedo se origina por no saber lo que te va a pasar. De la muerte no sabemos nada, pues nadie ha regresado de ella para contarlo y es esta ignorancia la que nos aterroriza. No es extraño que las religiones nos hablen de otro mundo, en el que seguiríamos viviendo y en condiciones mucho mejor que en la tierra, así parece que nos consolamos y podemos vivir soportando las penalidades de la vida.
Quizá el segundo gran miedo sea el del dolor. Pienso que incluso para muchas personas es peor el dolor que la muerte. Generalmente la muerte va acompañada de dolor, por lo que estos dos miedos van unidos. Ante un gran dolor lo primero que se piensa es si nos conducirá a la muerte.
Otro miedo muy ligado a los anteriores es el de perder la salud. Tener buena salud parece que nos da cierta garantía de alejamiento de la muerte. Claro que no contamos con los accidentes, pero cuando te encuentras ben no se piensa ni en la muerte ni en los accidentes.
Miedo al hambre y a la sed. También muy ligados a los anteriores pues si no comes ni bebes, terminas primero enfermando y después muriendo. Quizá este miedo al hambre y a la sed no se siente ya en las sociedades desarrolladas, pero no debe ser raro en los países con hambruna endémica.
Pienso que estos miedos fundamentales que todos los seres temen son innatos a la naturaleza de los humanos. Después podemos considerar miles de miedos que serán sentidos por cada persona en función de su experiencia en la vida y por su carácter. Miedo a la soledad, a la libertad, a la pérdida del trabajo, a la inseguridad ciudadana, a las cucarachas, a los ratones, etc. etc. etc.
Como hemos dicho el miedo es necesario para preservar la vida de los peligros, pero vivir con miedo es no vivir. Mucho de los miedos que padecemos son miedos sicológicos y cuando no nos dejan vivir son miedos enfermizos.
Quisiera destacar el miedo colectivo, quizá el peor de los miedos, pues es el vivido por una sociedad atenazada, carente de libertad y que es gobernada por un régimen dictatorial basado en el terror. Hay muchos ejemplos en la historia que no es necesario mencionar pero que es conveniente que reflexionemos sobre ellos.
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Yack:
El miedo es una emoción de tipo doloroso que aparece cuando vislumbramos en el futuro un acontecimiento o situación peligrosa. Su función adaptativa es la de impelernos a escapar o forzarnos a desarrollar estrategias que nos permitan evitar o paliar los efectos adversos de esa situación futura. Según esto, el miedo es la concienciación de una necesidad apremiante de cambiar o evitar un futuro potencialmente peligroso. Pero ¿cómo se debe afrontar el miedo?
Lamentablemente no siempre la mejor estrategia es huir o evitar el acontecimiento que nos asusta. Nuestro avanzado cerebro y su capacidad de evaluar los beneficios y perjuicios futuros nos obliga, en no pocas ocasiones, a afrontar el peligro, resistiéndonos al miedo, para evitar males mayores a largo plazo. Así, por ejemplo, vamos a la consulta del dentista, aunque nos provoca miedo, porque calculamos que si no vamos, a largo plazo los perjuicios serán mayores.
Valentía es el nombre que se le da a la capacidad de oponerse y vencer al propio miedo para alcanzar un bien superior mientras que en el otro extremo encontramos al cobarde que es aquel que cede a la presión del miedo aún a sabiendas de que a largo plazo saldrá perjudicado.
Así pues, el ser humano se ve obligado a soportar una mayor dosis de miedo que el resto de los animales en la medida que es capaz de hacer cálculos a mayor largo plazo. Esta capacidad predictiva le obliga a desarrollar una compleja estrategia para optimizar la cantidad de placer y dolor que experimenta a lo largo de toda su vida, siendo la necesidad de enfrentarse a su propio miedo, parte esencial del éxito vital.
Veamos ahora qué tipos de miedo afectan al hombre y cómo afrontarlos:

Miedo a la muerte
La muerte es la principal causa de miedo en los animales y en el hombre porque es lo peor que le puede ocurrir a un ser vivo. Sin embargo, el ser humano es la única especie que posee un miedo al concepto de muerte inevitable.
Los animales creen que la muerte puede ser evitada indefinidamente mientras sigan superando las pruebas que la supervivencia les plantea, pero el hombre ha descubierto, entre otras muchas cosas positivas, que existe un proceso de degradación biológica que le lleva inexorablemente a la muerte por muy hábil que sea en resolver los conflictos cotidianos.
Y ese conocimiento genera un miedo permanente y de largo alcance que invade e inunda su existencia, y se acrecienta a medida que envejece y percibe más próximo el desenlace final.
Como remedio a ese miedo general izado y omnipresente, el hombre ha desarrollado la religión y la creencia en el más allá, pero ha tenido que pagar un alto precio por ello. Durante miles de años ha dedicado lo mejor de sus pensadores y esfuerzos a edificar una poderosa estructura física y mental que sirviese para mitigar ese pánico insoluble. Si hubiera invertido ese esfuerzo en encontrar soluciones técnicas a problemas reales, tal vez ya habríamos descubierto una solución biomédica al problema de la muerte inevitable.
La única solución, al día de hoy, para afrontar este miedo es la religión y de ahí que buena parte de los ciudadanos de los países avanzados sigan empeñados en mantener un edificio –el de la religión- carcomido por los conocimientos científicos, que ha de sostenerse por la única acción de esa voluntad pertinaz e irracional que llamamos fe.

Miedo a problemas irresolubles
En no pocas ocasiones, la causa de nuestros miedos reside en un acontecimiento inevitable. En tal caso, se nos crea un conflicto mental esencialmente irresoluble.
La emoción del miedo ha sido incluida en nuestra mente como un recurso coadyuvante a la supervivencia. El mecanismo del miedo funciona creándonos malestar en el presente para que busquemos la manera de prevenir o afrontar con éxito los acontecimientos futuros que creemos peligrosos. Si no experimentásemos miedo, no nos veríamos impulsados a emprender acciones evasivas y cuando la situación peligrosa se hiciera presente no podríamos evitarla ni afrontarla.
Sin embargo, existen miedos originados por problemas cuya resolución está fuera de nuestras posibilidades como individuos. Por ejemplo, el cambio climático, una guerra, o aún peor, la colisión de un asteroide de gran tamaño con la Tierra.
En el caso del cambio climático o de una guerra, el miedo puede convertirnos en militantes activos en movimientos sociales ecológicos o pacifistas que sí podrían ejercer algún efecto positivo sobre fenómenos de una magnitud inabordable por un solo individuo. En el caso de un accidente cósmico de gran magnitud, por ejemplo, nuestro miedo sólo serviría para ocasionarnos sufrimiento, pero no tendría un efecto beneficioso sobre nuestras expectativas futuras.
La solución práctica frente al tipo de miedos que no tienen solución es la de hacer un esfuerzo consciente y deliberado para apartarlos de nuestra mente cada vez que irrumpan en ella y para ello, nada mejor que implicarnos voluntariamente en la resolución de problemas que sí tienen solución y que tienen la virtud de absorber el excedente de energía mental que se había fijado sobre los problemas de naturaleza irresoluble. Por ejemplo, si estamos obsesionados con una enfermedad crónica e incurable, sería buena idea implicarnos en un voluntariado que nos permitiese resolver problemas reales que están a nuestro alcance para retirar parte de la energía mental disponible para el problema de salud y así propiciar su agostamiento.
Podemos imaginar nuestra mente como un huerto en el que crecen numerosas plantas que se desarrollan en la medida que reciben mayor o menor cantidad del agua disponible. Cuando una planta recibe más atención de la conveniente crece a expensas de las demás y se convierte en una obsesión. La única forma de devolver a nuestra mente la estabilidad y el sosiego es plantar en ella nuevas especies de intereses y proyectos que absorban parte del agua que nutre a las obsesiones para que se angosten y recuperen así su dimensión normal y sana.
Las obsesiones sólo son útiles cuando obedecen a retos vitales y apremiantes del tipo que tienen solución, pero cuando el problema obsesivo no tiene solución, se convierte en un sistema destructivo para el individuo que las posee al crecer incontroladamente sin posibilidad alguna de solución.
La única forma de escapar de las obsesiones destructivas es la de implicarnos en nuevos proyectos y obligaciones capaces de restar energía mental a los incontrolados procesos obsesivos.

Miedo a problemas solubles
La estrategia más sana y efectiva para superar los miedos a problemas solubles, es dedicar la energía y los recursos necesarios para resolverlos. Este es el comportamiento que la Naturaleza espera de nosotros y la razón de que experimentemos la emoción del miedo como parte del arsenal de herramientas de supervivencia.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que no siempre se puede resolver un conflicto por el procedimiento de aplicar la voluntad. Existen problemas que por su naturaleza y complejidad escapan a nuestra capacidad resolutiva real. En tales casos hay que recurrir a expertos o, alternativamente, recabar información de calidad sobre el problema que nos afecta hasta comprender su complejidad y así poderlo afrontar con éxito.
Una vez bien documentados sobre el problema hay que trazar una estrategia, paso a paso, y empeñarse en la resolución del problema.
En este sentido ayuda mucho redactar cuidadosamente el problema así como las posibles soluciones alternativas que se nos ocurren. Trazar un plan de acción, expresado en una serie de etapas bien definidas y sencillas de realizar individualmente, y ponerse manos a la obra, actualizando diariamente nuestro plan estratégico en función de los éxitos o fracasos obtenidos.
Al hacerlo así, materializaremos el problema en un soporte físico claramente dimensionado y evitaremos que se expansione peligrosamente en nuestra mente y llegue a convertirse en una obsesión que nos supere y sólo genere angustia paralizante.
Otra estrategia que se suele adoptar para afrontar la resolución de un problema es contárselo a otras personas de nuestro entorno con las que tenemos confianza. Conviene mencionar que esta fórmula puede resultar peligrosa debido a que las demás personas desconocen todos los datos relevantes del problema y sus opiniones suelen pecar de simplistas y, por tanto, engañosamente fáciles. Además, suelen tener tendencia a darnos la razón, por su deseo de conservar nuestra amistad o bien por sentirse emocionalmente de nuestro lado.
Sólo debemos consultar a otras personas para conocer otros puntos de vista o recabar datos que desconocemos, pero una vez enriquecidos con esos nuevos datos y punto de vistas, debemos retomar nuestro discurso personal y resolverlo en el ámbito de nuestra propia valoración que es la mejor de todas pues es la única que tiene en cuenta todos los parámetros relevantes para la solución del problema. Esto es particularmente cierto en la resolución de problemas de tipo emocional en el que están implicadas nuestras relaciones personales.
Por último, si llegamos a la conclusión de que el problema es insoluble, debemos buscar soluciones alternativas que pasen por retirar el problema de la conciencia y concentrarnos en otros proyectos y metas sustitutivos que desvíen nuestra atención y energía mental hacia otras actividades gratificantes.

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