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El fracaso

El fracaso, junto con el éxito forma parte de nuestra experiencia vital. Pero frente al fracaso se puede reaccionar de varias maneras: negándolo, deprimiéndose, incorporándolo a nuestra experiencia, atribuyéndolo a causas externas, exagerándolo o minimizándolo. Cada reacción tiene sus pros y sus contras por lo que convendrá analizar con más profundidad la naturaleza del fracaso y cuál sería la reacción más apropiada ante él.


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Yack:
Cuando tenemos una experiencia dolorosa o agradable, nuestra mente etiqueta el acto o acontecimiento que lo provocó como doloroso y a evitar o bien como agradable y a repetir.

Cada vez que se presenta una nueva ocasión para repetirlo, nuestra memoria emocional nos recordará la experiencia buena o mala asociada a ese acto pasado y, gracias a esa etiqueta, lo evitaremos o lo repetiremos. Basta con pensar en la realización de un acto doloroso para que se genere en nuestra mente un dolor psiquico, anticipatorio del que se producirá si llegamos a consumarlo.

Sin embargo, cuando nos embarcamos en un proyecto complejo, como fundar una familia, elegir una profesión o emprender una expedición de varios años, el resultado final será recompensado o castigado con la sensación de éxito o de fracaso, según se hayan cubierto o no nuestras expectativas.

La relación entre acierto y fallo es la misma que existe entre éxito y fracaso, sólo que el acierto y el fallo se refieren a actos o acontecimientos puntuales y el éxito y el fracaso están asociados con proyectos complejos a largo plazo. Pero la diferencia fundamental está en que en el caso de proyectos a largo plazo, no pueden etiquetarse fácilmente de éxito o fracaso puesto que en ellos están involucrados miles de factores que han intervenido en diferente medida.

Para que la experiencia dolorosa del fracaso sea útil al individuo se requiere un complejo y sofisticado proceso de análisis. Sería contraproducente catalogar como fracaso todas y cada una de las fases, estrategias, opciones y decisiones que han intervenido porque, a veces, basta con un solo fallo para que un costoso y bien diseñado proyecto acabe en fracaso.

La capacidad para extraer información útil del fracaso requiere inteligencia y un modelo correcto y preciso de la realidad, que permita al sujeto discernir qué es lo que hizo mal y por qué lo hizo mal. Un mismo acto puede ser eficaz o ineficaz en función del contexto, del orden temporal, de la estrategia o estrategias involucradas, etc. Por otro lado, un plan puede fracasar por una conjunción desafortunada de casualidades (el vigilante recibió una llamada inesperada en el momento crítico) o por un accidente imprevisible (la cuerda que sujetaba al atracador tenía un defecto de fabricación y se rompió).

Es todo un desafío y una valiosa habilidad saber diferenciar y valorar correctamente cada detalle del plan fracasado y determinar en qué y por qué falló. Un error en este análisis puede llevar a repetir el plan con un fallo interno que ha pasado desapercibido o malinterpretado. El individuo inteligente es aquél que es capaz de elaborar planes viables, que casi siempre terminan en éxito y esta capacidad incluye la intuición certera de saber cuándo se debe renunciar a un plan inviable o con inasumibles riesgos de fracaso.

La clave para aprender de los fracasos está en asumir, por principio metodológico, que el fracaso es responsabilidad propia, porque sólo así se está en condiciones de mejorar las expectativas futuras. Si, por el contrario, se busca la razón del fracaso en causas ajenas al propio plan o bien a la mala suerte, no se aprenderá del fracaso. Y la razón por la que sentimos dolor cuando fracasamos, es precisamente para forzarnos a invertir un considerable esfuerzo de análisis en revisar una y otra vez todos los detalles del plan para así poder reducir el riesgo de fallo en una próxima ocasión.

Por ejemplo, si el plan de atracar un banco falló porque la cuerda se rompió por un defecto de fabricación, la solución no está en repetir el atraco confiando, esta vez, en que no se produzca el mismo fallo y atribuyendo la responsabilidad del fracaso al fabricante de la cuerda. La solución está en reducir todos los riesgos fortuitos que puedan producirse, ya sea duplicando la cuerda, sometiéndola a pruebas de doble presión, revisando cuidadosamente el tejido del que está hecha, evitando en lo posible la necesidad de usar la cuerda, etc.

Una de las capacidades más valiosas de un ser humano es la de ser capaz de diseñar planes exitosos y las personas que tienen esa facultad, reciben una alta consideración social: el general, el futbolista, el atracador, el ingeniero que genera proyectos que casi siempre tiene, éxito es el más solicitado y el que más sueldo percibe porque sus previsiones son fiables y al invertir recursos en ellas, se está asegurando el retorno de los deseados beneficios.

Pero para ser un buen diseñador de planes exitosos hay que reunir una serie de cualidades innatas o aprendidas: imaginación, inteligencia predictiva, disponer de un buen modelo de la realidad, sentir un fuerte temor al fracaso complementado por una gran necesidad de éxito y, por último, una visión pesimista del futuro para no verse sorprendido por eso que los optimistas llaman "mala suerte".

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