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Libertad vs seguridad

La libertad tiene el efecto de ampliar el radio de acción del individuo, pero inevitablemente, aumenta el riesgo de cometer más errores que habrán de pagar el mismo y la sociedad.
La solución de restringir la libertad para aumentar la seguridad también tiene un efecto perverso al cerrar el horizonte de espectativas del individuo y de la sociedad.
En esta tertulia se tratará sobre el equilibrio óptimo que debe haber entre seguridad y libertad.
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Yack:
La libertad y la seguridad son dos ingredientes que adquieren su máxima eficacia cuando se dosifican en las proporciones adecuadas. Si se incrementa arbitrariamente uno de ellos se rompe el equilibrio y las consecuencias pueden ser catastróficas para el individuo y para la sociedad, como la historia pasada pone de manifiesto.
Centremos ahora nuestra atención en un fenómeno interesante: en el último medio siglo, ha ido ganando terreno la idea de que la libertad es uno de esos ingredientes mágicos que, como la salud, es siempre deseable en dosis máxima. En inevitable complementariedad con lo anterior, la seguridad basada en un recorte de libertades, ha pasado a ser, como la enfermedad, un ingrediente maldito, repudiable en cualquier cuantía que se presente.
Como resultado de aplicar en el terreno práctico esta teoría, se está produciendo un continuo deslizamiento en el sentido de mayor libertad y menor seguridad. El problema no parece tener solución porque las consecuencias negativas que se están generando (violencia doméstica, fracaso escolar, alcoholismo, droga, delincuencia, etc.) se diagnostican como una carencia de libertad y en su curación se aplica, como no, el mismo ingrediente que causa la enfermedad: más libertad.
Enunciado el problema, sólo nos queda la parte más difícil: proporcionar una explicación antropológica razonable para esta deriva que está sufriendo las sociedades más avanzadas del planeta, aquellas que se autodenominan, sin sonrojo, “progresistas”.
Con la eclosión de los medios de comunicación masivos, tales como la prensa escrita, el cine, la radio, la televisión e Internet, el modelo comunicativo ha sufrido una mutación tan rápida como radical. La información fluye ahora a la velocidad del pensamiento y cada individuo tiene acceso continuo y permanente a una realidad alternativa conformada por un aglomerado de historias e interpretaciones prefabricadas. Sus autores, los guionistas, se han convertidos en los modernos demiurgos que fabrican a destajo, y por encargo, nuevos mundos virtuales irresistiblemente atrayentes.
Pero no nos equivoquemos envidiando a esa nueva casta de millonarios excéntricos. La maldición vergonzante que arrastran tiene su origen en el momento en que la información se convirtió en un producto de consumo y el consumidor pudo elegir, en un modelo de libre mercado, la información que más le interesaba. Ahora es cuando el todopoderoso guionista/político pierde su poder y su autonomía para convertirse en un lacayo intelectual del zafio telespectador/votante que maneja el temible mando a distancia de su televisión mientras consume palomitas y cocacola o introduce el voto-sentencia en la urna de cristal.
El guionista, (léase político, periodista, pensador o escritor) se ve condenado, si no quiere perder su trabajo y verse arrojado al infierno del anonimato, a fabricar los mensajes que el consumidor (léase lector, oyente, votante o telespectador) quiere oír y si se diera el caso de que no los oyera pulsaría frenéticamente el mando y cambiaría de canal hasta dar con la realidad que mejor responda a sus expectativas. Y ese sencillo acto de pulsar el mando a distancia, o elegir una papeleta electoral y no otra le concede el poder de seleccionar a los guionistas, para enviarlos al infierno o elevarlos al paraíso.,
El resultado de esta situación de libre mercado intelectual y ético es que los contenidos gratificantes (nadie puede decirle lo que debe hacer, nadie puede coartar su libertad, usted se merece ganar más y trabajar menos, usted es mejor que sus vecinos, etc.) han ido reemplazando inexorablemente a los ingratos (cualquier satisfacción implica un esfuerzo, debe respetar y obedecer a sus superiores, sólo trabajando se alcanza el éxito, etc.) hasta desembocar en el pensamiento único políticamente correcto, formado únicamente por consignas y sentencias que acarician el propio ego. Y si para erradicar las cuestiones penosas los guionistas deben olvidarse de la objetividad, pues se olvidan porque es preferible mentir desde un confortable despacho que clamar la verdad en la soledad de la indigencia y del paro.
El resultado final de este proceso es que de tanto repetir los mismos mensajes eufónicos desde los ubicuos altavoces de los medios de comunicación, acaban insertándose como verdades absolutas en las mentes de los honrados ciudadanos.
El único inconveniente, y muy serio, de vivir inmersos en este algodonoso y pegajoso pensamiento único de lo políticamente correcto es que, aunque nadie nos lo cuente, porque es políticamente incorrecto, estamos en caída libre. Y, como suele ocurrir en estos casos, tarde o temprano nos golpearemos con la dura y punzante realidad que, como su nombre indica, no se deja impresionar por todos estos ingeniosos juegos de artificio.

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