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¿Existe la verdad fuera de la ciencia?

Manejamos información continuamente. Nuestro cerebro, nosotros mismos, no somos otra cosa que un sofisticado procesador de información. Pero no toda la información es válida. Parte de la información que recibimos, procesamos y transmitimos es falsa.
La información falsa es potencialmente peligrosa, y por eso es esencial saberla distinguir de la información verdadera. A medida que la humanidad fue despertando de su largo sueño de barbarie y superstición, fue tomando conciencia de la trascendencia práctica que tenía la capacidad de saber separar lo falso de lo verdadero y, como colofón de ese proceso, apareció la Ciencia.
Podríamos definir la Ciencia como una congregación de hombres que han dedicado su existencia y su talento a separar la información errónea de la verdadera, a clasificarla, ordenarla y a generar nueva información verdadera a través de la exploración continua y sistemática de la realidad.
En esta tertulia se discutirá si, al margen de la ciencia, existe alguna otra instancia (medicinas alternativas, religiones, filosofías, paraciencias, parapsicología, etc.) donde se puedan encontrar verdades no aceptadas por la ciencia.
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Material de consulta: http://www.smartplanet.es/redesblog/?p=227
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Yack:
Mantener posturas ambiguas, generosas o abiertas cuando se aborda una cuestión importante, puede ser una buena táctica para ganar amigos, o para no perderlos, así como para acreditarse fama de persona ecuánime, generosa y flexible.

Pero la consecuencia inevitable de mantener, fomentar o ensalzar este tipo de actitud contemporizadora es que se acaba por no decir nada útil y, además, se contribuye a ampliar y fomentar esa masa informe, gris y envenenada por el error que constituyen las teorías y creencias de los ciudadanos honestos de un país avanzado.

No se puede aceptar una cultura donde tiene cabida las creencias religiosas heréticas (que son errores dentro de errores), consultas habituales a los horoscopos, interés y curiosidad en conocer el signo zodiacal de las nuevas amistades, creencia en la viabilidad del motor de agua, en el poder curativo de los imanes, rayos biónicos, energía mental, pócimas crecepelo, acupuntura, homeopatía y otras innumerables zarandajas de este estilo. Y, como guinda de este insípido e indigesto pastel, la universal creencia en que las grandes verdades inamovibles y profundas que fueron formuladas en un remoto pasado por Aristóteles, Platón y algún otro exótico filosofo griego, romano o árabe no han sido, ni nunca serán, superadas puesto que representarán la cumbre inalcanzable del pensamiento humano.

Por desdicha, los ciudadanos de los países más avanzados del mundo no han mejorado significativamente en relación con sus antecesores medievales ni con sus contemporáneos menos civilizados en lo que se refiere a la capacidad de discriminación entre lo falso y lo verdadero.

Pero, tal vez el lector esté en su derecho a pensar que la incapacidad para discriminar lo cierto de lo falso no debe ser tan importante, después de todo, cuando no parece impedir el progreso continuo que impulsa a las sociedades más avanzadas.

La clave de esta aparente paradoja hay que buscarla en la providencial circunstancia de que la masa trabajadora de ciudadanos se limita a desempeñar trabajos automáticos que no requieren una comprensión general de la realidad. Funcionan como neuronas especializadas que hacen un trabajo específico, para el que no necesitan conocer lo que se está cociendo en el gran cerebro social del que forman parte.

Afortunadamente para ellos, existe una masa de neuronas especializadas en la tarea de discriminar entre la verdad y el error (los científicos) consagrados a hacer avanzar el conocimiento y a ponerlo al servicio de sus incultos conciudadanos en forma de teléfonos móviles, ordenadores, aviones, fármacos, transportes, etc.

Como recompensa a sus denodados esfuerzos por abrirse camino hacia la verdad, sus conciudadanos selváticos les acusan de contaminar el planeta, de fabricar virus letales, de negarse a aceptar el económico y ecológico motor del agua, del cambio climático y de ocultar celosamente el remedio al cáncer o al resfriado común para que los farmacéuticos vendan aspirinas en las farmacias. Y todo ello mientras utilizan diariamente todos esos productos mágicos que los científicos han ideado para ellos y que los mantienen vivos y sanos durante cuatro veces más tiempo del que les correspondería vivir por métodos naturales.

Pero, ¿qué es la ciencia? ¿cómo puede discriminar lo cierto de lo falso y por qué es tan importante hacerlo?

Usaremos una metáfora para contestar a las preguntas que hemos planteado: Consideremos un océano inmenso en cuyo fondo de lodo reposan enormes cantidades de piedras sin valor entremezcladas con un reducido grupo de piedras preciosas y gemas.

Según esta metáfora, el progreso humano se basaría en fabricar continuamente bellas y elaboradas joyas empleando para ello las gemas y las piedras preciosas.

La ciencia (entendida como el conjunto de los científicos) pronto se dio cuenta de que para progresar resultaba necesario separar las piedras sin valor de las gemas, para que todas las joyas que se fabricaran fueran perfectas y sin falla alguna. Y para hacer el proceso fácil y eficiente, crearon una laguna de aguas cristalinas, claramente separada del océano del caos, y fueron echando en ella, las piedras preciosas que conseguían encontrar y certificar que eran genuinas y auténticas gemas.

Habida cuenta del éxito obtenido, la ciencia ha ido desarrollando métodos cada vez más eficaces para drenar el océano ilimitado del caos, analizar uno a uno los objetos encontrados y, en función de ese análisis, catalogarlos como piedras sin valor o como gemas. Las gemas las ha depositado en el lago de la verdad y las ha clasificado y ordenado para que resulte fácil localizarlas y utilizarlas en la fabricación de todo tipo de joyas.

La tecnología quedaría representada en esta parábola por el orfebre que conoce su oficio, pero que necesita una materia prima de calidad que le permita fabricar todo tipo de joyas para el disfrute de los miembros de la ciudadanía silvestre. La ciudadanía silvestre se limitaría a mover la maquinaria productiva que han diseñado los científicos y tecnólogos, y recibiría a cambio las joyas fabricadas por ellos. Pero esta ciudadanía silvestre no sólo sería incapaz de fabricar joyas, sino que ni siquiera sabría distinguir con seguridad una piedra sin valor falsedad) de una autentica gema (verdad). Tal es la situación actual de las sociedades avanzadas.

El problema con el que se enfrenta la Ciencia, es que muchos de sus conciudadanos silvestres se empeñan en arrojar piedras al lago de la verdad con el argumento de que son auténticas gemas, ya sea por ignorancia o por intereses inconfesables.

El argumento favorito de los que intentan arrojar piedras al lago de la verdad es que en el océano del caos, sigue habiendo gemas que la ciencia aún no ha descubierto o aceptado como gemas, y en eso tienen razón. Pero no tienen razón cuando argumentan que ellos han conseguido, por métodos esotéricos, descubrir gemas particularmente bellas y valiosas, pero que la ciencia no las admite porque ven peligrar su estatus dominante como únicos discriminadores válidos de la verdad y el error.

Sin embargo, esta argumentación no pasa de ser un falaz y endeble intento de meter gato por liebre, y encima cobrar por la liebre. El problema viene, como siempre, de la incultura generalizada de la sociedad silvestre, que se muestra proclive a aceptar afirmaciones inconsistentes pero agradables (el cáncer se cura con una pócima, milagrosa) antes que verdades sólidas pero desagradables (el cáncer, todavía no se cura).

Tanto los científicos como los médicos, sabedores de que venden mercancía de primera calidad, no se sienten obligados a engañar a sus clientes con lisonjas ni falsas expectativas, pero los embaucadores, que sólo venden humo, invierten la mayor parte de su esfuerzo en marketing. El resultado es que el gran público asilvestrado, más sensible a la formulación atractiva del mensaje que a su rigor, prestan a veces más atención a los farsantes que a los honestos científicos que sólo pueden ofrecerles la verdad.

Y con esta introducción, estamos en condiciones de abordar el tema que nos ocupa: ¿existe la verdad fuera de la ciencia? Y para contestar a estas cuestiones, vamos a ser tajantes y nada comprensivos porque si permitimos que se desdibuje la frontera entre el caos y la verdad, estamos menospreciando el inmenso trabajo de búsqueda y clasificación realizado por la ciencia y, lo que es peor, todo el bienestar que la tecnología ha generado a partir de ese conocimiento.

La proposición que trataré de demostrar es que no existe la verdad al margen de la ciencia, que no existen verdades comprobables que no hayan sido aceptadas por la ciencia como tales y que no existe ninguna instancia humana, al margen de la ciencia, que sea capaz de generar verdades comprobables, más allá de las opiniones personales.

Veamos algunas de los ámbitos en los que supuestamente existen verdades fuera de la ciencia:

Las verdades particulares

En el ámbito de las creencias personales existen teorías, suposiciones y creencias que pueden considerarse verdades (o no) pero que por no poderse aplicar con carácter general, no interesan a la ciencia, sencillamente porque no son falsables ni poseen utilidad alguna más allá de los intereses de la persona que las posee. Por ejemplo, la teoría o creencia de que mi vecino Juan es una mala persona, envidioso e insolidario es indemostrable (tal vez otros vecinos opinen lo contrario) y además no tiene utilidad general, porque no se puede aplicar a otros casos diferentes.

Evidentemente, al margen de que este tipo de "verdades" son indemostrables (no falsables), no es razonable pretender que un científico elabore una teoría general sobre una creencia personal que se refiere a un asunto subjetivo. Así que este tipo de verdades pertenecen al ámbito de las creencias privadas y no puede salir de él. La ciencia, lo único que puede hacer, y de hecho está haciendo, es formular teorías fundamentadas sobre los comportamientos humanos solidarios, envidiosos, altruistas, etc. que permitan hacer predicciones con un grado mayor de aciertos que los que proporcionaría el sentido común. Pero la ciencia sólo se arriesgará a plantear como ciertas sus teorías sobre los sentimientos humanos, cuando pueda demostrarse que poseen un grado medible de predictibilidad y que son objetivamente detectables sus nexos causales.

La medicina

Una de las mayores prioridades de la ciencia es, sin lugar a dudas, la salud de los seres humanos. Si la ciencia trabaja con ahínco para descubrir nuevas verdades se debe, fundamentalmente, a que la verdad y el conocimiento nos ayudarán a ser más felices, a vivir más tiempo y en mejores condiciones. La medicina es, sin duda, la rama de la ciencia y la tecnología que más directamente contribuye a ese objetivo.

Por desgracia, la ciencia tiene sus límites y aunque estos se van expandiendo día a día, a un ritmo creciente, todavía existen muchos problemas a los que no ha dado una solución satisfactoria. Esta circunstancia da pábulo a muchos farsantes y embaucadores que de buena o mala fe, venden a los desahuciados pócimas y tratamientos milagrosos que prometen conseguir lo que la ciencia no ha podido.

El conjunto de estos onerosos e inútiles remedios, conocidos como "medicinas alternativas" carecen del más mínimo valor práctico para los pacientes por una sencilla y clara razón: Si alguno de los tratamientos de la medicina alternativa tuviese algún valor terapéutico medible, sería incorporado instantáneamente a la medicina oficial. Y de hecho, la ciencia médica está incorporando continuamente sustancias extraídas de animales y plantas con la única condición de que demuestren su valor terapéutico. Pero, ¿cómo puede saber la ciencia si un fármaco o tratamiento es eficaz, más allá del efecto placebo que lo enmascara?

La ciencia ha encontrado un método objetivo e infalible llamado "doble ciego" para evaluar el poder curativo de cualquier supuesta terapia. Si el valor curativo es cero, la descarta y entonces pasa a ser "medicina alternativa". El efecto placebo existe, y la ciencia lo ha admitido y hasta mensurado, pero el efecto placebo no reside en el medicamento, sino en la mente del paciente que confía en él.

No se pueden vender placebos como auténticas medicinas porque eso sería una estafa al paciente y una ruptura del dique de contención que mantiene el lodo separado de las aguas cristalinas y una vez roto el dique, todo se contaminaría. Las medicinas alternativas viven y se nutren del efecto placebo, pero un placebo puede ser cualquier cosa, desde una oración a la virgen, hasta un amuleto o una pulsera magnética. Los placebos pierden o refuerzan su poder curativo según las modas y según la psicología de los pacientes que los utilizan. Los remedios curativos de la medicina oficial, por el contrario, posee un poder curativo intrínseco, demostrado y demostrable, independiente del efecto placebo, que también lo tienen, porque cualquier método que pase por curativo tiene asociado un potencial efecto placebo.

Para justificar la existencia de medicinas alternativas, se han desarrollado teorías demenciales, pero que funcionan en el reservorio mental de la sociedad silvestre.

Por ejemplo, está la teoría de que la ciencia no investiga soluciones que económicamente no sean rentables, como por ejemplo: El cáncer se curaría con una pócima a base de ajo y agua de lluvia, pero claro, eso no lo podrían vender y por eso no sacan a la luz que existen soluciones definitivas y gratuitas para curar cualquier enfermedad.

Frente a esta teoría, habría que decir que existen multitud de laboratorios financiado por fondos estatales y mecenas privados) que investigan todo tipo de enfermedades, sin importarles otra cosa que los resultados. A fin de cuentas, el estado invierte mucho dinero en tratamientos costosos a los enfermos de cáncer o de sida y con seguridad el gobierno que diese con una de estas soluciones, tendría el eterno agradecimiento (en votos) de todos los beneficiarios. Además, los gobernantes y los científicos y sus respectivas familias también mueren de esas enfermedades que supuestamente pueden pero no les interesa curar. Y ¿qué científico renunciaría a la fama y al agradecimiento universal por facilitarnos la curación de una grave enfermedad? ¿Habría dinero en el mundo para tapar la boca de un hombre que ha consagrado su vida a la búsqueda de la verdad cuando al final ha dado con ella? Y sólo en el terreno crematístico, ¿no ganaría más dinero del que pudiera imaginar dando conferencias, concediendo entrevistas, escribiendo libros o recibiendo premios de todas las instituciones?

Se crea o no, hay mucha gente (asilvestrada) que piensa que el resfriado común, el cáncer o el sida pueden curarse, pero que los científicos se han conchabado para no proporcionar a la humanidad la fórmula por pura maldad o por haber sido amenazado por su jefe de que lo despedirán si difunde el secreto.

Lo único en lo que sí podemos estar de acuerdo es que un laboratorio no puede invertir el dinero de sus accionistas en investigar una solución médica que no vaya a devolver, al menos, lo que se ha invertido en buscarla. Porqué si así lo hiciera, se arruinaría y el laboratorio desaparecería y con él todas las expectativas de avance médico. Por otro lado todos los laboratorios hacen fuertes inversiones en programas "altruistas" que no consideran rentables, pero que podrían proporcionar un gran bien a la humanidad y además, reciben fondos estatales para programas de investigación no rentables económicamente, pero sí socialmente.

Por otro lado, si suponemos que el laboratorio X fabrica el fármaco Y para paliar la enfermedad Z, y descubre un fármaco Y' que la cura definitivamente, ¿podría decidir no sacarla al mercado?

Si lo hiciera, se arriesgaría, en el caso muy probable de que llegase a conocerse la verdad, a la ruina más ignominiosa y posiblemente a que sus directivos ingresaran en prisión. De otra parte, a que un laboratorio X', X'', etc. de los miles de laboratorios que hay en el mundo consiguiese la fórmula, la explotase y se llevará todos los méritos y beneficios. Es el mismo argumento por la que ninguna empresa puntera retiene las nuevas patentes "hasta amortizar las antiguas" porque en cualquier momento la competencia puede lanzar un producto que lo supere y entonces perderían la gran oportunidad que hubieran tenido de explotar su patente.

Y dejaremos este interesante tema sin mencionar otras teorías igualmente paranoicas, como la de que muchas de las enfermedades actuales han sido provocadas o diseñadas por gobiernos malvados o incluso por millonarios excéntricos que odian a la humanidad por algún trauma infantil de origen freudiano.

La religión

El fenómeno religioso lleva vigente varios milenios y tiene el insuperable y ominoso record de no haber aportado en ese tiempo ningún hallazgo, solución o mejora verificable que haya mejorado la existencia de los seres humanos, al menos en esta vida.

Pero eso era de esperar. Al basarse y fundamentarse en un error, todo el esfuerzo invertido no ha servido para nada, se ha volatilizado, se ha perdido para siempre. Y esa es una clara demostración de la importancia que tiene trabajar con gemas auténticas y no con cantos rodados. Por mucho tiempo y esfuerzo que empleemos, en lugar de joyas sólo obtendremos colecciones de piedras sin valor alguno.

La filosofía

Tal vez sea la filosofía la actividad intelectual que más resistencia muestra a ser expulsada del ámbito de la verdad y arrojada a las tinieblas exteriores. Pero no por ello vamos a renunciar a nuestro propósito de, al menos, apartarla de la región privilegiada que ostenta y arrojarla a la frontera misma que separa la verdad del error, dejando buena parte de su difuso ectoplasma hundido en las tinieblas del error.

Para empezar, la filosofía no ha dado ni una sola gema auténtica al conocimiento humano. La filosofía no tiene un método equivalente a la ciencia que le permita discernir la verdad de la falsedad, y no lo tiene porque todo lo que supera la prueba de la verdad es inmediatamente arrancado y arrojado al lago de aguas cristalinas que custodia la ciencia.

Así que, en el difícil supuesto que un filósofo descubriera alguna verdad relevante, enseguida pasaría a ser parte de la verdad, es decir, pasaría a formar parte del patrimonio de la ciencia y dejaría de pertenecer al de la filosofía. Y es así de cruda la situación: la filosofía no dispone de personal capacitado ni de métodos eficaces para descubrir nuevas verdades y, por tanto, se limita en su mayor parte a generar fantasmas de verdades etéreas que no se pueden someter al veredicto de la realidad, es decir, que no son falsables. Y como no son falsables, pueden sobrevivir indefinidamente en el limbo de la imaginación humana.

Pero hagamos un poco de historia para comprender la situación:

Originalmente, la filosofía clásica representó el papel de la incipiente ciencia, en cuanto proyecto orientado hacia la búsqueda de la verdad y del acrecentamiento del conocimiento. Y empezaron bien, justo es decirlo.

Sin embargo, en aquellos lejanos tiempos, las normas de validación de la verdad no se habían desarrollado adecuadamente y los primeros filósofos cometieron el gran pecado de confiar demasiado en el poder de la razón humana para buscar y encontrar la verdad.

Hoy día sabemos que la mente humana es una máquina de generar hipótesis erróneas, y que sólo revisando una por una esas hipótesis, y validándolas objetivamente contra la realidad, pueden separarse las falsas (la mayoría) de las verdaderas (las menos). Y una vez que se tienen bien separadas y clasificadas, se puede empezar a construir nuevas verdades a partir de las que ya se tienen catalogadas y validadas, pero cada nueva construcción, por muy simple que sea, hay que comprobar su consistencia, enfrentándola nuevamente con la realidad.

Sin embargo, los venerados filósofos antiguos, dieron por supuesto que cualquier ocurrencia que a ellos les pareciera válida, era material de primera calidad y emprendieron la ingente tarea de construir soberbios castillos utilizando material inconsistente. Pero como nunca lo validaban, porque el tipo de construcciones mentales que hicieron no eran falsables, o no se tomaban la molestia de comprobarlas, se remontaron hasta el mismo cielo sobre construcciones de humo.

Aristóteles, entre otras barbaridades, aseguraba que la mitad izquierda del cuerpo estaba más fría que la derecha y que el cerebro servía para enfriar el cuerpo. Algunas de estas barbaridades eran fáciles de probar y otras sencillamente eran ocurrencias sin ningún fundamento.

Las afirmaciones de Aristóteles que podían falsarse (las relativas a la física, por ejemplo) han resultado todas falsas sin excepción, pero las que no eran falsables, siguen vigentes para muchas personas que siguen creyendo que se trata de afirmaciones insuperables, cuando en realidad solo son ingenuidades obvias o sencillamente erróneas.

Como resultado de esta situación, los filósofos clásicos elaboraron complejas teorías que se apoyaban sobre suposiciones que les parecían autoevidentes y reforzadas por el principio de autoridad. Aristóteles fue el gran exponente de una disciplina que se basó en un cuerpo doctrinal sostenido por la autoridad incuestionable de una persona.

A medida que la ciencia avanzaba y ganaba prestigio frente a las teorías embalsamadas de los clásicos, la filosofía se escindió en dos ramas:

La clásica, que sigue aferrada a formulaciones no falsables en la que la mente humana puede perderse bajo la falsa percepción de que se encuentra en el castillo de la gran verdad

La filosofía moderna, que se basa en los descubrimientos de la ciencia. Esta filosofía ha comprendido y aceptado el lugar subordinado que le corresponde frente a su hermana mayor la ciencia y se limita a imaginar las consecuencias que para el hombre tendrán los previsibles avances de la ciencia y, sobre todo, a interpretar, desde el punto de vista de la curiosidad humana, lo que la ciencia ha sacado a la luz.

Como ejemplo de lo que acabamos de decir, tomemos la felicidad, uno de los temas a los que los filósofos han dado más vueltas, por ser la aspiración más genuina y universal de la humanidad.

La ciencia, que se ha mantenido al margen de este debate hasta hace bien poco, ha descubierto ya la mecánica bioquímica de la felicidad y la razón adaptativa que le da sentido y nos permite comprender su dinámica y todas sus peculiaridades. Ahora la filosofía auténtica puede retomar su anterior discurso y emplear el nuevo material aportado por la ciencia para reformular una teoría humanista de la felicidad que sea coherente con los nuevos conocimientos objetivos. La ciencia, por lo tanto, se limitaría a proporcionar los datos crudos del mecanismo de la felicidad, y la filosofía moderna, se encargaría de reformularla en clave del interés humano y nos la trasladaría en unos términos que fueran útiles para los intereses humanos implicados en la búsqueda y comprensión de la felicidad.

En esta filosofía moderna no se van a encontrar verdades que la ciencia no haya aceptado, pero nos ayudará a conseguir que nuestras aspiraciones sean coherentes con la verdad científica y obtener nuevas respuestas a nuestras viejas preguntas. Por ejemplo, a las clásicas preguntas de ¿quienes, somos?, ¿de dónde venimos¿ o ¿a dónde vamos? La ciencia ofrece respuestas sólidas basadas en hechos y no en suposiciones como ocurría con la filosofía clásica.

Sin embargo, frente a la actitud de la filosofía moderna y sería, la filosofía clásica y sus acólitos se mueven rebotando en los "grandes pensadores" en los que fundamentan la valide de sus elucubraciones, como si la veracidad y solidez de sus premisas, residiese en el prestigio de ciertas personalidades consagradas por la tradición y no en el marchamo de autenticidad demostrable y demostrada que sólo la ciencia está en condiciones de proporcionar.

Un filósofo clásico expondrá sus teorías más peregrinas mencionando a cada paso a tal o cual filosofo de prestigio incuestionable y dará por cierta su conclusión final, sin importarle que no sea falsable, como le ocurre al resto de conjeturas sobre las que se ha fundamentado para llegar a su formulación.

En resumen, la filosofía no ha proporcionado ni una sola idea que haya demostrado ser útil, con excepción tal vez de algunos conceptos o relaciones matemáticas, y eso porque en realidad las matemáticas no son filosofía. La filosofía genuina de nuestro tiempo sólo puede aspirar a interpretar, en clave de curiosidad humana, los hallazgos de la ciencia, pero nada más. Ni tiene medios ni personas cualificadas y si un filosofo tuviese cualificación para actuar como un científico, sería un científico "aficionado" a la filosofía, como podría ser aficionado a los toros. Ningún científico se declara como filosofo aficionado a la ciencia porque la ciencia requiere una dedicación del 100% y nada hay tan noble y elevado como la ciencia para quien la conoce y comprende.

Política

La política es la disciplina que trata del autogobierno de los hombres. La ciencia solo puede pronunciarse en términos generales sobre los mecanismos del poder, explicar las razones que subyacen a los actos políticos, pero no puede hacer predicciones falsables porque hay demasiadas variables ocultas, demasiadas fuerzas interactuando como para que las predicciones sean útiles.

La ciencia conoce las leyes de la mecánica, pero no puede predecir las trayectorias de un grupo de bolas de acero que se lanzan sobre una plancha metálica, porque hay demasiados factores implicados, lo cual no significa que no pueda comprender lo que ocurre y por qué ocurre.

La ciencia, aunque comprenda la mecánica de un fenómeno, se somete a la autolimitación de no pronunciarse (como hace el materialismo dialectico) sobre cuestiones sobre la que no puede emitir predicciones falsables y consistentes. El materialismo dialectico reinterpreta la realidad para que se adapte a sus predicciones, a través de una serie de burdos trucos de dudosa honestidad intelectual.

En política, ninguna instancia, incluida la ciencia puede hacer predicciones fiables más allá de las que puede hacer el sentido común. Otra cosa es que, retrospectivamente, todos sepan lo que iba a ocurrir.

Al igual que ocurre con los adivinos, los comentaristas políticos se pasan la vida haciendo todo tipo de profecías contradictorias que abarcan toda la gama de futuribles. Al final, alguna predicción, por pura estadística, acaba acertando, pero en cada ocasión la suerte sonríe a un profeta. Por lo tanto, acertar por casualidad no tiene ningún merito ni valor ya que no mejora las expectativas de un próximo acierto, lo mismo que acertar una quiniela no mejora las posibilidades de repetir la hazaña.

Así que la política no genera verdades ni teorías verificables o predictivas y prueba de ello es que todavía hay partidarios del marxismo a pesar de los amplios fracasos cosechados. Basta con que se produzca una crisis económica para que saquen a Lenin de su tumba y lo pongan a danzar como el gran profeta que adivinó el futuro.

Pero todo esto no es más que una costosa diversión de las masas silvestres y no un lugar terreno en el que se puedan cosechar autenticas verdades y por eso la ciencia es, por definición, apolítica.

En conclusión, la ciencia es la única instancia que tiene el monopolio de la verdad, la única que dispone de un método capaz de filtrar la verdad de la falsedad, la única que dispone de métodos y personas capaces de encontrar nuevas verdades. Y como testimonio de todo ello, nos ha mostrado la estructura fina de la materia, la mecánica profunda de las células, la composición de galaxias tan lejanas que ni se pueden observar, ha construido máquinas que pueden derrotarnos en una partida de ajedrez o realizar millones de cálculos en el tiempo que parpadeamos, ha alargado nuestra vida en un factor de cuatro y… ni siquiera podemos imaginar lo que conseguirá en el próximo siglo.

En contraste, el resto de las disciplinas juntas arrojan un saldo cero. Nada que ofrecer, ni un solo logro, ni un solo avance, ni una sola mejora.

Y sin embargo, seguimos mayoritariamente menospreciándola, criticándola injustamente y acusándola de falsos crímenes. Y eso se debe, sencillamente, a que nadie nos enseñó en la escuela la importancia de la verdad y el peligro de la mentira. En su lugar nos enseñaron toda una cosmogonía mágica basada en una gran mentira y así seguimos: incapaces de distinguir lo verdadero de lo cierto y de apreciar la relevancia que la ciencia tiene en nuestras vidas.

9 comentarios:

  1. Anónimo4:23

    Hola.

    Creo que sí, hay otra rama en donde pueden encontrarse verdades: la filosofía.
    De hecho, creo que ésta es la punta que mueve a la ciencia en la dirección correcta, ya que primero indagamos, teorizamos y luego comprobamos y demostramos con datos certeros (si es posible en esa instancia).

    La combinación de ambas es la que trae certezas al mundo. De hecho, hay momentos en que la ciencia puede fallar y la filosofía puede aportar un poco de luz al respecto.

    Saludos
    PLPLE

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  2. Anónimo9:18

    "La ciencia no es una máquina objetiva dirigida hacia la verdad sino una actitud quintaesencialmente humana que se ve asediada por las presiones, las esperanzas y los prejuicios culturales". De Jay Gould en "El pulgar del panda".
    Un saludo

    ResponderEliminar
  3. Jay Gould fue un experto estudioso del evolucionismo muy respetado en su campo por su talento incuestionable aunque, debido a su condición de creyente, orientó sus mejores esfuerzos a demostrar la intervención divina en el proceso evolutivo.
    La evidencia del mecanismo de la selección natural es tan palmaria y abrumadora que ni la propia Iglesia se atreve a cuestionarla. Sin embargo, al ser el diseño inteligente la única prueba sólida de la existencia de un Dios providente, todos los creyentes se aferran a esa última oportunidad de encontrar una prueba "científica" de que, después de todo, tienen un billete válido para el tren de la inmortalidad que les llevará al paraíso terrenal.
    Gould, como todos los creyentes con formación científica, fija todos sus esfuerzos en descubrir algún punto en el proceso evolutivo que no se pueda explicar con el modelo que Darwin propuso y que aún no se ha cuestionado: "Aceptaría la invalidez del modelo evolucionista si hubiese un solo ejemplo en el que el diseño de un órgano, perteneciente a un ser vivo, no se hubiese producido en pasos minúsculos y siempre útiles a lo largo de todo el desarrollo".
    Gould intenta inútilmente encontrar ese santo grial de los creacionistas y aunque ha elaborado y propuesto difíciles desafíos a los evolucionistas convencidos, frente a sus propuestas siempre se han levantado soluciones de, al menos, la altura de sus objeciones.
    A todos nos gustaría que el Dios providente y bueno existiese y nos llevara al paraíso donde seríamos eternamente felices, pero los cuentos infantiles son sólo eso: cuentos infantiles.
    Un científico se debe a la verdad antes que a sus expectativas en el más allá y no puede afirmar, como hace Gould, que existen dos magisterios: el de la fe y el de la ciencia, totalmente separados. Sería como decir que existen dos explicaciones para la caída de una manzana: el modelo gravitacional que propuso Newton y el modelo divino, que podría resumirse en "la manzana cae porque Dios así lo quiere".
    El segundo modelo es innecesario para explicar el fenómeno y, lo que es peor, no conduce a ninguna parte, salvo a la sumisión lanar ante un ser omnipotente que lo explica todo y que nos recompensará largamente por la aceptación irracional de lo que se dice en un libro de origen y autor desconocido plagado de inconsistencias lógicas y de historias infantiles.
    Por otro lado, Gould afirma que la ciencia "no es una máquina objetiva dirigida hacia la verdad" sin dar una definición alternativa, lo que lo coloca en la posición de un Dios omnisciente que puede afirmar cualquier cosa sin tener que explicarla, porque es, en definitiva el hacedor del universo y por ello no necesita justificar sus afirmaciones.
    La ciencia es, justamente, una máquina, que intenta ser objetiva, y que se dirige, en la medida de sus posibilidades, hacia la verdad.
    La ciencia nos ha proporcionado verdades demostradas y demostrables que el hombre, sin la ciencia, jamás hubiese alcanzado y ni siquiera imaginado. Conocemos la estructura fina de los átomos y eso nos permite, entre otras cosas, fabricar transistores, ordenadores cuánticos y adivinar las reacciones que tienen lugar en estrellas situadas a millones de años luz. Hemos descubierto el significado del código genético y ya podemos manipularlo con creciente competencia para cambiar la estructura de los seres vivos de una manera consciente y deliberada. ¿se parece esto a la verdad o la verdad sería afirmar que cuando morimos vamos al cielo o al infierno?
    La ciencia se rige únicamente por el principio de objetividad porque sólo así puede avanzar hacia la verdad y desea avanzar hacia la verdad porque sabe por experiencia que ese acercamiento le abre ilimitadas posibilidades de transformar la realidad del ser humano en la dirección que el ser humano desea. El inmenso activo que la ciencia nos ofrece, es la prueba más evidente de que se acerca a la verdad y de que es objetiva porque sólo siendo objetiva se puede acercar a la verdad.
    Ciertamente la ciencia, en cuanto que está formada por hombres, es sensible a las presiones, prejuicios y anhelos que afectan al hombre (cómo le ocurre a Gould) pero hay una diferencia fundamental con las otras disciplinas que pretenden buscar la verdad. La ciencia tiene un juez supremo que sanciona todas las ocurrencias y especulaciones de los científicos y ese juez supremo es la realidad, la única que puede validar una ocurrencia y elevarla al estatus de verdad o relegarla a la condición de falsedad o error.
    Así que la verdad no es lo que dice un libro escrito por no se sabe quién y no se sabe cuándo, sino toda aquella teoría o afirmación que es verificable y que puede hacer predicciones que se cumplen siempre en el mundo real y todo ello medido objetivamente, es decir, por un método que excluya la subjetividad humana, sus intereses, sus filias y sus fobias. Por ejemplo, a la hora de evaluar el poder curativo de un nuevo fármaco, la ciencia se emplea el método de doble ciego, que consiste en que tanto el médico que receta el fármaco como el paciente que lo toma, desconocen si es un fármaco o un placebo. Eso es un ejemplo de honradez intelectual y de eficacia objetiva que no emplea ninguna otra instancia, fuera de la ciencia.
    Un ejemplo palmario del método que emplea la ciencia para acercarse a la verdad lo constituye el colisionador de hadrones de Ginebra. Aparte de la ciencia ¿alguien es capaz de construir semejante máquina? ¿Alguien está interesado en descubrir si existe el bosón de Higgins? ¿Alguien sacaría alguna conclusión práctica de lo que ocurra cuando colisionen las partículas a la velocidad de la luz?
    La ciencia tiene el monopolio de la verdad no porque impida a los demás buscarla, sino porque es, desde hace algunos cientos de años, la única comunidad humana empeñada en la búsqueda de la verdad, cualquiera que esta sea, porque han comprendido (y ahí está la clave de su éxito) que sólo la verdad auténtica tiene el poder de transformar el mundo en un sentido positivo y de hacer avanzar a la humanidad.
    Y todos sus competidores de la ciencia han quedado tan atrás que ya han dejado de ser competidores hace muchos siglos. Los competidores de la ciencia sólo están interesados en demostrar su verdad particular, una verdad falsa pero que ellos han aprendido a explotar y la han convertido en su medio de vida, vendiéndosela a los incautos ciudadanos silvestres que constituyen las sociedades modernas y a los que nadie se ha tomado la molestia de enseñar, en su tierna infancia, a distinguir la falsedad de la verdad ni la crucial importancia que esto tiene.
    Saludos.

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  4. Anónimo0:42

    Yack: El problema de la verdad no se reduce sólo a las ciencias de la naturaleza. La vida del hombre se desarrolla en múltiples ambientes y en todos ellos busca la verdad. Desde la más remota antigüedad todos los pensadores han investigado lo que es verdadero o falso. Hay múltiples teorías y definiciones. La ciencia empezó siendo filosofía, porque la filosofía se plantea preguntas. ¿Qué es la materia? ¿Cuáles son las substancias que componen la Tierra? ¿Cómo se originó el universo? ¿De dónde venimos? ¿Quienes somos? y así hasta el infinito. Es evidente que al no existir medios tecnológicos para comprobar las hipótesis de los primeros filósofos estos cometieran muchos errores.
    El más grande pensador de todos los tiempos, Aristóteles, cometió algunos errores. Por ejemplo, dijo que la Tierra era plana o que era el centro del sistema solar, girando alrededor de ella los planetas. Pero era tal su prestigio que, incluso la Iglesia, adoptó su doctrina sobre la Tierra.
    No fué hasta el renacimiento, con los primeros instrumentos ópticos, cuando se pudo observar el firmamento y comprobar que era erróneo su planteamiento sobre la Tierra. Sin embargo,teniendo en cuenta, que investigó todas las ramas de la ciencia, sus aportaciones y aciertos fueron tan grandes que llegan hasta hoy día. Su LÓGICA cosntituye una forma de buscar la verdad. Se le llama LÓGICA FORMAL y todos los filósofos posteriores han tenido que partir de ahí. El pensamiento occidental está basado en lo que dijo Aristóteles. No se puede despreciar a los grandes filósofos para enaltecer a la ciencia.
    Desde luego que hoy la filosofía no tiene nada que decir en el campo de la ciencia. Son dos ramas distintas y sus fines también. Hoy día se utiliza la filosofía crítica y la analítica. Pensemos que, aparte de la verdad científica, que sería meramente instrumental, está la VERDAD del hombre. Para que querríamos un avance científico extraordinario, si no supiéramos qué límites hay que poner a determinadas cuestiones o a qué fines se drigen los nuevos logros científicos.
    Todas las disciplinas disponen de métodos para averigar la verdad. ¿Es que la sociología no es una ciencia? ¿Cómo se averigüan las tendencias del voto? ¿Y lo que van a comprar los consumidores? Desde luego, no es química: 2 moléculas de hidrógeno más una de oxigeno, siempre da agua. Pero si nos sirve para averiguar tendencias.
    Y la ciencia política, ¿no es ciencia? ¿No se establecen unas condiciones para llamar a un sistema una democracia? Si no las cumple, sabemos que no es en verdad una democracia. Podríamos seguir así en todas las disciplinas. El hombre siempre busca la verdad y es tan importante en las ciencias de la naturaleza como en las demás.

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  5. Warrior, no sé quién ha dicho que Aristóteles es el mayor pensador de todos los tiempos y en que se ha basado, pero lo que aquí y ahora nos interesa es quién o qué está en condiciones aquí y ahora, de discernir la falsedad de la verdad y de generar nuevas verdades comprobables y útiles para la sociedad en su conjunto. Supongo que no estás proponiendo que para distinguir lo cierto de lo falso consultemos los escritos de Aristóteles como hacían en la Edad Medía porque eso nos llevaría directamente a la barbarie. Yo no pretendo despreciar a esos que tu llamas grandes filósofos, ni perder un segundo (y ahora lo estoy haciendo en atención a ti) en discutir si acertaron o se equivocaron. A estas alturas de la historia del pensamiento, a nadie le preocupa las etiquetas que llevan adheridas las afirmaciones y las teorias sino si resisten a la prueba de la verdad y si no lo hacen son arrojadas al fuego eterno.
    La ciencia al día de hoy es la única que se toma en serio la comprobación objetiva de las teorías y de las afirmaciones y por eso es la única que progresa. La teoría del flogisto o de los cuatro elementos ha sido descartada porque no es falsable ni predictiva y ha siso sustituida por otras que sí lo son. El principio de autoridad ha sido sustituido (sólo en la ciencia) por el principio de validación contra la realidad y a nadie le preocupa ya quien fue el que formuló determinada teoría más allá de lo anecdótico.
    Contestando a tu pregunta, te diré que la sociología es un totum revolutum que contiene entre otros ingredientes, información y técnicas científicas (como la estadística), pero que al mezclarlas con creencias y ocurrencias no falsables arroja un resultado poco fiable en los casos difíciles. La ciencia no admite como científicos los sistemas que sólo hacen predicciones en situaciones favorables de evolución lineal (el pib crecerá en torno al 3% este año) pero fallan estrepitosamente en situaciones difíciles (el año próximo se producirá una crisis que pondrá el pib en el -3%).
    En cuanto a decidir si un país se rige por una democracia auténtica, primero habría que determinar qué es una democracia auténtica, y ahí no hay consenso porque los soviéticos creían que vivían en una democracia perfecta y los cubanos lo siguen creyendo (salvo lo que están en Miami). Pero aun suponiendo que existiese esa definición, cada uno opinaría diferente según sus intereses y prejuicios ideológicos. Una disciplina científica no se puede permitir bandos eternamente enfrentados sobre interpretaciones antagónicas de la realidad.
    Y por último, es cierto que el hombre busca la verdad, pero en la mayoría de los casos, la verdad que a él le interesa, mientras que la ciencia busca la verdad, le interese o no, porque es la única que ha comprendido algo muy importante: Que sólo la verdad auténtica nos ayudará a progresar realmente.
    Saludos.

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  6. grd2:34

    El propio conocimiento tiende a la verdad y esto es lo que determina el carácter progresivo del conocimiento

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  7. Es posible que lleves razón pero me reconocerás que a veces el conocimiento recorre inmensos meandros por el territorio del error y del horror (la teología de la Edad Media, por ejemplo).

    Sólo cuando el hombre descubrió y entendió cabalmente el concepto de ciencia, comenzó a caminar con paso firme hacia la verdad y hacia el progreso real.

    En pocas palabras, el paradigma científico se basa en aprender a interrogar a la Naturaleza (con el experimento, por ejemplo) y en hacer oídos sordos a todo lo que no esté validado por la respuesta que la Naturaleza da a las preguntas que la ciencia le formula.

    Saludos.

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  8. Anónimo12:27

    Tanto la ciencia como la religión son formas de interpretar la realidad. La ciencia parte del pensamiento racional (hemisferio cerebral izquierdo) mientras que la religión parte del pensamiento mítico o simbólico (hemisferio cerebral derecho). Para conocer la verdadera esencia de la realidad sería necesario elaborar un modelo epistemológico que fusionase de manera equilibrada lo racional y lo símbólico.

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  9. Te doy toda la razón en lo primero que dices. Es cierto que tanto la religión como la ciencia son dos métodos diferentes de interpretar la realidad. Y yo añadiría que la gran diferencia está en que la interpretación religiosa es falsa, inútil y peligrosa, mientras que la de la ciencia es correcta, útil y fiable.

    No me parece buena idea mezclarlas y sí en cambio mantenerlas cuidadosamente aisladas para evitar que la ciencia se contamine y pierda su utilidad y fiabilidad.

    Saludos.

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