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El papel de la autoridad en la educación de los hijos

En los últimos 50 años la sociedad se ha cuestionado seriamente el papel de la autoridad en general y muy particularmente en la educación de los hijos. ¿Es necesaria la autoridad? ¿Hasta dónde hay que llevarla? ¿Se puede educar sin autoridad? ¿Cómo conservar e imponer la autoridad?
La tertulia se plantea la búsqueda de respuestas a estas cuestiones y posibles soluciones prácticas para una educación más eficiente y enriquecedora.

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Yack:
El problema que tienen los padres con la educación de sus hijos deriva directamente del cambio que ha experimentado la sociedad en los últimos 50 años. Este cambio, que podríamos llamar "el sindrome del buenismo" presupone que se puede alcanzar cualquier objetivo social sin molestar ni doblegar la voluntad de nadie y que la autoridad, la represión o el castigo son innecesarios y condenables legal y moralmente.


La relación paterno-filial, como casi todas las formas de relación humanas, conlleva un componente importante de lucha jerárquica por el poder.

Educar a un hijo implica torcer y violentar continuamente su natural tendencia a la obtención de placer inmediato y sin esfuerzo, obligándolo a recorrer tortuosos y complicados caminos para que se convierta en un miembro apto para vivir en sociedad. A esto se le llama "educar".

Solo así es posible reprogramar sus circuitos neuronales para reemplazar el comportamiento salvaje y egoísta que trae de fábrica por otro colaborativo en el que tenga cabida el altruismo y la generosidad, aunque sólo sea como un cálculo consciente o inconsciente de beneficio a largo plazo: "Si soy bueno con los demás, los demás lo serán conmigo".

Pero para doblegar continuamente la voluntad del hijo y obligarle a hacer lo que no quiere e impedirle hacer lo que desea, se necesita la autoridad que, básicamente, es un mecanismo con capacidad de impartir órdenes de obligado cumplimiento y de inflingir dolor moral o físico si no es obedecido.

Ante la disyuntiva de hacer algo incomodo (como estudiar) o algo divertido que conlleve un castigo (como irse a un salón recreativo en lugar de asistir a clase), el niño opta por la opción menos mala, es decir, por hacer algo incomodo que no tenga asociado un castigo.

Sin embargo, los niños actuales se dan cuenta, en torno a los 15 años, de que la autoridad del padre se basa en un farol, en una amenaza que no puede cumplirse por dos buenos motivos:

- Porque el padre está condicionado genéticamente para no dañarlo. Todos hemos oido a nuestros padres la frase falsamente amenazadora, pero realmente claudicante: "¡Si no fueras mi hijo...!".

- Porque la sociedad ha cometido el monumental error de quitarle el derecho de recurrir a la coerción necesaria para poder imponer su autoridad. Y no hablo de castigos desproporcionados y abusivos, sino de los razonables.

Cuando el adolescente toma conciencia de que puede actuar con total impunidad y de que está tratando con un adversario jerárquico que carece de capacidad disuasiva real, comienza la demolición sistemática de la autoridad del padre hasta dejarlo reducido a la condición de un mero financiador, necesario pero incomodo, de sus crecientes gastos.

La única estrategia posible, por parte de los padres, pasa por no olvidar en ningún momento que las relaciones padre-hijo son una guerra jerárquica que inexorablemente acabará ganando el hijo y que cada error que cometan se pagará con un retroceso hacia la derrota final.

Para diferir ese doloroso momento, en el que los padres se convertirán en un reos dentro de su propio hogar, y perderán su capacidad para proteger a sus hijos de su inmadurez e inexperiencia, sugiero estas normas:

1 No discutir nunca con los hijos ni mostrar enfado explicito por nada de lo que hagan o dejen de hacer. El enfado explicito es signo de debilidad y es utilizado por el hijo para evaluar los limites de su oponente y planear con mayor exactitud el próximo enfrentamiento. Así pues, ante un acto de nuestros hijos que nos desagrade, hay que mantener una calma absoluta, sin proporcioonar ninguna información sobre nuestro estado de animos. Dejemos que ellos la interpreten, y al hacerlo, pondrán atención en comprendernos y en complacernos, porque sólo conseguirán algo de nosostros sin nos complacen. Y lo contrario de complacer, es enfadar.
Además, el enfadar a un adversario jerárquico, sin riesgo de castigo, proporciona placer y puede convertirse en una buena razón, por sí misma, para incordiarlo y oponerse a sus mandatos y directrices.


2 El padre debe condicionar la concesión de cualquier beneficio extra (ropa a la moda, sueldo, piscina, televisión, ordenador, videojuegos, viajes, etc.) al grado de simpatía que exista en cada momento con el hijo y nunca establecer derechos que el hijo pueda exigir o tomarse por su propia cuenta. La idea es que el niño asocie el placer con el estado de ánimo del padre en relación a él. La norma es: Cuanto mejor sea, tanto más satisfacciones recibirá.

Asímismo, el padre no debe conceder ningún benéfico en respuesta a una reclamación, justa o no, por parte del hijo, sino siempre como un acto espontáneo e impredecible en cuantía y momento que dependa, únicamente, de su deseo caprichoso de condecerselo. Naturalmente esa generosidad, debe ser una respuesta al comportamiento del hijo, pero no conviene que sea un impulso inmediato y automático, sino producto de un estado general de satisfacción.

No hay nadie más temible que aquel que se comporta arbitrariamente, y nada más reconfortante y positivo para las relaciones que el conocimiento de que la única forma de obtener beneficios de una persona, pasa por despertar su generosidad.

3 En ningún caso, el padre debe explicar por qué concede o deniega un deseo al hijo. La razón de ello es que es preferible que sea el hijo el que realice el esfuerzo de descubrimiento y comprensión de las reglas que le permitirán conquistar la simpatía del padre. Al hacerlo él, ese conocimiento le resultará incuestionable (una ley de la naturaleza) y muy valioso en cuanto representa la llave para acceder al placer que puede conseguir a través del padre. ¡Nada de explicaciones sobre la propia conducta!

4 Ponerse de acuerdo con la pareja en los principios para llevar una política de total coherencia y a ser posible dejar en manos de uno de ellos (que puede ser el padre o la madre) la responsabilidad de conceder todos los beneficios, delegando en él la última palabra. De no hacerlo así, el hijo jugará con los dos y, además, recibirá el mensaje de que los derechos y las obligaciones, los premios y los castigos son relativos y diferentes según los gestione el padre o la madre. Estas diferencias sólo pueden evitarse condicionando siempre las deciciones importantes a la autorización del otro conyuge.

El niño tratará de dirigirse, en cada caso, el más tolerante para solicitar favores, evitando a aquel con el que no se ha portado bien. La forma de cortocircuitar esta estrategia es la de hacerle ver que cualquier decisión tiene que ser validada por ambos conyuges.
Ante una petición al conyuge A, éste puede denegarlo sin más o bien decirle: "Por mí vale, pero se lo tienes que decir a tu padre/madre".

En ningún caso, puede haber ningún desacuerdo entre ambos padres, y menos aún sobre cuestiones que conciernen al niño. Es necesario acordar, como norma, poder absoluto de ambos padres para conceder o denegar deseos, aunque siempre supeditados a la validación por parte del otro conyuge.

El niño tiene que entender claramente que los dos padres representan una misma voluntad y que es inutil comprar el favor de uno para evitar al otro.

En las decisiones realmente importantes, los padres deben discutir las disensiones en lugares dónde no pueda oírlos el niño, ni nadie (hermanos, familiares, amigos) que puedan hacerle sabedor del conflicto.

5 Naturalmente es imposible llevar a rajatabla todas estas normas porque el resto de la sociedad las ignora y el hijo se siente en el derecho de no recibir un trato discriminatorio y eso se transforma en rencor en lugar de aceptación. Estas recomendaciones son sólo directrices para diferir la derrota final, que hay que administrar con buen sentido.

La idea es ir cediendo prerrogativas antes de que su mantenimiento se vuelva insostenible, pero cada vez que se ceda un derecho hay que hacerlo de tal forma que parezca un premio a la responsabilidad acreditada por el hijo y nunca una cesión ante una presión insostenible, porque en tal caso el hijo sacará la conclusión que puede conseguir ventajas mediante la presión.

Warrior:
Parto del principio de que lo único que nos separa de los animales es la educación y la cultura y que, por tanto, sin educación el ser humano seguiría siendo un homínido.
Yo creo que, para educar a los hijos, lo primero es partir de unos valores o principios que compartan el padre y la madre. Recalco que en esos valores deben de estar de acuerdo los dos progenitores, pues sería muy negativo para el hijo recibir informaciones contradictorias.
También quiero hacer notar que sin el ejemplo de los padres no vale para nada decir valores que no se cumplen. El niño hace lo que ve, no lo que le dicen. Un ejemplo sería si el padre dice “¡No tires los papeles al suelo!” y el hijo ve como su padre lo hace. Evidentemente ese niño tirará los papeles al suelo.
A continuación voy a mencionar una serie de valores que para mí son imprescindibles para educar a un hijo, y hacer de éste una persona y un ciudadano. El orden en que están puestos no significa que sean unos más importantes que otros:
A)Autoridad. No en el sentido de imponer a alguien su criterio, sino la autoridad que da el conocimiento. Un ejemplo claro sería la autoridad del piloto en un avión, pues hay que obedecerle no por imposición sino porque es el único que conoce el manejo del aparato y de él depende la vida de los pasajeros.
B) Respeto. A los demás, a todo lo viviente y a las cosas.
C) Sentido crítico.
D) Amor a la verdad.
E) Amor al conocimiento.
F) Coherencia.
G) Sentido de responsabilidad.
H) Compromiso.
I) Amor a la naturaleza.
J) Amor a la belleza.
K) Amor a la justicia.

Es evidente que estos valores que quieren transmitir los padres tendrán que estar en consonancia con los de la sociedad. Desgraciadamente no parece que la sociedad vaya por ahí, pero la sociedad no es un ente abstracto sino que está formada por seres humanos, los cuales si llegan a ser bien educados cambiarán la sociedad.

2 comentarios:

  1. Anónimo10:27

    Desgraciadamente no parece que la sociedad vaya por ahí, pero la sociedad no es un ente abstracto sino que está formada por seres humanos, los cuales si llegan a ser bien educados cambiarán la sociedad.

    Si, de acuerdo, pero quién determina lo que esta bien o mal para educar bien a los hijos.
    El problema es que, salvo la verdad revelada, no hay forma de establecer una norma indiscutible que sirva para educar "bien" a las proximas generaciones.

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  2. Esa es una buena pregunta. La respuesta que yo te daría es que habría que recurrir al sentido común, basado en los conocimientos científicos, médicos, antropológicos y en el estudio comparado con otras especies de primates. Y todo ello desde la perspectiva esclarecedora del modelo evolucionista de la selección natural.
    Tal vez la única forma de conseguir elaborar una norma práctica de lo que está bien y de lo que está mal, pase por confiar más en los conocimientos científicos y menos en las ocurrencias demagógicas de los políticos que antes que en el bienestar de los ciudadanos, están interesados en sus votos y para conseguirlos no dudan en darles la razón y en mostrarse de acuerdo con cualquier costumbre generalizada por muy perniciosa que sea.
    Saludos

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