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Intuición vs racionalidad

A menudo contraponemos la intuición a la racionalidad como si fueran conceptos radicalmente distintos, contrarios y casi siempre incompatibles.

En esta ocasión trataremos de averiguar la naturaleza de ambas formas de pensamiento, su jerarquía en la mente humana y sus aparentes contradicciones y enfrentamientos.

En este vídeo se habla de la intuición y la racionalidad, así como de otros temas de interés práctico para ser razonablemente feliz.




Yack:
En cada ocasión que nos enfrentamos a una decisión o, lo que viene a ser lo mismo, a la búsqueda de la solución a un problema, disponemos de dos mecanismos diferentes para resolver la situación:

La intuición, que proporciona instantáneamente la solución en forma de certeza desnuda, desprovista de argumentos y consideraciones complementarias.

El razonamiento, un proceso consciente y voluntario que requiere recopilación de datos, generación de soluciones provisionales, elaboración dinámica de soluciones complejas, y elección final de la mejor opción para la resolución del problema o la toma de decisiones.
Pero, ¿cuándo usamos una u otra?, ¿Cuál es la más fiable de las dos? ¿Cuál de ellas debemos tomar en consideración?

Para responder con fundamento a estas preguntas resulta necesario comprender la naturaleza profunda de ambas formas de pensamiento. Comenzaremos por considerar la conducta de los animales que nos han acompañado en el largo camino evolutivo, durante el cual, hubieron de conformarse, necesariamente, estas dos formas de pensamiento.

Se suele afirmar que los animales “irracionales” (todos menos los humanos) actúan por intuición o, más exactamente, por instinto, es decir, omitiendo toda reflexión durante la toma de decisiones. Su racionalidad, de existir, sería mínima, mientras que su intuición o instinto sería máximo.

Pero a medida que ascendemos por la escala de complejidad animal podemos apreciar una creciente capacidad para afrontar situaciones nuevas con éxito. Los primates, entre los que se cuenta nuestra especie, representan el linaje con mayor capacidad para afrontar con éxito situaciones nuevas. Esta capacidad está gestionada por el neocortex, que puede definirse como una capa de neuronas de reciente adquisición que sólo poseen los animales superiores y que es la responsable de gestionar la resolución de situaciones inéditas para el individuo.

La intuición sería, por lo tanto, el mecanismo cerebral que nos aporta soluciones basadas en experiencias anteriores resueltas con éxito, mientras que la razón se encargaría de resolver problemas nuevos, para los que la intuición no encuentra antecedentes fiables.

Y ahora convendría añadir que si bien es opinión muy extendida que la intuición es opuesta a la razón y, por tanto, más propensa al error y propia de personas irreflexivas y poco cultivadas, debemos considerar que el 99’99 % de las decisiones que tomamos en nuestra vida son intuitivas, es decir, instantáneas y basadas en la experiencia acumulada. Veamos, con mayor detalle cómo funciona la intuición si queremos entender la afirmación que acabamos de hacer.
La intuición es una forma de inteligencia (entendida esta como la habilidad para resolver problemas y alcanzar objetivos) que posee una componente genética y otra aprendida.

-Genética en cuanto que las neuronas y las conexiones de nuestro cerebro ya están organizadas y estructuradas en el momento de nacer para resolver el tipo de problemas que nos vamos a encontrar. ¿Pero cómo sabe la naturaleza el tipo de problemas con que nos vamos a enfrentar?

Habitamos en un universo y dentro de él en un planeta definido por una serie de leyes y propiedades generales y constantes (gravedad, inercia, presión, propiedades de la luz y del sonido, etc.). Por otro lado, como primates vamos a tener que enfrentarnos con problemas específicos de relación social, jerarquía, agresividad, sexo, lenguaje, etc.

La estructura cerebral innata ya está configurada y prevista para afrontar los desafíos que, con seguridad, nos planteará en entorno y, además, debe proporcionarnos los conocimientos mínimos para sobrevivir en las primeras fases de nuestra vida (instinto de succión y deglución, reconocimiento de rostros, reacciones emotivas, etc.).

Se trata de un conocimiento “instintivo” o “intuitivo” generado y modelado por el proceso de selección natural que ha tenido lugar a lo largo de millones de años de interacción constante de cada especie con su medio ambiente. Prueba de ello es que los animales más primitivos ya nacen sabiendo realizar todas las acciones que necesitarán para sobrevivir en su hábitat.

El hecho de que pueda parecer, a primera vista, que esta circunstancia no se da en la especie humana, se debe a que nuestro cerebro posee mayor plasticidad para adaptarse con más eficiencia y sutileza al entorno, lo que se traduce en una aparente inmadurez inicial que, sin embargo, se ve recompensada en pocos años por una mayor flexibilidad mental y en un más profundo dominio y comprensión del medio. Adicionalmente y por razón de nuestro gran cerebro, los humanos nacemos prematuramente (neotenia) para hacer compatible nuestro rápido desarrollo craneal con la configuración de las caderas de la hembra humana.

-Aprendida en cuanto que su configuración se produce a lo largo de la vida del individuo. El diseño genético de la organización neuronal y sináptica sólo llega hasta cierto nivel quedando el resto de la configuración confiado a la experiencia vital del individuo a lo largo de la cual se van estableciendo nuevas sinapsis o deshaciéndose las ya existentes en función de las experiencias exitosas o fallidas que experimenta el individuo. Un niño que nace en una tribu de bosquimanos, por ejemplo, requiere un recableado cerebral (una inteligencia intuitiva) muy diferente al que nace en un país avanzado, porque las habilidades que debe desarrollar, serán muy diferentes.

Cuando el individuo se hace adulto, sus experiencias vitales han podido condicionar la configuración de sus neuronas hasta tal punto, que ha perdido buena parte de su capacidad para adaptarse a un ambiente diferente al que ha presidido su desarrollo infantil.
Aclarada ya la doble procedencia del pensamiento intuitivo (genético y aprendido) sigamos profundizando en su naturaleza.

El pensamiento intuitivo se encarga de todas aquellas funciones que requieren una toma rápida de decisiones como, por ejemplo, las involucradas en actividades como caminar, hablar, comer, etc. La capacidad para desplazarnos por terrenos accidentados de manera automática se debe a la intuición y de no ser por esta base de conocimientos y habilidades, no dispondríamos de tiempo para “reflexionar” sobre las miles de pequeñas decisiones que tenemos que tomar a cada paso. Sencillamente la inteligencia racional no podría dar cobertura a estas actividades, aunque sólo fuese por razón de sus dilatados tiempos de respuesta.

Por tanto, la intuición puede definirse como un tipo de pensamiento casi instantáneo, heredado de nuestros antepasados más primitivos, soportado por una red neuronal configurada de tal forma que es capaz de dar respuestas acertadas e instantáneas a la mayoría de los problemas que se presentan.

Consideremos con más detalle el ejemplo de la habilidad para caminar: desde que nacimos y durante los años que nos llevó dominar la técnica de la locomoción, nuestra mente creó millones de conexiones nerviosas entre neuronas especializadas que, finalmente, desarrollaron esa habilidad hasta alcanzar la madurez. Pero no se trata de una habilidad robótica, ni de una serie de rutinas deterministas que se activan cada vez que damos un paso. Cada terreno que pisamos es diferente y nuestra intuición tiene que encontrar soluciones diferentes y casi instantáneas cada vez que apoyamos el pie en el suelo. Hablamos, por tanto, de un potente sistema de pensamiento, versátil y adaptativo, inconsciente y sorprendentemente eficaz, aunque con limitaciones como veremos a continuación.

Ya hemos visto lo mucho que da de sí el pensamiento intuitivo, pero imaginemos que mientras caminamos nos encontramos ante un enorme socavón que debemos atravesar necesariamente. En este caso nuestra intuición no es capaz de ofrecer una solución eficaz porque nunca se ha enfrentado a un problema similar. Un animal “irracional” renunciaría a resolver el problema o tal vez moriría en un intento desesperado de salvar la situación con la sola ayuda de su intuición. Sin embargo, el ser humano enfrentado a esta situación, puede poner en marcha su pensamiento racional, sustentado en una extensa área de neuronas especializadas en resolver problemas inéditos. En realidad, los animales superiores también poseen una porción de neuronas destinadas al razonamiento, pero esa área es de menor extensión que en el ser humano y, de ahí, que su raciocinio sea tan escaso, en comparación con el nuestro, que apenas detectamos su actuación más allá de un ligero titubeo del animal.

Pero, ¿cómo funciona el razonamiento? ¿En qué se diferencia del pensamiento intuitivo?
Imaginemos la intuición como una compleja red de neuronas preconfiguradas por la genética y reconfiguradas continuamente por las experiencias, capaz de emitir respuestas instantáneas a cualquier problema que se le plantee, basándose en la similitud con situaciones anteriores. La intuición basa su capacidad resolutiva en la experiencia adquirida en la resolución exitosa de situaciones similares, que no iguales.

El razonamiento, por el contrario, estaría soportado por una capa de neuronas estructuradas bajo un modelo organizativo capaz de realizar las siguientes funciones:

- Recibir sugerencias u ocurrencias de la capa inferior intuitiva, basadas en la similitud con experiencias anteriores.

- Generar una simulación virtual del mundo real, o más exactamente del escenario en que se van a poner en práctica las soluciones recibidas de la intuición. Podemos identificar esta simulación con la imaginación, que se manifiesta en su mayor esplendor en los sueños, durante los cuales el cerebro genera una detallada realidad virtual con la que podemos interactuar.

- Poner en práctica las ocurrencias generadas por la intuición dentro del simulador virtual, seguir su desarrollo hasta encontrar nuevas situaciones problemáticas, recabar de la intuición nuevas ocurrencias intuitivas para la nueva situación planteada y así sucesivamente hasta configurar una ruta de resolución completa, un plan de actuación exitoso. Si alguna de las rutas candidatas llegase a un punto muerto, se descarta y se inician nuevas rutas alternativas partiendo de diferentes orígenes y se sigue recabando ocurrencias, probándolas en el simulador y perfeccionándolas hasta encontrar una solución válida o, en su defecto, la opción menos mala.
Como ilustración a lo que acabamos de decir, consideremos el proceso mental que tiene lugar en la mente de un jugador de ajedrez enfrentado a su próximo movimiento.

En un primer momento, explora visualmente el tablero y deja que la intuición emita sugerencias sobre las mejores jugadas. Por ejemplo, capturar a la reina del adversario. Todavía no ha entrado en juego la inteligencia racional.

A continuación, se pone en marcha el pensamiento racional, simulando un tablero virtual y observando en él lo que puede ocurrir en el transcurso de dos o tres jugadas, teniendo en cuenta las normas del juego del ajedrez y las previsibles jugadas del adversario al que se le supone el objetivo de ganar y se le atribuye una determinada capacidad táctica.

Pero antes de tomar una decisión final, recaba de la intuición otras posibles jugadas, en apariencia menos prometedoras y simula sus consecuencias futuras hasta donde puede imaginar, porque la proyección de la partida en el futuro incrementa exponencialmente las vías de análisis y pronto se llega al colapso de la capacidad de simulación. Si en el límite de la simulación futura una jugada se muestra más exitosa, es elegida como la mejor candidata y sólo después de haber agotado el tiempo de razonamiento disponible, se opta por pasar a la acción y mover. Ni que decir tiene, que una vez que la decisión se ha aplicado en el mundo real, se pierde la capacidad de cambiar de opinión, al pasar de la simulación virtual al terreno del mundo real.

Un ordenador que ejecuta un programa de ajedrez no tiene intuición (experiencia inteligente) y por eso se ve obligado a analizar una a una todas las posibles jugadas junto a su árbol de posibilidades para valorarlas.

Un buen jugador humano ya tiene realizados buena parte de los cálculos a través de su experiencia intuitiva. Le basta con unos segundos para obtener una idea de la situación general de la partida y en cada simulación que genera, emplea su poderosa intuición para ahorrar mucho trabajo de computación. Por eso los jugadores humanos han sido durante mucho tiempo mejores que los ordenadores, aunque debido a que estos duplican su capacidad de cómputo cada dos años, han conseguido derrotar a la intuición humana mediante la fuerza bruta de la computación ultrarrápida y exhaustiva. Sin embargo, el ordenador sólo vence al ser humano en campos como el ajedrez, donde existen pocas variables en juego. En el campo de las relaciones humanas, por ejemplo, el ser humano supera con creces a cualquier ordenador porque este carece de intuición y debe comprobar en cada cálculo todas las posibilidades, cuyo número se disparan exponencialmente y enseguida escapa de la capacidad práctica de computación de la máquina.
Los programas más sofisticados de ajedrez disponen de bibliotecas de aperturas que les permiten tomar decisiones rápidas y optimizas para las primeras jugadas, pero una vez superada la fase inicial en la que todas las configuraciones posibles pueden adscribirse a algún tipo de apertura conocida, deben recurrir a la fuerza bruta y analizar cada posible jugada en todas sus astronómicas posibilidades de bifurcación expansiva.

Es decir, el ordenador puede aprovechar en las primeras jugadas la valoración predeterminada siempre que los esquemas correspondan exactamente con alguna de la configuración que tiene almacenada en su memoria de aperturas, pero basta con que cambie alguna posición, para que deba renunciar a esta ayuda. La intuición humana, y la peculiar configuración neuronal que le da soporte, es capaz de sacar conclusiones útiles de la similitud (sin que deba haber coincidencia exacta), lo que le permite ampliar extraordinariamente su ámbito de aplicación a la resolución de problemas parecidos aunque no idénticos.

En resumen, la búsqueda de soluciones se nutre de la intuición que es la que instancia de nuestra mente que aporta “ocurrencias” automáticas y “sabias” basadas en la similitud con situaciones anteriores. Según esto, la calidad de la intuición dependerá, por un lado, de la experiencia acumulada por el sujeto en ese campo concreto (un músico profesional) y de otra de la calidad intrínseca del tejido neuronal implicado (el genial Mozart frente a un músico mediocre).
Pero, evidentemente, no todas las ocurrencias de la intuición tienen igual rango de seguridad. Ante determinados problemas, podemos recibir una norma de actuación intuitiva que nos proporcione absoluta certeza sobre su capacidad para resolver el problema o, por el contrario un nivel insuficiente.

Nos encontramos aquí con el problema de cuándo ejecutar la solución intuitiva o cuando poner en marcha la maquinaria racional para validarla, modificarla o sustituirla por otra.
Consideremos el siguiente ejemplo: nuestro coche está detenido en una rampa y tenemos que reanudar la marcha.

Si somos expertos conductores, nuestra intuición nos dictará automáticamente las acciones a realizar y no tendrá que entrar en escena el razonamiento.

Pero imaginemos que somos conductores inseguros o/y con poca experiencia. En este caso la calificación de las soluciones intuitivas es baja porque no está apoyada por una etiqueta de “realizado muchas veces con éxito”. Cuando las propuestas intuitivas no están apoyadas por un largo historial exitoso, se cuestiona su puesta en marcha inmediata.

La segunda cuestión a tener en cuenta es la relevancia. ¿Qué podría ocurrir si seguimos la sugerencia de la intuición y fracasamos?

En este punto, la mente hace un estudio del entorno y una simulación de lo que podría ocurrir si el automóvil se desliza hacia atrás sin control. ¿Estamos al borde de un abismo? ¿Hay automóviles cercanos con los que colisionar? ¿Disponemos de un sistema fiable (freno de mano) para detener el automóvil en caso de que se deslice hacia atrás?

A partir de esta simulación podemos considerar si debemos poner en marcha la sugerencia de la intuición teniendo en cuenta el riesgo que corremos. Sin finalmente consideramos que el margen de seguridad es escaso y que la fiabilidad de la ocurrencia intuitiva no alcanzan la puntuación mínima para darle luz verde, ponemos en marcha el razonamiento.

Nos planteamos el problema desde otros supuestos: ¿Podemos pedir ayuda a algún conductor experto? ¿Ponemos el freno de mano como medida de seguridad auxiliar? ¿retrocedemos hasta situarnos muy cerca del coche que nos sigue para minimizar la intensidad del impacto?

Naturalmente las respuestas a estas preguntas son también intuitivas y, opcionalmente, pueden desencadenar un proceso de razonamiento completo para dilucidarlas (¿me ayudará alguien si se lo pido?, por ejemplo).

Es decir, la instancia del pensamiento racional sólo se pone en marcha cuando la intuición no alcanza suficiente puntuación de seguridad en relación con la trascendencia de lo que vamos a hacer. Y, si bien es cierto que esta situación ocurre muy rara vez, la circunstancia de que las soluciones intuitivas son inconscientes e instantáneas, justifican el hecho de que nos pasen desapercibidas, mientras que las decisiones raciones quedan registradas en nuestra memoria, en la medida que son conscientes y ocupan un tiempo, comparativamente, muy extenso.

Por lo tanto, y esto es un punto importante y sorprendente, podemos afirmar que todos los conocimientos, experiencias y talentos que poseemos, pertenecen al ámbito de la intuición y que, por tanto, todas las iniciativas, sugerencias y ocurrencias inteligentes que podemos aportar ante un problema o una decisión provienen directamente de esa región oscura (no consciente) de nuestra mente.

El razonamiento representa una segunda instancia, que entra en servicio cuando disponemos de tiempo y la intuición no puede proporcionar una respuesta a la altura de la gravedad del problema. El razonamiento entonces, sirviéndose del simulador y nutriéndose exclusivamente de las ocurrencias intuitivas, puede trazar una ruta compleja adaptada a las peculiaridades del problema, con mayores posibilidades de éxito que la mejor de las ocurrencias.
Consideremos adicionalmente el siguiente ejemplo: Nos enfrentamos a un depredador que caerá sobre nosotros en el lapso de un segundo. En tal caso, y debido a la urgencia que requiere nuestra reacción evasiva, sólo podemos usar la intuición. Esa es la razón por la que, en la lucha cuerpo a cuerpo, no somos mejores que los depredadores, dado que no disponemos de tiempo para usar nuestro pensamiento racional.

Sin embargo, a la hora de idear estrategias para cazar a nuestras presas, contamos con una notable ventaja porque aquí sí disponemos de tiempo para pertrechar un plan complejo generado con ocurrencias intuitivas probadas y ensambladas con la ayuda del simulador virtual.
Al margen de todas estas consideraciones de orden teórico, en la práctica cotidiana no solemos hablar de intuición cuando, por ejemplo, abrimos con el abrelatas la tapa de una conserva, sino cuando nos enfrentamos a un problema difícil y elegimos una solución que proviene directamente de la intuición e ignora o contradice la solución que nos ha aportado una sesión de pensamiento racional.

Problemas sin datos
Por ejemplo, nos encontramos ante una bifurcación en un camino desconocido y, después de algunos minutos de reflexión, nos dejamos llevar por lo que la intuición nos dice. Si tuviésemos que explicar las razones de haber elegido uno y no otro camino, no sabríamos qué decir, luego entendemos que la decisión es de naturaleza intuitiva, más que racional.

En casos como este, el problema está en que el pensamiento racional no es capaz de trazar un plan “razonable”, validable mediante una simulación virtual. Y eso por la falta de datos. ¿Cómo simular lo que ocurrirá si tomamos uno u otro camino si ignoramos qué encontraremos al otro lado?

Aquí el razonamiento se suspende, como ocurriría si nos planteasen un problema de matemáticas en el que faltaran datos. Sin embargo, en el mundo real en que vivimos, a veces tenemos que decidir aunque no dispongamos de datos, porque no hacerlo sería aun peor. Si suponemos que estamos siendo perseguidos por un depredador y nos encontramos con una bifurcación del camino, lo peor que podríamos hacer es detenernos sin saber qué camino tomar. Aquí la intuición vendría al rescate de un razonamiento incapaz de aportar soluciones en el escaso tiempo disponible. La solución emergería en forma de una decisión basada en las similitudes con situaciones anteriores y aunque existe un alto riesgo de error, en términos prácticos es mejor seguir el criterio aportado por una intuición insegura, pero que al menos es capaz de marcar, con la urgencia requerida, una pauta a seguir.

Problemas con datos intangibles
En otras ocasiones, podemos tener el pálpito de que la opción que nos indica el razonamiento no es la buena y nos dejamos llevar por una sugerencia intuitiva que la contradice. En tales casos no tenemos asegurado el éxito, pero tal vez estemos recibiendo un mensaje automático de la maquina intuitiva, que ha encontrado una serie de similitudes con experiencias anteriores y emite un mensaje etiquetado con un alto nivel de certeza. Podría ocurrir, además, que el tipo de situación sea demasiado compleja como para ser simulada con la suficiente consistencia y fiabilidad como para asegurar una respuesta correcta.

Por ejemplo, estamos negociando con un desconocido la compra de una vivienda y aunque aparentemente todo está en orden (pensamiento racional), descubrimos a nivel imperceptible, un gesto sutil que es interpretado por nuestra inteligencia emocional intuitiva como una señal de engaño. No sabemos qué tipo de engaño (el inquilino de arriba organizan bailes a las 4 de la madrugada los fines de semana, por ejemplo) pero nuestra intuición nos dice que hay algo que se está ocultando y que puede ser potencialmente peligroso.

Nuestra inteligencia racional está diseñada para trabajar con un conjunto de datos que permitan generar una simulación virtual eficiente donde introducir y probar las ocurrencias que nos proporciona la intuición. El dato de que “posiblemente” el interlocutor nos está ocultando algo importante no es directamente procesable, pero nuestra mente es capaz de valorarlo y darle prioridad frente al veredicto racional, lo que nos lleva a considerar la existencia de una tercera instancia decisoria. Esta tercera instancia se limitaría a sopesar la etiqueta de fiabilidad emitida por el pensamiento intuitivo y el racional y se quedaría con la que alcanza mayor puntuación. Apuntemos aquí que el razonamiento racional no es infalible, entre otras cosas, porque la simulación virtual puede adolecer de algún fallo. Pero, de alguna forma sutil, también existe una experiencia intuitiva sobre la fiabilidad de cada simulación que permite al razonamiento intuitivo etiquetar con una nota de fiabilidad al proceso racionalizador que ha tenido lugar. Y finalmente, descubrimos que la intuición es la última instancia, la única instancia de decisión ejecutiva de nuestra mente, lo que no debe sorprendernos teniendo en cuenta su omnipresencia mental y su larga presencia evolutiva.

Problemas de inspiración
Otro acepción del término “intuición” se maneja cuando, por ejemplo, un matemático siente, sin poderlo explicar, la sensación íntima de que ha dado con la solución de un viejo problema al que había dedicado mucho tiempo. Sería una especie de certeza de que ha dado con la solución, aún antes de poderla expresar en palabras y, menos aún, demostrar que realmente es la solución buscada.

Sería algo parecido al perro de caza que anuncia al cazador la presencia de una presa indeterminada dentro de un matorral concreto. El cazador sabe que allí hay una pieza, pero desconoce su naturaleza y posición exacta, aunque está convencido de que en cualquier momento estará a su alcance.

En casos como este, cabría afirmar que se trata de una respuesta generada en las regiones de la intuición, que han sido estimuladas para buscar la solución y finalmente han encontrado una red de similitudes que han acotado una región con mayores posibilidades de contener la solución. Ahora el razonamiento, entra en acción y explora sistemáticamente todas las ocurrencias que proceden de esa región, sometiéndolas a simulación y ensamblándolas unas con otras hasta pertrechar la solución definitiva. Una solución que cumpla con todos los estándares que la ciencia exige a toda nueva aportación al conocimiento.

En el largo y complejo proceso que lleva a un científico a descubrir una teoría o solución inédita, habría que considerar que se abre un periodo creativo en el que se alternan fases conscientes e inconscientes. En las fases conscientes, se utilizan las ocurrencias para generar simulaciones e intentar elaborar trazados de largo recorrido en busca de soluciones válidas. Si no se ha alcanzado el éxito, el problema abandona la conciencia y se sumerge en la inconsciencia.
Durante la fase inconsciente se producen procesos de bajo nivel que ponen en contacto al pensamiento intuitivo y al racional para ir adelantando trabajo. De improviso, una solución muy prometedora puede irrumpir en la conciencia y monopolizar durante tiempo ilimitado la maquinaria racional. Es el momento de inspiración en el que el científico intuye la solución y deja todo a un lado y entra en una febril actividad en la que todos sus recursos mentales se ponen a contribución para resolver definitivamente el problema. Si finalmente no se consiguiera, todo volverá a la calma y el problema seguirá pendiente, utilizando los recursos disponibles hasta la irrupción de un nuevo intento prometedor.

Problemas emocionales
Otro tipo de intuición que se suele considerar comúnmente es el que se refiere a la inteligencia emocional, que compartimos en buena parte con los primates.

En las decisiones en las que desempeña un papel relevante las emociones, el pensamiento racional posee menos relevancia que en las decisiones de tipo técnico.

En este tipo de problemas, además de la experiencia personal, tiene gran relevancia la experiencia genética que es la que marca la pauta.

Supongamos que hemos de elegir entre una pareja de la que estamos enamorados (es pobre) y otra (rica) que puede solucionarnos el problema económico de por vida.

Nuestra intuición, en especial la de naturaleza genética, tendrá muy en cuenta los intereses de la especie, plasmados en el enamoramiento, como una señal de idoneidad reproductiva y de otra el placer que nos producirá convivir con una pareja con la que mantenemos un vínculo amoroso. El mensaje emocional que nos envía podría traducirse, desde el punto de vista racional, en que los mecanismos ancestrales de producción de endorfinas están más vinculados a la satisfacción de nuestras necesidades biológicas y sociales (sexo y amor) que a la posesión ilimitada de objetos.
Nuestra inteligencia racional, orientada principalmente a resolver problemas técnicos más que emocionales, solo puede medir magnitudes y relaciones explícitas pero le resulta difícil acceder al significado de la mecánica profunda de nuestra mente animal y emocional. En este caso conceder prioridad a la razón puede ser una política “poco racional”.

Un ejemplo ilustrativo del error de utilizar el razonamiento racional en problemas emocionales: ¿Por qué te vas a casar con ese hombre sin oficio ni beneficio? Porque me hace feliz ¿Y para qué sirve ser feliz?

Afortunadamente, nuestra mente posee una tercera instancia resolutiva que decide entre evaluaciones intuitivas (estoy enamorado de un indigente y me casaré con él) y racionales (acabaré en la ruina y lo aborreceré por ello). Como ya dijimos cada decisión viene etiquetada con un grado de certeza obtenido de la memoria de éxitos o fracasos en situaciones similares. Finalmente es la sugerencia con mayor grado de certeza la que se impone, o debería imponerse, aunque eso no significa, en modo alguno, que esté asegurado el éxito.

No obstante, antes de tomar la decisión definitiva, podemos someter al pensamiento racional las propias decisiones intuitivas. Por ejemplo, si nos enamoramos de un alcohólico o drogadicto, imaginamos como será nuestra vida con él y de esa simulación virtual obtenemos argumentos emocionales que pueden anular o contrarrestar a los primarios.

Para obtener una simulación convincente, utilizamos nuestra experiencia conseguida a través de películas, relatos, confidencias y experiencias directas. Introducimos los datos, y visualizamos lo que nos espera si elegimos ese camino. Ideamos rutas de rehabilitación, terapias, estrategias de aceptación, etc. Y con todo eso, tomamos una decisión final.

Así pues, el pensamiento racional e intuitivo se ayudan mutuamente a conseguir la mejor solución posible para el individuo/especie, porque para eso fueron desarrollados por la selección natural. Utilicemos la razón, pero no confiemos en ella ciegamente porque la intuición se basa en información a la que la razón no tiene acceso. Si la intuición nos lanza un mensaje muy claro y enérgico que contradice al de la razón, tomémonos un tiempo extra de reflexión y consideremos con más detenimiento las posibles consecuencias de nuestra opción racional.

A partir de todo esto, elaboremos una serie de normas prácticas que nos ayuden a afrontar con mayores posibilidades de éxito los problemas que nos plantea la vida cotidiana:

- El hecho de que una determinada estrategia haya tenido éxito en una ocasión, no significa que vaya a salir siempre bien. Pequeños cambios en la situación pueden producir resultados diferentes y hasta opuestos. Cuidado con extrapolar situaciones similares.

Cuando el sistema intuitivo emite una sugerencia, siempre le asigna una puntuación de fiabilidad bastante certera. Sin embargo, puede ocurrir que al someter la cuestión al pensamiento racional, éste genere una simulación simplificada basada en los datos obtenidos del caso “similar” y obtenga el mismo resultado.
Cuando la intuición nos proporciona un diagnostico incierto, no confiemos demasiado en el cálculo racional.

- En las cuestiones en las que están involucrados los sentimientos, concedamos mayor relevancia a la intuición, es decir, a la opción hacia la que nos sentimos más inclinados, antes que al resultado que un cálculo frio y racional nos ofrece.

Sin embargo, si por ejemplo, estamos enamorados de un drogadicto, o de un maltratador, debemos utilizar más la razón que nos permite hacer conjeturas a largo plazo. Aquí habría que imaginar que el amor que ahora sentimos ha desaparecido y plantearnos si podríamos convivir con una persona como el candidato, en base al comportamiento que mantiene con las demás personas de las que no está enamorado.

- Siempre que tengamos tiempo y se trate de una decisión importante, difiramos la decisión para dar tiempo a que nuestra mente racional estudie el caso. Aunque no pensemos en ella conscientemente, el simple hecho de tener un problema en la cabeza activa los mecanismos automáticos de búsqueda de soluciones, y la próxima vez que volvamos a retomarlo, tendremos una mayor cantidad de ocurrencias y de mayor calidad resolutiva.
La mayor parte de los problemas insolubles, se vuelven fáciles si dejamos pasar al menos una noche.

- Prestemos atención a las intuiciones y no sólo a los razonamientos. Los razonamientos, sobre temas que no dominamos, pueden cometer grandes errores por falta de datos. Sin embargo la intuición tiene en cuenta todos los datos recogidos por nuestra experiencia y las soluciones que nos ofrecen suelen ser mejores de lo que pueda parecer a la inteligencian racional. En particular confiemos en la intuición en aquellos temas que no dominamos o que resultan inabordables debido a su complejidad.

- Cuidado con pedir opinión a los demás sobre un problema emocional. Si el problema es de tipo técnico, podremos recibir ayuda de los que conocen el tema a fondo, pero si es de tipo emocional, nadie tendrá tantos datos como nosotros mismos sobre el problema.

El hecho de que alguien (un psicólogo o un amigo) nos razone brillantemente nuestra situación y nos aporte una solución mágicamente simple y eficaz es un engaño. Nuestra intuición tiene los datos del problema con todos sus matices y también tiene la información sobre nuestra personalidad y capacidades reales para afrontar situaciones difíciles. Por lo tanto, la decisión está basada en todos esos datos.

Las personas ajenas, solo conocen una pequeña parte de los datos, tienen sus propios interese espurios y, sobre todo, no nos conocen como nosotros mismos. Por si esto fuera poco, los consejeros rara vez harían lo que aconsejan si se enfrentaran con el problema real.

"Yo no pagaría esa multa", dicen dejándose llevar por lo que emocionalmente les gustaría hacer considerando, además, que el consejo les resultará gratis. Pero si las multas son suyas, las pagan porque calculan el mayor coste que podría tener no hacerlo.

Y eso es todo.

3 comentarios:

  1. Hola a todos, ha llegado a mi poder un experimento muy interesante. Os invito a opinar sobre el resultado:

    ¿CÓMO NACE UN MODELO, UNA ESTRUCTURA, UN CONDICIONAMIENTO?
    Un grupo de científicos colocó cinco monos en una jaula, en cuyo centro colocaron una escalera y, sobre ella, un montón de bananas. Cuando un mono subía la escalera para agarrar las bananas, los científicos lanzaban un chorro de agua fría sobre los que quedaban en el suelo. Después de algún tiempo, cuando un mono iba a subir la escalera, los otros lo agarraban a palos.
    Pasado algún tiempo más, ningún mono subía la escalera, a pesar de la tentación de las bananas. Entonces, los científicos sustituyeron uno de los monos. La primera cosa que hizo fue subir la escalera, siendo rápidamente bajado por los otros, quienes le pegaron. Después de algunas palizas, el nuevo integrante del grupo ya no subió más la escalera. Un segundo mono fue sustituido, y ocurrió lo mismo. El primer sustituto participó con entusiasmo de la paliza al novato.


    Un tercero fue cambiado, y se repitió el hecho. El cuarto y, finalmente, el último de los veteranos fue sustituido. Los científicos quedaron, entonces, con un grupo de cinco monos que, aun cuando nunca recibieron un baño de agua fría, continuaban golpeando a aquel que intentase llegar a las bananas.
    Si fuese posible preguntar a algunos de ellos por qué le pegaban a quien intentase subir la escalera, con certeza la respuesta sería: - "No sé, las cosas siempre se han hecho así aquí..." ¿Te suena conocido?

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  2. Wow! me encantó la entrada, divagando por la red entré a este blog y no puedo esperar para leer otra entrada. Con respecto a los monos falta que alguno le haga caso a su intuición y que soporte una buena golpiza haha. saludos ciao!

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  3. Gracias por tu opinión. En contestación a tu propuesta, añadiría lo siguiente:

    La estrategia de fiarse de lo que hacen los demás miembros del grupo y darlo por bueno sin validarlo es correcta porque permite conservar una memoria colectiva que ayuda a evitar situaciones peligrosas aún cuando todos los miembros-neuronas del grupo con experiencia directa han desaparecido.

    El inconveniente es que si la circunstancia que originó el peligro desaparece, nadie se dará cuenta y se seguirá pagando un coste innecesario.

    Para optimizar esta estrategia, existen los individuos amantes del riesgo que se sienten impelidos a transgredir las reglas sociales. Estos individuos actúan de cabeza de turco para que los demás puedan comprobar lo que ocurre cuando se violan los tabúes.

    De todas formas, el hecho de que al violar un tabú no ocurra nada, no significa que deba violarse sin más porque pueden existir consecuencias a largo plazo.

    Por ejemplo, el canibalismo es un tabú en muchas tribus, a pesar del coste que supone renunciar a las proteínas del difunto. Sin embargo si se incumple el tabú, puede aparecer una enfermedad neurodegenerativa similar a la conocida como “de las bacas locas” que sólo se manifiesta muchos años después de haber ingerido los priones.

    Los miembros de la tribu más conservadores insistirían en mantener el tabú, aún en el caso de que se demostrase que, en apariencia, no es perjudicial. Los miembros conservadores confiarán más en el hecho de ser una prohibición de larga tradición, que el hecho de que su transgresión no implique efectos inmediatos.

    La naturaleza siempre escoge la mejor estrategia posible, lo que no significa la mejor posible en cada caso, puesto que al carecer de toda la información relevante, es necesario tomar decisiones arriesgadas, tanto en la dirección conservadora como en la transgresora.

    La ciencia y el conocimiento científico resulta tan útil, porque permite profundizar en la naturaleza del problema y establecer un criterio más fiable que el que proporciona la intuición o la experiencia para decidir si debe o no ponerse en práctica una determinada conducta prohibida aparentemente inocua.
    En el caso de las sociedades avanzadas, por ejemplo, la revolución que se está llevando a cabo con la educación, basada en conceder derechos y libertades a los alumnos, puede desembocar a largo plazo en fracaso escolar más que un estimulo para el estudio.

    Saludos.

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