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¿Qué es el arte?

El arte ha sido siempre objeto de polémica, no sólo por el fuerte componente subjetivo que comporta, sino por las diferentes valoraciones de que ha sido objeto una misma obra a lo largo del tiempo en función de las modas dominantes. Entre otros temas, trataremos de concretar una fórmula para medir el valor del arte e investigar las razones de la variabilidad del valor del arte en función del observador y la época.
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Warrior:

Antes de entrar en la definición de lo que es el arte, me gustaría hacer una breve introducción sobre quién lo hace y qué función tiene.

La respuesta a la primera pregunta es muy clara: lo hace el hombre. Las obras de arte son objetos físicos elaborados por el hombre: así, por ejemplo, una vasija griega, una pirámide egipcia o una pintura rupestre. En cuanto a la función, la contestación es más complicada pues ha ido variando a lo largo de la historia. Las representaciones de animales en las cuevas de Altamira y tantas otras muestras de arte primitivo parecen reflejar, antes que una preocupación por la forma, los esfuerzos del hombre para hacer frente a la Naturaleza y extender sus poderes a un entorno hostil. Es decir, que según los investigadores, parece ser que en toda manifestación artística primitiva intervienen factores mágicos, míticos y sexuales como valores predominantes. Con posterioridad, estas funciones dejan pasos a las religiosas, que imperan en la Edad Media, y a las informativas de la realidad exterior, que cobran singular relieve en el Renacimiento. En cambio, en nuestros días, la predilección de las artes por la forma ha privilegiado la función estética, minimizando las primitivas y tradicionales.

El actual término arte procede de la voz latina ars, y bajo esta forma pasó a las lenguas románicas. Ahora bien, el pensamiento antiguo apenas se preocupó por separar el arte propiamente dicho, en su actual sentido restringido, del oficio o la técnica de cualquier artesano. Tan artístico era el oficio de un alfarero, un constructor o un carpintero como el de un pintor, un flautista o un malabarista de la palabra; las obras que producían se consideraban todas manifestaciones de una destreza o habilidad adquirida. Pero ya los griegos separaron las artes en serviles y liberales, según exigieran o no el trabajo corporal. A partir del Renacimiento se generaliza la denominación de bellas artes, aplicándolas a las manifestaciones relacionadas con la belleza. En el arte moderno se emplea la división en artes puras y artes aplicadas, según la obra esté desvinculada de finalidades externas (como la pintura abstracta) o belleza mezclada con funcionalidad (como el diseño de un avión). No obstante, dada la vaguedad de la noción de belleza, actualmente ha perdido su significado original y se emplea con cierta arbitrariedad, hablándose incluso de la estética de lo feo o de lo deforme

Pero, ¿qué es el arte? La variedad de objetos que reciben la denominación de artísticos desde el Coliseo de Roma hasta un cuadro de Picasso, desde una estatua de Buda a una joya etrusca, hace prácticamente imposible definir lo que es el arte. Por otra parte, si adoptamos una perspectiva histórica, nos damos cuenta de que objetos que actualmente calificamos como artísticos, en otras épocas no hubieran recibido este tratamiento. Cabe preguntarse, por ejemplo, bajo que óptica los hombres del Paleolítico superior veían las pinturas rupestres, las estatuillas de hueso o marfil, o los instrumentos para la caza, Nunca lo sabremos a ciencia cierta, pero sí sabemos, que en el siglo actual los objetos artísticos pueden ser tan diferentes, e incluso contradictorios, como una obra arquitectónica, una pintura abstracta, ciertos “objetos encontrados” como en las obras de Marcel Duchamp o determinadas fotografías.

El arte, a diferencia de la ciencia, no puede reducirse a un conocimiento claro y distinto de su objeto. Si muchas veces experimentamos una cierta sensación de fracaso ante una obra de arte, no es tanto por incompetencia como por desmesurada ambición, por enfrentarnos a las obras artísticas como si fueran objetos de precisión. Hace ya tiempo que el arte se deslindó de lo lógico, aunque sin eliminarlo totalmente, por lo que condiciona nuestra comprensión del arte. El concepto de arte, es por tanto, una abstracción.

Sin embargo, a pesar de ser un concepto abstracto y abierto si podemos establecer ciertas coincidencias a lo largo del curso de la historia, al menos en lo que se refiere a la estética occidental. Concretamente, en los dos últimos siglos, junto a las sucesivas versiones y correcciones de la noción de arte como hacer y como imitación de la realidad circundante, el arte ha sido también interpretado como juego, como expresión y como lenguaje.

El tema del arte es tan extenso y profundo, que sería necesario, al menos, un libro para desarrollarlo. Sin embargo, no quiero terminar sin abordar el tema de la valoración artística.

Todos conocemos que mientras las obras de determinados períodos o artistas logran alcanzar elevadas cotizaciones, las de otros llevan una azarosa existencia mendingando el respeto de la crítica y el público. La valoración depende en mayor medida del juicio crítico que del gusto. Los continuos cambios de valoración de la obra artística se deben a que el valor estético no es un estado ni puede garantizarse de una vez por todas, sino que es impulsado por la lectura abierta e inacabada de cualquier obra, tal como va cristalizando en las sucesivas interpretaciones personales y colectivas. Toda pretensión de fijar criterios de valor es problemática y, por lo general, está abocada al fracaso. En efecto, es evidente que cualquier criterio es relativo y deudor del marco de referencia en que le situemos, no pudiendo enjuiciar una obra con un esquema preparado para otra. Excepcionalmente, sin embargo, nos encontramos con obras que son capaces de urdir una tupida red de relaciones en un abanico de direcciones abierto tanto a las lecturas presentes como futuras: éstas son las consideradas obras maestras.

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Yack:

Pocos conceptos son tan etéreos y controvertidos como el arte, de ahí que empezaremos por la parte más difícil y polémica: su definición. A partir de este marco tendremos alguna posibilidad de avanzar en el tema que nos ocupa.
El arte es todo aquello que cumple tres condiciones:
1 Realizado por el hombre. Una flor, una puesta de sol, no es arte.
2 Ejecutado por un artista. El artista es aquel que ha demostrado, al menos una vez en su vida, una destreza excepcional en la ejecución de una obra de índole artística. Por supuesto, la determinación de si un individuo es un artista concierte a la sociedad en su conjunto.
3 Realizado con el único propósito de despertar la admiración estética de los seres humanos. Una silla, un automóvil, un ordenador no pueden ser arte por la única razón de que han sido construidos para desempeñar una función no artística.
No obstante podría considerarse que existen objetos que, aun poseyendo una utilidad, cuentan con un plus “artístico” que ha consumido recursos intelectuales y tal vez físicos que sólo se han podido justificar desde la intención “artística” y no puramente práctica. Sería el caso, por ejemplo, del edificio del Vaticano, que además de cumplir el objetivo de acoger a seres humanos para protegerlos de las inclemencias del tiempo, ha sido diseñado con unl plus artístico para que sea objeto de admiración estética.
Sin embargo, con esta definición no conseguimos resolver el eterno problema de determinar si una obra humana es arte o no, porque la frontera que traza esta definición es demasiado amplia y difusa, aunque no sea responsabilidad de la definición sino de la subjetividad de uno de los parámetros que intervienen. Me refiero a la segunda, es decir, a la determinación de si la destreza invertida en la realización de una presunta obra de arte rebasa el límite que separa al aficionado del auténtico artista.
Van Gogh es el típico ejemplo de un “aficionado”, incapaz de vender ni una sola de sus obras, que fue encumbrado por las siguientes generaciones a la categoría de artista genial. Y con este ejemplo, llegamos al núcleo del problema. ¿Cómo podemos determinar si Van Gogh sólo fue un aficionado mediocre como creían todos sus contemporáneos o un genio indiscutible como se cree en el siglo xxi. ¿Existe alguna forma de abordar esta cuestión?
Trataré de aportar algunas ideas que nos permitan afrontar con cierto nivel de objetividad este arduo problema epistemológico:
Comencemos con establecer un axioma clarificador que arroje alguna luz sobre el problema: “La categoría artística de una obra debe poderse establecer a partir, únicamente, de la observación de la obra”. Es decir, la evaluación debe poderse hacer, es más, debe hacerse prescindiendo de cualquier información que se refiera a su autor, a la época en la que fue realizada y a las influencias que recibió o generó.
Aunque en la práctica, este axioma es uno de los factores que menos cuenta en la valoración de una obra, especialmente moderna y especialmente pictórica, nos servirá de hilo conductor en la difícil navegación que nos proponemos realizar por el océano de la subjetividad.


Innovación afortunada
La valoración de una obra puede variar desde la mediocridad a la genialidad dependiendo de que el artista haya hecho una aportación nueva al campo del arte y esa aportación se haya convertido, por pura casualidad, en el eje de un movimiento artístico posterior de gran envergadura cuyo único mérito es que se ha puesto de moda.
Sería el caso de los representantes del impresionismo, muchos de ellos aficionados mediocres, incapaces de sacar una plaza de profesor en la academia de bellas artes por su incapacidad manifiesta. Estos fracasados, debido a su escasa destreza, tomaron una deriva revolucionaria en la que su incapacidad pictórica quedaba convenientemente oculta, pero fueron tocados por la diosa fortuna que los convirtió en los protagonistas del nuevo e inesperado rumbo que tomó la moda artística.
En una obra impresionista, las deficiencias técnicas y la torpeza resolutiva son aceptadas y hasta elevadas a la categoría de hallazgo expresivo y, siguiendo este razonamiento demencial, se llegó a considerar obras artísticas a auténticos lodazales donde se mezcla aleatoriamente la pintura y toda clase de elementos que en otro caso reposarían en los basureros municipales.
A pesar de la exorbitante cotización que han adquirido las primeras obras impresionistas, en la actualidad un cuadro impresionista realizado por un artista desconocido carece del plus impresionista. Y eso por una sencilla razón: Es mucho más fácil de pintar una obra impresionista que otra de acabado clásico.

La interpretación
La proliferación del arte abstracto ha abierto una oportunidad de oro a millares de aficionados mediocres que, sin embargo, han sabido hacerse un lugar en el floreciente mercado del arte con la ayuda consciente o no de los “expertos” del arte, que cómo los grandes modistos, determinan lo que está bien y lo que está mal ante una sociedad lanar, carente de criterio propio que se deja arrastrar mansa y confiadamente en todo aquello que concierne al arte. La típica expresión “Es que yo no entiendo…” que exhalan frente a una tela cubierta de manchas de pintura, es la expresión última de la estupidez humana.
Mientras que en tiempos de Miguel Ángel hasta el más humilde pocero se consideraba capaz de ejercer de c ritico del gran artista, ahora se necesita la opinión de un “experto” para determinar si ciertas obras son basura o grandes realizaciones de un genio. En no pocas ocasiones, la mujer de la limpieza de un museo ha arramblado con alguna de las obras expuestas creyendo (y con razón) que eran basura. En no pocas ocasiones obras realizados por niños de 5 años a los que su madre había entregado un papel y unas acuarelas, han ganado premios internacionales de arte moderno.
No quiero decir con esto que todo el arte abstracto sea una estafa, pero sí que lo es al menos un 70%. El arte no necesita ser explicado ni comprendido. Es responsabilidad del artista disponer en la obra todo aquello que el espectador necesita para experimentar los sentimientos que el autor desea inducir. Si no lo consigue en un alto porcentaje de casos, hay que hablar de un fallo del autor y no de una incapacidad del observador.


Fetichismo
Si nos colocan delante una obra y una buena copia de ella, sólo los expertos sabrán distinguirla y, si es lo suficientemente buena, tendrán que echar mano de escáneres y análisis químicos para determinar cuál es la original y cual la copia. El original puede valor cientos de veces más que la copia, aunque no puedan distinguirse.
Para explicar este contrasentido hay que echar mano del principio fetichista, en virtud del cual, un objeto adquiere un valor excepcional por su relación casual con elementos que son objetos de veneración. Por ejemplo, un zapato de Marilin Monroe alcanza un valor que no tendería si no hubiera estado vinculado a un personaje mítico. Lo paradójico de esto es que el zapato ejercerá la misma emoción en el coleccionista si realmente perteneció a Marilin o si fue sustituido subrepticiamente por otro igual en algún momento del pasado.
Por otra parte la diferencia en la valoración de las obras de arte auténticas, respecto a las de autor desconocido, es la base de un floreciente mercado del arte que defiende con uñas y dientes los expertos, marchantes y mercachifles que trafican con él.
El colmo de la irracionalidad puede verse en las reproducciones litográficas en las que se marcan los ejemplares para que el comprador sepa que sólo hay “n copias como esta” y ese conocimiento de exclusividad compartida le produce tanto placer que está dispuesto a pagar por él en función del máximo de copias que se realizan. Según el axioma que establecimos al principio, sería indiferente para el observador inteligente que la obra fuese única, el original o una entre varios millones de copias idénticas e indistinguibles. Únicamente estaría justificada la preferencia del original, en la medida que ofreciese un conjunto de propiedades (saturación, textura, etc.) de las que careciesen las copias. Este sería el caso de originales pictóricos o escultóricos.
Siguiendo con la distinta valoración de las copias y el original, aunque sean indistinguibles, podría argumentarse que no tiene mérito copiar una obra ya realizada en la que se han resuelto multitud de problemas técnicos como el encaje, la composición, la gama tonal, etc. Pero también esta diferente valoración es aplicable a una obra inédita atribuible o no a un determinado autor. Si, por ejemplo aparece un presunto Cezanne inédito, su valor no va a depender tanto de lo que contenga el lienzo como de que se puede determinar si fue pintado por Cezanne. Es decir, se valora el objeto y no su contenido, que es lo único importante desde el punto de vista artístico.
Si bien es cierto que para el observador inteligente debe ser indiferente las circunstancias externas a la propia obra observada, como el hecho de que sea una copia o un original, es evidente que a la hora de valorar el mérito de un determinado artista es relevante el hecho de ser un copista o un autor original pero, como dijimos, este hecho no debe influir sobre la valoración artística (que no económica) de la obra de arte en sí.
Así pues, habría que distinguir (y no siempre se hace) entre el valor artístico de una obra (y este no dependería de nada ajeno a la obra misma) y el valor económico que estaría determinado por multitud de factores emocionales y subjetivo que poco o nada tendrían que ver con el arte mismo.

Prestigio del autor
En la valoración de una obra de arte interviene, tal vez como el factor más decisivo, su autor, o mejor el prestigio actual de su autor. En el prestigio de un autor influyen factores como el lugar y la época en la que nació, sus avatares vivenciales, las anécdotas y todos aquellos rasgos de su personalidad que le llevaron a ser famoso, etc. La valoración del Guernica, por ejemplo, está muy relacionada con el prestigio de su autor aunque en torno a ese basamento se han añadido complejas circunstancias a implicaciones políticas pasadas y presentes.
Una obra, por muy mediocre que sea, puede convertirse en una joya de gran valor si se descubre que ha sido realizada por un autor con prestigio. En ese mismo instante su cotización sube extraordinariamente y tanto los expertos como los aficionados empiezan a descubrir portentosas cualidades en la obra. En este sentido, una obra artística funciona como un test proyectivo, en el que el sujeto ve aquello que desea o espera ver.
Hasta los defectos más garrafales de perspectiva, encaje o de ejecución técnica, son elevados a la categoría de “conmovedoras resonancias de su angustia existencial” cuando no se explican como un intento deliberado de “despreciar el formalismo técnico y romper con sus ataduras malsanas”. Y por supuesto, siempre se encuentran multitud de pequeños detalles geniales que corroboran el talento que previamente se le ha asignado y sobre todo la perspicacia del crítico que las formula.
Los críticos de arte, al igual que los adivinos o los echadores de cartas, suspenden su juicio hasta conocer la autoría de la obra objeto de su peritaje, con objeto de ahorrarse un espantoso ridículo. Sólo cuando están seguros de la autoria, se lanzan a una interminable loa de las excepcionales virtudes de la obra.
Es decir, se establece que un individuo es un artista y a partir de ese momento, se estudia su obra, cualquiera obra suya, bajo el supuesto de que se está ante una gran obra de arte y si no lo parece es culpa de la impericia del observador. Sólo el experto debe ser capaz de descubrir y demostrar la destreza sublime que subyace en la obra mientras que el común de los mortales demuestra su torpeza al no identificarla como una obra de arte.
En definitiva, cualquier circunstancia que no se atenga al axioma principal, es irrelevante para valorar una obra de arte, porque una valoración que depende de factores tan cambiantes como las modas, la opinión de expertos que no coinciden entre si y el azar no tiene valor real objetivo. La única valoración asumible de una obra de arte es la que emana de un ser humano que la observa prescindiendo de todo aquello que no está presente y visible en la obra observada.
Para valorar una obra de arte, habría que aplicar el sistema doble ciego que se emplea en ciencia para dilucidar cuestiones subjetivas. Esta prueba consistiría en encerrar a un “experto” con una obra inédita y hacerle valorar del 1 al 10 los diferentes factores artísticos.
Si la valoración entre diferentes expertos no es razonablemente parecida, habría que concluir que son unos estafadores que se aprovechan, fomentan y explotan la papanatería humana.
Si bien es cierto que hay disciplinas científicas que no pueden valorarse ni comprenderse si no se tiene una sólida formación, para valorar el arte no se necesita ninguna preparación, aunque si puede ser admisible que cuanto más implicado esté un observador en ese tipo de arte, más matices apreciará. Pero en ningún caso debemos valorar una obra de arte según criterios impuestos desde fuera sino únicamente dejándonos llevar por nuestro sentido artístico. A veces coincidiremos con la mayoría y otras no pero es debido a que cada observador tiene gustos y sensibilidades diferentes.
Se da el caso, además, de que una obra artística puede no gustarnos, pero al mismo tiempo podemos valorar que se trata de una gran obra y viceversa. Podemos leer una novela que nos aburra y darnos cuenta de que es una gran obra literaria y también podemos sentirnos muy interesados por una historia que, sin embargo, entendemos que no es una gran obra. Por ejemplo, podría no gustarnos la Piedad de Miguel Ángel porque representa una escena sacra que nos desagrada, pero podemos admirar la destreza artística del autor que reconocemos en ella.


¿Es esto una obra de arte? ¿Podría contestar el lector sin ninguna vacilación?

Nuestra respuesta es que sólo es arte aquello que despierta nuestra admiración colectiva como reacción emocional al simple acto de observarlo.

6 comentarios:

  1. Anónimo21:14

    Querido Yack, si has leído lo que yo pienso sobre el arte y lo que tu opinas hay ciertas diferencias que me gustaría matizar.
    Dices que la evaluación de una obra de arte debe hacerse sólo de la observación de la obra. Esto yo creo que es erróneo, pues un artista es hijo de su época y su experiencia la saca de su vida en esa época, como no podría ser de otro modo. Como artista ha recibido influencias de otros artistas que le han enseñado y como hombre aprende las costumbres e ideas de su tiempo. Sus obras son productos de un trabajo social, entran en comunicación con lo empírico, a lo que renuncian y de lo que toman su contenido. En esta relación con lo empírico las obras de arte conservan, neutralizado, tanto lo que en otro tiempo los hombres experimentaron de la existencia como lo que su espíritu expulsó de ella. Los estratos básicos de la experiencia, que constituyen la MOTIVACIÓN DEL ARTE, están emparentados con el mundo de los objetos del que se han separado. Los insolubles antagonismos de la realidad aparecen de nuevo en las obras de arte como problemas inmanentes de su forma.
    El artista lo que pretende es expresar su manera de ver el mundo y la estética le viene por añadidura en la FORMA que adopta para hacer su obra. Naturalmente esta forma depende de su época, pues no es el mismo mundo el siglo XIII que el siglo XVI. Al tener que comunicar un mensaje lo tiene que hacer a sus contemporáneos, con los valores e ideas que estos tienen. Vistas estas obras siglos después, se evaluarán dependiendo de los valores que hayan en esa época. Es decir que si se ven en el siglo XVIII se las juzgarán con las ideas de ese siglo y si es en el XXI con las de éste: ésta es la razón de que obras olvidadas en un siglo determinado se valoren positivamente en otro.
    En lo que dices sobre Van gogh, tampoco estoy de acuerdo. No es un aficionado porque no sepa dibujar, pues ésto es una simple técnica que entra en la pintura clásica, pero que no es parte fundamental de la pintura, que es otra cosa: forma y color. Su grandeza fue darse cuenta por dónde iba ir el arte
    De lo que dices de los impresionistas, no me parece que sean mediocres porque no hayan sido profesores. Ten en cuenta que los que están enseñando una forma artística son muy conservadores y aquéllos que tienen unas ideas más avanzadas les cuesta mucho trabajo lograr imponerlas.Los impresionistas no hicieron algo por casualidad, sino que buscaban otra forma de ver el arte pues el realismo estaba agotado. Además iban con su siglo pues las investigaciones ópticas iban por el mismo camino. No hay más que darse cuenta cómo se logra las imágenes en televisión, son a base de puntos. El éxito de los impresioniestas fue darse cuenta de ésta propiedad y también de ver que los objetos cambian según la luz, además de pintar del natural no en estudio.
    El arte hasta el siglo XX ha sido muy lento en los cambios de forma, costando siglos pasar de un estilo a otro. A partir de 1910 Kandinsky pintó una composición que abrió el camino a la pintura abstracta. Es en este siglo cuando aparecen los ISMOS y tantas tendencias artísticas producidas por las llamadas vanguardias artísticas.Hoy día coexisten varios estilos sin que ninguno de ellos se imponga como prioritario como sucedía en siglos anteriores. Precisamente esto confirma lo que decía antes, cada estilo refleja la época y ésta es una etapa en que existe gran confusión (social, religiosa, política ). Se dice que el siglo XVIII ha sido el más equilibrado de la historia, y si miramos, sobre todo la música que produjo, parece ser así. La música es el arte más abstracto y y refleja perfectamente el siglo que la produce. Oigamos la de nuestro siglo y veremos que está llena de estridencias. ¿No es así nuestro siglo?
    Cuando dices que en tiempos de Miguel Angel cualquiera se atrevía a criticar una obra artística, no me parece una razón de peso. Hoy también ocurre lo mismo. Lo que ha pasado es que el arte se ha hecho autónomo. No depende de los objetos reales, es lo que ortega llamaba "la deshumanización del arte". Si una obra de arte dependiera del gusto de la mayoría, en una época de decadencia como la nuestra cualquier cosa lo sería. De hecho se da. Es verdad que existe el papanatismo y el fetichismo, pero para eso están los expertos que partiendo de unas exigencias en función del estilo y el conocimiento del autor pueden valorar mejor una obra. Desde luego se pueden equivocar, pero más se equivoca el que no tiene ni idea. Pongamos un ejemplo con la literatura.¿ Una novela realista del siglo XIX, pongamos de Tolstoy "Ana Karenina" se puede leer como una novela de Faulkner o Joyce?: sería absurdo. Si una persona sin cultura empezara a leer seguramente entendería mejor a Tolstoy pero eso no querría decir que es mejor Tolstoy que Faulkner: son distintos y como distintos hay que leerlos, pues entre otras cosas son de siglos diferentes y los valores e ideas también distintos. Toda obra artística de calidad tiene varios niveles y cuanto más cultura se tiene más alto llegas. El artista no debe bajar su nivel, sino el espectador o lector el que debe subirlo de lo contrario con tanto idiota el arte estaría estancado en el idiotismo.
    Es cierto que ese idiotismo o papanatismo existe pero es efecto de la publicidad y los medios audiovisuales y, es por cierto, por falta de cultura, porque hoy se valora más a un cocinero o a un peluquero, llamándoles incluso artistas, que a un verdadero creador.
    Un afectuso saludo.

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  2. Estimado y nunca suficientemente ponderado Warrior, agradezco tu brillante disertación y paso sin dilación a matizar y comentar mis puntos de vista:
    Punto UNO: Cuando digo que hay que evaluar una obra de arte abstrayéndose de todo lo que no es la obra misma, no quiero decir que haya que hacer lo mismo con el autor. Para juzgar al autor sí hay que tener en cuenta todas las circunstancias de entorno, pero eso sí es cosa de los profesionales del arte, sobre todo de los historiadores.
    En cuanto a todas esas sutiles y etéreas propiedades que le atribuyes a las obras de arte me recuerdan a la homeopatía y a la memoria del agua. Para mí no hay más cera que la que arde y lo que hay en la obra artística no es lo que el artista intento introducir en ella ni lo que algunos expertos creen o esperan descubrir en ella, sino lo que llega a la mente del espectador que la observa sin prejuicios. Todo lo demás es pura invención, puro placebo mental.
    Punto DOS: No creo que los impresionistas sean malos pintores porque no llegaron a obtener un codiciado puesto de profesor sino todo lo contrario. Es que no le concedieron ese privilegio porque eran malos pintores. El arte no es ciencia. No se trata aquí de ideas demasiado avanzadas como para ser comprendidas en su tiempo que luego se DEMUESTRAN ciertas, sino de incapacidades demostrables que luego son juzgadas desde una benevolencia incomprensible si no es desde la óptica del extraño fenómeno de la moda que viene a decir algo así: para que un producto triunfe, sólo necesita una única condición: que esté de moda. Y en la moda, al ser arbitraria, un mismo objeto puede ascender y descender de valoración en carrusel sin que nadie sepa explicar por qué. Y lo más sorprendente es que cuando algo está de moda, despierta un auténtico goce estético y admirativo en la borreguil manada, mientras que cuando se vuelve "demodé" es rechazado como algo "cutre", es decir, despreciable, sin que los que así lo califican se sientan obligados a explicar la razón de tal ascenso o caída en su valoración.
    Por eso, no se puede tener en cuenta la moda a la hora de intentar definir seriamente el arte fuera de frivolidades como "el arte es lo que a mi me gusta" y de expresiones por el estilo. Cuando se entra a un museo de verdad, como El Prado, y se descubre una obra de arte no se necesita que le digan a uno nada sobre quien, cuando, donde o cómo la hicieron. La obra habla por sí misma a la sensibilidad del observador que queda transida por el éxtasis de lo sublime (y aquí me pongo deliberadamente cursi) sin tener que echar mano del manual a ver si es o no una obra de arte o un montón de basura que la señora de la limpieza va a retirar en cualquier momento.
    Punto TRES: Una persona honesta y con cierta independencia al fenómeno moda no puede equivocarse al juzgar una obra de arte, por la sencilla razón de que el arte vale lo que el observador decide que vale. Si ves a un miembro del sexo opuesto y te gusta o no te gusta, ningún experto puede decirte: "Te equivocas al decir que esa persona te gusta o no te gusta porque yo, que soy un experto en cuerpos humanos, puedo demostrarte que...".
    El arte está hecho para acariciar la sensibilidad artística del ser humano, para hacerla resonar en el interior de su espíritu y eso tiene que producirse espontáneamente. Si se necesita un intermediario para conseguirlo, mal asunto: Estamos ante un caso de papanatería artística cuando no de fraude de ley.
    Punto CUATRO: Ciertamente el concepto de arte es difícil de definir porque afecta a obras tan diferentes como una sinfonía, una novela o una escultura y esto hace muy compleja una definición común. De acuerdo en que una obra literaria requiere de una preparación básica del observador. Necesita, cómo mínimo, que sepa leer y entender el vocabulario que maneja el autor. Pero a partir de aquí, poco más si exceptuamos a autores deliberadamente oscuros que hacían de la oscuridad un plus "de moda" en su obra como es el caso de Quevedo.
    Cierto es que la literatura, como pensamiento vivo que es, está muy influida por el contexto histórico y algunos aspectos, tales como el humor, puedes esfumarse casi por completo con el cambio de las sutiles relaciones coyunturales de las que se nutre el humor.
    Pero salvando este escollo, podemos seguir valorando las recias estrofas de la Odisea y apreciar los últimos versos del más reciente poeta. Y todas estas obras se pueden clasificar fácilmente entre buenas y malas, independientemente de que nos gusten o no nos gusten personalmente. Y ese trasfondo que nos impresiona y conmueve nuestra admiración, que trasciende a la obra misma y que percibimos como emanado directamente de una mente sobrehumanamente lucida y prodigiosa es lo que yo llamo arte.
    Termino planteando un experimento mental: Tomemos diferentes obras de arte de todos los tiempos y modas y metámoslas en una cápsula del tiempo. Dentro de cinco mil años, una humanidad renacida de una catástrofe nuclear que ha perdido todo recuerdo del pasado, excepto el idioma, descubre la cápsula temporal. ¿Tienes alguna duda de que sabrán diferenciar la basura del arte? Yo no.
    Saludos

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  3. Anónimo23:41

    Querido Enrique: creo que este debate es inútil ya que partimos de posiciones distintas. Para mí disfrutar del arte es entenderlo; para tí es simplemento sentirlo. No niego que un primer paso es sentirlo, que te guste, pero para un disfrute profundo es necesario entenderlo.
    Sigo sin estar de acuerdo que cualquier observador, por el simple gusto, pueda valorar una obra de arte. Tú mismo dices que al entrar en un gran museo, no necesitas de nadie que te diga como disfrutar de tal obra o de quien es. Pero yo te pregunto ¿quién ha elegido esas obras, el simple espectador o el erudito en arte? ¿por qué ha eelegido esas y no otras? Es obvio que ha utilizado unos valores determinados para elegirlas y no su simple gusto.
    Tú mismo pones un ejemplo que nos puede servir. Si te gusta una persona del sexo opuesto no hace falta que nadie te lo diga, pero para que puedas amarla necesitas conocerla y entenderla. Con el arte pasa igual, es necesario entenderlo para amarlo.

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  4. Estimado y admirado Warrior, en lo único que discrepo frontalmente contigo es en que este debate sea inútil por el simple hecho de que no coincidamos y tampoco estoy de acuerdo en que no estemos de acuerdo, aunque sólo sea en lo fundamental.
    El arte no es del tipo de cosas que es necesario comprender como sería el caso de un tratado de física cuantica o la persona a la que amamos o estimamos.
    El arte, el buen arte, se explica a sí mismo y si no lo hace es culpa del artista, ya sea por incapacidad o por soberbia intelectual.
    Otra cosa, y ahí coincidimos, es que si algo te gusta, sea lo que sea, por un proceso natural y comprensible, tu atención se fija con persistencia casi obsesiva en el objeto tratando de profundizar más y más en él. Si el objeto es un lienzo plano y no se puede profundizar más, la mente busca conexiones laterales tales como: quien fue su autor, cual su vida, en qué época se pintó, qué costumbres o circunstancias históricas reinaban en aquel lugar y época, qué pigmento utilizó, qué peripecias sufrió aquel lienzo desde que fue pintado hasta acabar en aquel lugar del museo, qué opiniones inspiró en los expertos, en cuanto está valorado, qué otros lienzos pintó el autor y cuales sus camaradas, ¿fue afortunado en su vida amorosa el autor? ¿qué corrientes ideológicas y artistas imperaban en su entorno? y un sin fin de pequeños detalles que colman el ansia humana de conocer pero que no cambian un ápice el valor intrínseco de la obra de arte que se tiene ante sí.
    Si eres un fanático del arte, tu curiosidad te llevará a indagaciones infinitas y experimentarás un placer adicional en esas pesquisas y descubrimientos, pero nada tienen que ver con el concepto de arte, sino con un fenómeno psicológico vinculado a la curiosidad y al sentido exploratorio de la especie humana.
    Podemos encontrarnos con observadores (como es mi caso) que se limiten a deleitarse con la contemplación de la obra de arte tal cual y otros (como tú) que no se queden ahí y penetren en los entresijos de la obra. Pero ambas actitudes son perfectamente comprensibles y no tienen por qué entrar en contradicción cómo no lo hacen tu opinión y la mía. Existe el aficionado a conducir y el que le apasiona la mecánica y no son excluyentes ni contradictorios estas dos formas de disfrutar los automóviles.
    En cuanto al último comentario sobre el amor, es un buen intento de ahorcarme con mi propia soga pero no soy tan incauto como para dejarme. El arte es una cosa y el amor otra y el hecho de compararlas para clarificar un concepto, no da carta blanca para establecer comparaciones "malévolas" ad hoc con intención refutadora. Los seres humanos necesitan ser conocidos para ser amados y, sobre todo, para mantener vivo el amor porque somos los seres más complejos de la creación, pero una tela no necesita ser comprendida ni amada para proporcionarnos placer estético, aunque estás en tu derecho legitimo de interesarte en ella más allá de lo necesario para poder apreciar su contenido artístico.
    También admito que el autor ha podido introducir (deliberada o casualmente) algún código secreto o una información semioculta para proporcionar al observador la satisfacción extra de "descubrir" el enigma, pero eso no es arte aunque esté inserto en una obra artística. Un cuadro que reprodujese un crucigrama tendría un valor artístico independiente de la calidad del crucigrama en sí y sería incorrecto dejar que la calidad criptográfica del crucigrama y el valor artístico de la tela se entremezclaran en la mente del observador potenciándose mutuamente. Sin embargo este truco se emplea astutamente por los artistas vendiendo como oro lo que solo es cobre.
    Bueno, aquí lo dejo, por ahora...

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  5. Anónimo11:29

    en alguna película el artista mencionaba que la obra era como parte suya hasta el momento en que el se descarna de esta y la deja al mundo para que esta cobre vida, es decir que empiece a comunicarse con las personas a través de lo que su creador pudo darle. para mi desde un punto de vista fenomenológico puedo decirles que el arte es lo que es para cada espectador debido a que todos entendemos y sentimos de diverso modo, por tanto el objeto pasa a ser infinito en sus significados o algo así. como lo puede ser una canción por como suena a muchos nos puede gustar a muchos no ó también por lo que la letra lleva consigo puede tener un mensaje tracendental o solo experiencias cotidianas a muchos nos puede interesar el artista que la hizo o tan solo la canción sin embargo este fenómeno desata algo en las personas y esa ya es su interacción, su forma de captar tus sentidos o tus pensamientos, de relacionarse contigo hasta el punto que cobra su espacio en tu vida. por tanto creo que para apreciar o sentir el arte uno debe entrenar ambos hemisferios del cerebro por lo cual creo que el arte se siente y también se entiende análogamente es como la luz puede ser honda y materia al mismo tiempo solo depende del espectador colapsar la función...

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  6. Sin duda, cada artista y no-artista tiene su propia visión del arte, dado que no es algo objetivo que se pueda medir con ningún instrumento.

    Sin embargo, el peligro es que cada cual se invente su propia cursilada y quiera darle carta de naturaleza.

    Los seres humanos necesitamos asignar a las palabras (arte en este caso) un significado consensuado que sea útil para entendernos.Y esto es lo que he pretendido en este artículo.

    Si nos dejamos llevar por las múltiples ocurrencias que llegan a nuestros oídos, acabaremos perdiendo la capacidad de entendernos y de comunicarnos eficazmente.

    Saludos.

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