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Estabilidad vs aventura

Sabemos que existen personas que necesitan enfrentarse continuamente a situaciones nuevas y estresantes mientras que otras buscan la seguridad de una vida sin riesgo en la que la novedad está reducida a su mínima expresión y cuidadosamente dosificada.
Cabría preguntarse, y es lo que haremos en esta tertulia, sobre las razones profundas de estas conductas aparentemente antagónicas y también trataremos de decidir si alguna de las dos es mejor que la otra y por qué.
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Yack:

Una de las peculiaridades más notables de nuestra especie es la curiosidad, o dicho de otro modo, el instinto exploratorio. Esta característica, compartida con el resto de los primates, ha resultado decisiva para el acelerado progreso humano. Como prueba de ello, sólo hemos de constatar que todos los científicos relevantes han contado con una curiosidad excepcionalmente elevada que les ha llevado a explorar los límites del conocimiento humano y descubrir allí nuevos y fecundos aspectos de la realidad.

Así pues, resulta obvia la utilidad que tiene el instinto exploratorio como fuerza que nos impulsa a ampliar nuestro campo de acción para obtener nuevos recursos y para desarrollar nuevas formas más eficientes de explotar esos recursos.

Pero dentro de la especie humana, que hemos definido como dotada de un instinto explorador muy desarrollado y de una aguda e insaciable curiosidad, podemos encontrar una amplia gama de variantes que va desde el aventurero/investigador compulsivo hasta el conservador irreductible, pasando por todos los grados intermedios.

Llegados a este punto, nos preguntamos por qué existen los aventureros y los conservadores y cual de las dos conductas es la más productiva y deseable para la especie y para el individuo.

Aparentemente, podríamos pensar que el aventurero, incapaz de permanecer en el mismo sitio durante mucho tiempo e impelido por una fuerza interior que le empuja a buscar nuevos horizontes, responde con bastante exactitud al exitoso modelo que ha llevado a nuestra especie al dominio del planeta.

Sin embargo, no hay que precipitarse. El individuo conservador también es de gran utilidad en la especie humana para conservar, desarrollar y explotar lo que el aventurero ha descubierto.

Consideremos un grupo humano primitivo recluido en una pequeña isla que se levanta en mitad de un terreno pantanoso que se extiende hasta donde alcanza la vista de los habitantes de la isla.

El conservador tratará de organizar su vida dentro de la isla explotando con tesón los escasos recursos que tiene a su alcance. El aventurero se sentirá angustiado por la ausencia de novedad, de nuevos retos con los que enfrentarse y no se detendrá hasta que consiga escapar de la isla en busca de nuevas tierras, quizás más fértiles y prometedoras.

Supongamos que de una comunidad de 100 individuos, los tres de ellos más aventureros escapan a través del pantano impelidos por su afán de búsqueda y su aversión a lo conocido y rutinario.

La pregunta es ¿quién ha actuado más inteligentemente, los tres aventureros o el resto de conservadores?

En realidad, la respuesta no se puede saber hasta que no pase el tiempo suficiente y sepamos lo que ha ocurrido a cada grupo.

Es posible que los aventureros hayan alcanzado un territorio rico en recursos donde han podido crear una comunidad próspera que se expandirá ilimitadamente en el futuro, pero también es posible que la extensión del pantano fuese excesiva y los exploradores hayan muerto devorados por los cocodrilos.

Por otro lado los 93 conservadores han podido morir al agotarse los recursos de la isla o mantenerse vivos a costa de continuas guerras fratricidas por los escasos recursos disponibles. Tal vez algún día esa comunidad se extinga o tal vez encuentre una forma eficaz y segura de atravesar el pantano y expandirse fuera de él. Todo depende de la suerte que tengan, y la suerte es, esencialmente, imposible de prever. Sin embargo, la Naturaleza puede explorar las ramificaciones del futuro por el procedimiento de enviar exploradores en todas las direcciones, aún sabiendo que sus posibilidades de sobrevivir son escasas, pero las bajas que se puedan producir en los exploradores, no importan si finalmente se consigue la supervivencia de un número suficiente de individuos del grupo, que preserve el genoma común, que es lo realmente importante.

La conclusión de todo esto es que, a efectos de supervivencia, un grupo humano debe estar formado por unos pocos individuos de tipo explorador que arriesguen su vida para encontrar nuevos territorios. Si tienen éxito en su empresa podrán informar a sus congéneres conservadores de su hallazgo para que se beneficien de él o bien formar nuevas colonias que sobrevivan con independencia del grupo original.

También un grupo debe tener mayoría de individuos conservadores que aseguren lo que ya poseen y que sean reacios a arriesgarse en aventuras inciertas.

Ambos tipos de individuos colaboran explotando y cubriendo todas las posibilidades que ofrece el azar afianzando así la supervivencia del grupo a través de los individuos que acertaron al escapar o que acertaron al quedarse.

Naturalmente, el factor riesgo se ve modulado por las circunstancias. Cuanta mayor presión ambiental, más se exacerba el espíritu aventurero, cuando mayor es la familia a su cargo, más se reduce, cuanto mayor es la edad menos aventurero porque mayor es su valor como fuente de experiencia para el grupo de conservadores y menor sus posibilidades de éxito en la aventura por la mengua de sus facultades físicas.

Llevado al terreno práctico de la vida en el siglo XXI, seguimos contando con individuos aventureros y conservadores.

A los aventureros/exploradores debemos el descubrimiento de nuevos continentes, de nuevas soluciones y a los conservadores la conservación y la explotación de esos recursos descubiertos por los aventureros.

Deliberadamente hemos unido los conceptos de curiosidad intelectual y afán de cualquier tipo de novedad cuando sólo tienen en común la necesidad de novedad, de descubrimiento, pero es que en el ser humano ambos sentimientos, siendo independientes, pueden entremezclarse con otros muchos creando numerosos matices de personalidad.

Si ya hemos contestado a la pregunta de quienes son más necesarios, nos queda por responder la de quienes son más felices.

La felicidad se produce por la liberación de endorfinas en la sangre. En los aventureros esta liberación no se suele producir si no es a través de experiencias nuevas y las experiencias nuevas sólo se encuentran acercándose a los límites del riesgo.

Los aventureros tienen un problema con sus endorfinas y es que sólo se liberan en condiciones extremas. Si para un individuo normal, el ir a ver una película de estreno libera una buena dosis de endorfinas, para el aventurero es necesario ascender al k4 para conseguir la misma dosis de endorfinas. Los aventureros están siempre bajo el síndrome de abstinencia y cometen todas sus excentricidades y se lanzan a actividades de alto riesgo para conseguir lo que los demás obtienen en su vida cotidiana.

Como siempre, todo se explica partiendo del hecho de que sólo somos máquinas de supervivencia optimizadas para el beneficio de la especie, o lo que es lo mismo del valioso genoma compartido y atesorado a lo largo de millones de años de cruel selección natural. A unos nos toca ser conservadores y a otros aventureros, pero no hay que añorar lo que no somos porque nadie está programado para ser feliz, sino que la felicidad es la promesa, siempre incumplida, que la naturaleza nos ofrece para mantenernos trabajando para el bien de la especie a la que pertenecemos.

En resumen, los aventureros tienen que comprar más cara su felicidad, en términos de riesgo, que los conservadores, pero eso forma parte de una estrategia global de la Naturaleza para la supervivencia de nuestra especie y la variedad del factor aventura-conservadurismo, sólo adquiere sentido si lo juzgamos desde ese punto de vista.

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Warrior:

El diccionario de María Moliner define la aventura como “empresa de resultado incierto o que ofrece peligros”. Desde esta definición la propia vida en sí es ya una aventura. Pero el hombre a lo largo de la historia lo que ha querido evitar es, precisamente, una vida incierta y con peligros.

Cuanto más nos alejamos de la época actual, en la que pese a todos los problemas, es indudable que el hombre ha ganado en seguridad, las aventuras del hombre eran más grandes y posibles. Todo estaba por descubrir y conquistar, por lo que el hombre no tenía más remedio que vivir en la aventura. Un Marco Polo, un Colón, y tantos y tantos grandes aventureros de todos los tiempos hoy en día es mucho más difícil puesto que ya no hay prácticamente nada por descubrir. Es posible que el equivalente de hoy a aquéllas de otros tiempos fueran las aventuras al espacio y al mundo submarino, sin embargo estas dependen mucho más de la técnica y de grandes inversiones que sólo pueden costear algunos pocos países.

Sin embargo, lo que queremos aquí es meditar el por qué de hombres que en lugar de la vida estable prefieren una vida de aventuras. Yo pienso que debe quedar algún resto de nuestros predecesores en algunos hombres y éstos no pueden vivir la vida rutinaria y predecible de estos días actuales. Pero ¿Cuál sería hoy la vida aventurera? Yo creo que la de aquéllos que viven fuera del sistema y las aventuras amorosas. Pero este es otro tema.

En cuanto a cuál sería el mejor sistema de vida, habría que considerar dos factores: uno el social y otro el individual. En relación con el social, es evidente que si la sociedad se hubiera desarrollado sólo con aventureros ésta sería de otro tipo a la que tenemos en la actualidad, no sé si mejor o peor, pero desde luego totalmente distinta. Con respecto a lo individual, por ser un asunto personal, es muy difícil dar una contestación pues dependerá de lo que cada uno considere más importante en su vida. En definitiva, yo considero que las grandes aventuras hoy día prácticamente se han acabado y sólo quedarían las pequeñas aventuras personales.


1 comentario:

  1. Añado aquí lo que expuse en la tertulia sobre el tema por si quereis consultarlo:
    Como siempre, si existen personas aventureras y personas conservadoras debe haber una buena razón. ¿Pero cual?
    Si ponemos una bicicleta en la jaula de un mono y otra en la jaula de un leopardo, habrá una gran diferencia. El mono dedicará muchas horas a experimentar con la bicicleta aun a riesgo de herirse o sufrir algún percance mientras que el leopardo se limitará a asegurarse de que el extraño objeto no es comestible ni peligroso y se olvidará de él.
    El hombre es, con diferencia, el mono más curioso que existe. Y esto tiene sus inconvenientes, pero también tiene sus ventajas.
    El niño explora todo lo que le rodea y eso es causa de muchos y graves accidentes, pero al mismo tiempo ese instinto exploratorio nos ha dado el conocimiento necesario para dominar el planeta.
    Pero no basta con ser curiosos. Dentro de nuestra especie, es necesario que exista un pequeño grupo de aventureros que arriesguen su vida o la dediquen a la búsqueda de nuevos continentes, nuevos recursos, nuevas formas de resolver los viejos problemas y otro grupo, el más numeroso, que se dedique a explotar pacientemente los descubrimientos que han aportado el pequeño grupo de los aventureros y de los exploradores.
    Los conservadores y los aventureros se necesitan mutuamente. Los conservadores necesitan a los aventureros para ampliar su horizonte y los aventureros necesitan a los conservadores para cultivar y explotar sus descubrimientos.
    Pero nos surge una última pregunta: ¿Por qué algunas personas se sienten obligadas a emprender continuas aventuras mientras que otras prefieren la rutina?
    La razón está, como siempre en la estructura mental basada, a su vez, en la configuración genética.
    La felicidad se obtiene cuando se vierten al torrente sanguíneo unos miligramos de endorfinas y todo lo que hacemos durante nuestra vida es buscar la forma de que eso ocurra.
    La clave está en que mientras los conservadores consiguen su dosis de endorfinas yendo a ver una película de estreno, los aventureros necesitan ascender al k4 y poner en riesgo su vida para recibir la misma dosis de endorfinas.
    Según esto, cabria decir que la Naturaleza ha puesto a los aventureros más cara la obtención de su dosis de felicidad y lo ha hecho para obligarles a explorar más allá del limite de seguridad y de comodidad que se impone a si misma la mayoría conservadora.
    Así que, si somos conservadores, veámoslo como una ventaja y no como un inconveniente: Seremos igual de felices que los aventureros con mucho menos esfuerzo y sin tener que arriesgar nuestras vidas.

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