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El Movimiento 15-M

Con sorpresa primero y con preocupación después, hemos presenciado en Madrid cómo la plaza de la Puerta del Sol era ocupada por un creciente grupo de personas de diversa edad, procedencia e ideología, cuya única seña de identidad era su condición de “indignados”.

Probablemente, si todos aquellos que nos sentimos “cabreados”, (lo de indignados vamos a reservarlo para las víctimas del terrorismo), nos hubiésemos sumado a la concentración, la totalidad de las plazas y recintos de España abrían quedado abarrotadas y aún hubieran hecho falta varias hectáreas adicionales para dar cabida a semejante tumulto.



Pero dejando a un lado el hecho de que estemos indignados o no, lo que aquí trataremos de dilucidar es si ocupar plazas públicas a las bravas es un método legitimo y adecuado para resolver problemas, como el de la crisis económica/política, o si por el contrario sólo es una manera de echar gasolina a una hoguera que amenaza con achicharrarnos a todos si no actuamos pronto y con sentido común.



Se puede ser un adolescente irresponsable con más de 90 años y creer que unos aficionados pueden arreglar el Sistema a martillazos. He aquí un ejemplo.
Podemos coincidir o no con parte de este discurso, pero no por ello podemos apoyar a quien incumpla la ley so capa de proclamar sus ideas. Para eso tenemos el costoso sistema democrático.




La economía es una de las disciplinas más complejas y difíciles de comprender, debido a que en ella intervienen factores muy complejos que se influencian mutuamente. Pretender que los Indignados del 15M tengan algo que aportar en este tema, es cuanto menos ilusorio y peligroso. En este vídeo se da un repaso ameno a lo que es la economía y lo lejos que estamos de comprenderla cabalmente.


Yack:
Resulta sorprendente y espeluznante a un tiempo, constatar la cantidad de políticos, politólogos, pensadores, filósofos y periodistas de medio pelo, que apoyan este movimiento, aún sin estar de acuerdo con muchos de sus postulados. Según argumentan estos valedores del Movimiento 15-M, lo que ellos apoyan y elogian es la actitud de rebeldía activa frente a una situación económica/social/política que no les gusta.

Si ahora preguntáramos a cada uno de los defensores y protagonistas del 15-M, qué es lo que no les gusta de la actual situación y qué harían para mejorarla, nos encontraríamos con soluciones contradictorias y opuestas. Es decir, están de acuerdo en que las cosas van mal, pero no en el diagnostico ni en el remedio. ¡Gran comienzo!
Elegir la postura que debemos adoptar frente al Movimiento 15-M resulta muy fácil si recordamos que la Civilización, y más concretamente la Democracia, se basa en el estricto cumplimiento de la ley promulgada por los representantes legítimos de los ciudadanos. Y si la primera acción del Movimiento 15-M es incumplir la ley, ocupando una plaza pública para proclamar públicamente sus ocurrencias, vamos por muy mal camino.

No vamos a entrar aquí en dilucidar si la proclama del Movimiento 15M pasa de ser un manojo de ocurrencias propias de adolescentes que aún no han comprendido cómo funciona el sistema que los mantiene confortablemente vivos (véase África como sistema alternativo). Nos limitaremos a afirmar que la única actitud posible, como ciudadanos democráticos, es la de exigirles que respeten la ley y sólo a partir del momento en que cumplan esa condición, dejarles expresar libremente sus opiniones . Y para expresar sus ideas disponen, como el resto de los ciudadanos, de todos los medios de comunicación: Internet, prensa, radio, televisión y la opción de manifestarse públicamente después de haber obtenido la correspondiente autorización de las autoridades, como hacen, por ejemplo, las víctimas del terrorismo, que deben estar mucho más indignadas.

Pero el problema es que si siguen ese procedimiento, poca gente sabría de su existencia porque entrarían en competencia con el resto de grupos ideológicos y quedarían a la altura que les corresponde en función de la calidad de su mensaje. El método de coger un rifle, subirse a una torre y empezar a disparar a todo el que pase por allí es muy efectivo para atraer la atención de los medios de comunicación y difundir un comunicado ideológico, pero ese no es un método legal ni aceptable. En tales casos, como ocurre con el movimiento 15-M, la atención de la comunidad se obtiene por el incumplimiento de la ley y no por el mensaje. Mucha gente comete el error de fijar su atención en el mensaje, por el simple hecho de que sus autores están incumpliendo la ley y atropellando los derechos de los demás.
En un país de ciudadanos responsables, que entendieran lo que es la democracia y la importancia crucial de cumplir la ley, en lugar de apoyar a los insurrectos, exigirían mayoritariamente al ministro de interior que acabara de inmediato con la situación de incumplimiento fragante de la ley.

El error que ese está cometiendo consiste en aplaudir a quien se salta la ley por el simple hecho de que les caen simpáticos. La ley es la garantía de nuestros derechos y libertades y si permitimos saltársela a los que piensan como nosotros, tendremos que admitir que también la incumplan los que no piensan como nosotros. Y al poco tiempo de seguir esta conducta, tendremos una batalla campal en las calles, que puede acabar muy mal. Imaginemos lo que ocurriría si otro grupo de extrema derecha decide ocupar también las plazas y proclamar su ideología.
Bien, pues algo tan simple como la necesidad del respeto a la ley, sin excepciones, es un concepto que aún no ha llegado a la mente de buena parte de la ciudadanía española, y lo que es peor, a los políticos, periodistas, filósofos, y gente supuestamente bien preparada. Punset, por ejemplo, se declara a favor de la rebelión aduciendo ciertos paralelismos demenciales.

Seguimos pensando que se puede mejorar un sistema, extraordinariamente complejo y sofisticado, golpeándolo bárbaramente, en lugar de utilizar los métodos que el propio sistema proporciona para cambiarlo de manera pacífica y consensuada.

Este es un buen ejemplo de por qué no funcionan algunas democracias. Y la razón última es que buena parte de los ciudadanos y de las clases dirigentes no han comprendido en qué pilares se apoya el sistema y olvidan lo que puede ocurrir si el odiado sistema se desmorona bajo la presión de la indignación irracional de sus ciudadanos traducida en el incumpliendo la ley.

Si el motor de nuestro automóvil deja de funcionar, no se puede arreglar a martillazos por muy indignados que estemos. El único método es comprender su funcionamiento, detectar el problema y aplicar una solución puntual que sea capaz de mejorar el rendimiento.

En el caso de las escuderías de Fórmula I, los ingenieros estudian permanentemente el motor de sus coches buscando nuevas soluciones que mejoren el rendimiento. Nunca se cuestionan cambios drásticos que comprometan el diseño actual, fruto de una larga y costosa evolución.
En nuestro caso, al estar indignados con el hecho de perder puestos en la competición, nos estamos planteando la opción de dejar que unos aficionados indignados, armados con martillos y destornilladores, se encarguen de rediseñar el motor. 

Esta es la ciudadanía que tenemos y estos son los políticos que nos merecemos.
Por último, añadiré algo obvio, o que debería ser obvio. Si queremos, por ejemplo, independencia judicial, votemos a los partidos que tengan en su programa este objetivo y si no existe ese partido, creémoslo.  No hay otra solución posible y la indignación hay que manifestarla el día de las votaciones, votando al partido que ofrezca el programa que más se acerca a nuestras expectativas.

Y lo demás son atajos hacia el desastre.

Cuál es la esencia de la democracia

Se da por verdad incuestionable que el sistema democrático es la forma de gobierno más avanzada y justa, hasta el punto de que en la actualidad cualquier sistema de gobierno debe ostentar en algún lugar bien visible el marchamo de “democrático”.

Salvo las dictaduras comunistas, que poseen su propia etiqueta de legitimidad, basada en el concepto de revolución proletaria, no existe en la práctica modelos alternativos a los sistemas democráticos, si bien es cierto que la pureza de esa propiedad intangible que es la “democracia” puede variar en un amplio espectro, en función de los intereses y creencias de quien la juzgue, la disfrute, o la padezca.

En esta ocasión intentaremos llegar hasta el núcleo mismo del concepto de democracia, por el procedimiento de despojarla de todos sus adornos retóricos hasta quedarnos con su esencia última. Si lo conseguimos, tal vez lleguemos a comprender qué es la auténtica democracia, como funciona, cuáles son sus debilidades, sus fortalezas, y cuales sus peores enemigos.




Es posible reconfigurar todo el sistema democrático a nuestro gusto con sólo votar a los partidos que incluyen en sus programa las reformas que queremos. Pero si votamos a los partidos mayoritarios que no las incluyen, no debemos quejarnos. Los resultados electorales ponen de manifiesto lo que hacemos y eso es lo que tenemos.


Yack:

El homo sapiens es una estirpe de los primates y, como tal, vive en grupos sociales muy jerarquizados. La organización jerárquica supone, en último término, que unos mandan y otros obedecen porque de no ser así, de no haber jerarquía, sería imposible organizar y coordinar un grupo numeroso de monos egoístas y agresivos.

Pero aquí surge el primer problema grave: a todos nos gusta mandar y a nadie le gusta obedecer y, sin embargo, la organización social está fundada en la obediencia sistemática. Empezamos obedeciendo a nuestros padres, y continuamos obedeciendo a nuestros hermanos mayores, a los adultos, a los maestros, a los jefes, a las autoridades, a los médicos, a los políticos, etc. etc.

Entonces, ¿esta aparente contradicción (estamos programados para obedecer y aborrecemos obedecer), podría interpretarse como un error de diseño en el que hubiese incurrido la Naturaleza?

En modo alguno, dado que, por definición, la Naturaleza no comete errores de este calibre, por lo que habremos de suponer que el error está en nuestro análisis apresurado.
¿Por qué hemos sido diseñados para obedecer siendo el caso que nos gusta mandar?

La explicación es que para colocarse en posición de mandar, primero hay que desarrollar las propias capacidades y habilidades hasta el límite de nuestras posibilidades y ese estimulo permanente nos mejora como individuos y favorece el progreso de la especie.  

Sólo los mejor cualificados para mandar consiguen alcanzar la cúspide del poder mediante una agotadora carrera de obstáculos y, si finalmente llegan a la meta en los puestos de cabeza, reciben como premio el poder y también una amplia panoplia de bienes y dones terrenales: riqueza, confort, sexo, admiración, respeto, etc.

Bien, si esto es así, y lo es, nos encontramos con un grupo de homo sapiens organizados en torno a un sistema jerárquico en continua renovación, basado en una mezcla variable de poder físico y de inteligencia social.

En la antigüedad, la agresividad apoyada por la fuerza física y, sobre todo por la inteligencia social (talento para la conspiración y el control de grupos), eran las bazas principales para alcanzar el poder y perpetuarse en él. Este modelo se basaba en cohesionar en torno al líder a un pequeño grupo dirigente y mantener aterrorizados a los súbditos para que no cayeran en la tentación de conspirar contra el líder y su grupo.

Sin embargo, a medida que la sociedad se fue complejizando, fragilizando y enriqueciendo gracias a los avances tecnológicos, los sistemas políticos basados en el terror y en los castigos brutales fue perdiendo fuerza en favor de sistemas menos violentos y agresivos.

La población se hizo tan numerosa y extensa que fue necesario delegar el poder y esa delegación debilitaba al poder mismo, al facilitar las revueltas organizadas desde la periferia.

Una mejora importante, tendente a reducir el costo social de la violencia intraespecifica, fue asociar los derechos de sucesión a la legitimidad de la sangre, lo que impedía, o reducía, las sangrientas guerras civiles que generaba la lucha por el poder.  Este método dio tan buenos resultado que todavía se sigue aplicando en algunos países avanzados, aunque debidamente  “democratizado”, bajo la forma de monarquías parlamentarias.

La última invención en este terreno ha sido el sistema de gobierno democrático, basado en un conjunto de normas muy precisas que especifican la estructura de la organización jerárquica y, más importante aún, el protocolo por el que se puede acceder al poder supremo. Y todo ello auspiciado por una puesta en escena muy convincente, dirigida a escenificar el hecho de que es el grupo social en su conjunto, representado por cada uno de sus miembros, quien elige libre y conscientemente a sus mandatarios mediante sufragio universal.

La principal bondad de este método reside, en teoría al menos, en que si los gobernantes elegidos no cumplen sus promesas o no hacen bien su trabajo, los administrados (votantes) tienen la opción de “castigarlos”, sustituyéndolos por otros, cada cierto tiempo (elecciones).

Otra ventaja del sistema democrático es que, sobre el papel, todos los miembros del grupo tienen la oportunidad de acceder al poder supremo. Esta expectativa genera un amplio grupo de aspirantes al poder (los llamados “políticos”) que viven de la política (o más exactamente de los administrados). Y, dado que no tienen otro medio de ganarse el sustento, están muy interesados en mantener a toda costa la estructura democrática, ante un pueblo iletrado en política y en otras muchas cuestiones que, si es capaz de creer en la vida eterna después de la muerte, puede creer casi cualquier cosa que se le cuente. El colectivo iletrado, incapacitado genéticamente para autogobernarse, debe subvencionar el costoso criadero donde medra la casta política. O al menos esa es la idea que subyace a los sistemas democráticos.

Pero la idea más sólida sobre la que se apoya el sistema de gobierno democrático es la de que no hay ninguna otra alternativa mejor. Es costosa, si, pero una guerra civil es mucho más costosa y una dictadura inaceptable, en especial para los políticos, que verían frustradas sus aspiraciones de llegar algún día a mandar, a ser los jefes, los monos alfa de la tribu.

La casta política lo sabe bien y utiliza la amenaza real de la guerra civil y de la dictadura para dar cobertura a un colectivo privilegiado, que acoge a todos aquellos miembros del grupo que poseen “dotes de mando” y que, por tanto, se pasarán la vida empleando se talento en conspirar contra el poder establecido sin importarles que su actividad acabe en una guerra civil o en el mejor de los casos en una degradación de la convivencia y de la productividad económica del grupo social que les da cobijo.

Pero si el conjunto de la ciudadanía accede a financiar generosamente sus actividades políticas (y no políticas), la sociedad puede disponer de un sistema de gobierno pacifico, en el que los políticos se alternan en el poder dentro de un orden establecido por ellos mismos, que les interesa respetar a cambio de los beneficios que reciben mientras el sistema se mantenga estable. Si ese orden democrático degenera en guerra civil, tal vez algunos políticos logren alcanzar el poder, pero lo más probable es que sean pasados a cuchillo por las masas enardecidas y liberadas momentáneamente de la coerción benéfica del poder.

Y visto lo visto, hemos de admitir que, nos guste o no, somos monos egoístas y jerárquicos que necesitamos jefes que nos digan lo que tenemos y no tenemos que hacer. También hay que admitir que a lo mejor que podemos aspirar es a un sistema de gobierno democrático aunque resulte caro de mantener. Y, por último, sólo nos queda proporcionar algunas recetas fáciles de aplicar, sobre cómo deberíamos comportarnos para sacar el mayor beneficio de un sistema de gobierno tan oneroso de mantener.

Por desgracia, no basta con tener y pagar un sistema democrático para obtener beneficio de él. La preparación del usuario y la forma en que lo usa es crucial. Sería como adquirir un costoso ordenador y no saberlo usar. Tiempo y dinero perdido.

Entonces, ¿Cuáles son las normas de uso de ese complejo y costoso mecanismo que llamamos gobierno democrático?

La buena noticia es que sólo hay que tener tres ideas claras para sacarle todo el rendimiento. La mala noticia es que la mayoría de ciudadanos no saben, ni quieren saber, y menos aún aplicar esas tres ideas simples, dedicándose en su lugar a intentar sabotear el sistema en su beneficio, ya sea material o emocional. Al final, la racionalidad es derrotada por las emociones, y ninguna emoción es más placentera para un homo sapiens que hacerle daño a los miembros del grupo rival.

Pero entremos ya en esas tres sencillas normas:

En las elecciones, debe leerse todos los programas de los partidos que concurren a las urnas y votar por aquel que más se acerque a lo que desearíamos. 

No hay que caer en el error de votar al partido menos malo que tiene posibilidades de ganar, porque si así lo hacemos, estamos validando y perpetuando en el poder a un partido y a un programa con el que estamos en desacuerdo.

Si votamos a un programa y a un partido minoritario, nuestro voto no se desaprovechará porque estará indicando a los políticos lo que quieren sus votantes y eso hará que se muevan hacia ese punto. Utilicemos nuestros votos para posicionar a los partidos y no dejemos que sean ellos los que marquen el territorio donde los votantes han de colocar la ofrenda de sus votos, dejándose llevar por el perverso concepto de voto “útil”.


A la hora de valorar una ideología política o una teoría económica, observemos lo que ocurre cuando se aplica en el mundo real y tengámoslo en cuenta en el futuro. Cualquier teoría o proyecto puede parecernos perfecto cuando está escrito en papel, o sale de la boca de un político hábil en el arte de la oratoria, pero cuando hay que juzgarlo es en el momento se aplica en el mundo real, en nuestro país, y ahora. 


La Realidad es un terreno complejo y reactivo donde conviven millones de fuerzas e intereses invisibles, pero eficaces, que se activan tan pronto se aplica un nuevo modelo de actuación. Lo importante de un modelo es que resulte eficaz para llevar a buen término el objetivo que patrocina.

Sería el caso de un ingeniero que diseñara unas alas técnicamente perfectas, pero que al colocarlas a un voluntario y arrojarlo desde una torre, éste se estampara en el suelo.  ¿Qué importa que las alas sean técnicamente perfectas, armoniosas y elegantes,  si no pueden cumplir la misión para las que fueron creadas?  
Juzguemos los resultados y no las intenciones.

Respetar y obedecer las leyes y decisiones del Gobierno electo, colaborando, en todo momento, con el esfuerzo personal al progreso de la nación, aunque no se esté de acuerdo con el programa y la actuación del Gobierno.

Cualquier Gobierno, por muy honesto y eficaz que sea, puede fracasar si es extorsionado y saboteado por grupos organizados de ciudadanos, ya sea bajo el disfraz de oposición, sindicatos, grupos de presión, ecologistas, religiones, etc.

Para tener un sistema democrático eficaz, es condición necesaria respetar los resultados de las urnas, y dejar las manos libres al Gobierno para que ponga en marcha su programa. Si saboteamos su actuación, nunca llegaremos a saber si su programa era bueno. Naturalmente asumimos que el Gobierno está limitado en su discrecionalidad por las leyes vigentes y por la Constitución, pero habrá que confiar al poder judicial, la determinación de si han o no incumplido las leyes. En otro caso, volveríamos a entrar en el circulo vicioso anterior y serían los ciudadanos los que gobernaran o impidieran gobernar desde la extorsión permanente e irracional al Gobierno o a los poderes del Estado. 

Por otro lado, si sólo colaboramos cuando el partido gobernante es el que hemos votado, siempre habrá una parte importante de la población que se dedicará a sabotear al Gobierno para hacerlo caer y recuperar el poder en elecciones anticipadas.

Esta es la gangrena de los países menos avanzados política y socialmente, que nunca llegan a disfrutar de una democracia estable y plena, y todo ello por falta de educación, por no entender el concepto de respeto mutuo, por no entender que la esencia de la democracia es respetar al que no piensa igual, se esté o no de acuerdo con él, para que los demás también nos respeten a nosotros.

Otra idea importante que no llegan a entender estos pueblos atrasados, es la de que en política resulta imposible determinar con objetividad quien lleva razón. Mientras que en la ciencia, esto puede hacerse porque existe el juez supremo e inapelable del experimento objetivo, en las ciencias sociales no existe tal juez y por eso en politica hay que establecer un sistema automático de alternancia en los que se asume la convención de que los ganadores tienen la razón, en tanto no pierdan las elecciones.

Podemos estar seguros de que, en la medida en que se apliquen estas tres normas, los pueblos tendrán democracias más eficaces, seguras y justas. En la medida en que no se apliquen, tendrán democracias que no se distinguirán de las dictaduras, o incluso serán peores que éstas. Y la prueba de ello es que estos países suelen alternar dictaduras y democracias, porque las democracias degeneran hasta el punto de que son los propios ciudadanos los que reclaman una dictadura ante el panorama que tienen ante sí.