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¿Es injusta la vida?

A menudo sentimos la convicción profunda de que la vida no es justa, y tal vez tengamos razón, pero veamos en primer lugar, lo que se suele considerar injusto.

  • Si justo significa “equitativo”, es decir, que todos deberíamos comenzar nuestras vidas con las mismas oportunidades, hemos de decir que la vida es muy injusta. El hecho de que seamos genéticamente diferentes unos de otros, implica que unos estarán mejor dotados que otros para afrontar las dificultades del entorno en que les toque vivir.
  • Si justo significa “igualitario”, en el sentido de que todos deberíamos tener lo mismo, con independencia de nuestras circunstancias personales, también habría que decir que es injusta.
    Si al nacer somos diferentes y, además, nuestras vidas transcurren en entornos más o menos favorables, resulta evidente que durante el transcurso de la vida las diferencias se irán acrecentando.
  • Si justo significa que cada cual debería tener lo que se merece, en función de su esfuerzo por conseguirlo, habría que decir que la vida es razonablemente justa, si descontamos los efectos de la injusticia genética y la del entorno.
    Esta tipo de injusticia, que podríamos llamar “meritoria”,  es el motor del progreso humano, la causa de que el que está por debajo se esfuerce por superarse a sí mismo y en escalar la estructura social para alcanzar un lugar más confortable.

Entonces, y según lo anterior, la única estrategia recomendable para enfrentarse con la injusticia de la vida es hacer balance de lo que cada uno tiene y concentrarse en hacer lo mejor que sea posible con esos materiales, en exprimir sus posibilidades al límite.

Tenemos ejemplos portentosos de lo que se puede hacer con voluntad y entusiasmo y también tenemos ejemplos lamentables de cómo se puede dilapidar un valioso patrimonio.

Dedicar nuestra energía a lamentarnos de lo que nos falta, es la mejor forma de profundizar en el fracaso personal, porque cuanto menos tenemos, mayor es la necesidad de esforzarse para compensar nuestras carencias y conseguir salir adelante.

Y es precisamente en los casos en los que concurren las mayores carencias y las circunstancias más desfavorables, donde se dan los mayores prodigios en lo que se refiere a sacar a la luz lo mejor de la naturaleza humana.

“Hacer de tripas corazón”, es una frase popular que define muy bien esta tarea casi sobrehumana que emprenden algunas personas para demostrar a los demás y a sí mismas lo que se puede conseguir a fuerza de voluntad y entusiasmo.

Si nos obligamos a nosotros mismos a rechazar con energía la idea de que somos víctimas de la injusticia cósmica, y ponemos toda nuestra energía en salir adelante, tenemos muchas posibilidades de dejar de ser víctimas y de enorgullecernos de nuestros logros.

¿Somos los responsables de nuestros éxitos y fracasos?

Cuando nacemos, lo hacemos con un patrimonio genético que va a condicionar, en buena parte, nuestras capacidades y nuestras limitaciones. Resulta evidente que en el momento del nacimiento, sólo interviene el azar puro, puesto que carecemos de conciencia y, por lo tanto, de capacidad para actuar sobre el entorno.

Pero desde el momento mismo que abrimos los ojos a la luz del día, comienza un proceso mágico y sorprendente por el cual amplificamos, día a día, nuestra capacidad para actuar sobre el mundo real y modificar así, nuestro propio destino como individuos.

Sin lugar a duda el entorno en que nacemos, las circunstancias casuales que acontezcan a lo largo de nuestra existencia, nuestra configuración genética y otros aspectos de la realidad, van a condicionar, en mayor o menor grado, nuestra vida.

Pero, puesto que no podemos controlar el azar, debemos concentrar nuestro esfuerzo en todo aquello que depende de nuestra voluntad, que no es poco.

Todos conocemos casos en los que un individuo, que nació en circunstancias desfavorables, ha superado, a fuerza de voluntad, a su propio destino y ha alcanzado metas inimaginables.

Entonces, si como se deduce de estos casos ejemplares, con el sólo ejercicio de la voluntad podemos cambiar nuestra vida en la dirección que deseemos, ¿qué nos impide en la práctica hacerlo? ¿por qué razón nos dejamos vencer tantas veces por las circunstancias? ¿de quién es, en definitiva, la culpa de nuestros fracasos?

Ahora nos toca analizar esta cuestión para tratar de averiguar qué debemos hacer para cambiar nuestro propio destino en la dirección que hayamos elegido, si es que tal cosa es posible, como parecen demostrar ciertas vidas inexplicablemente exitosas.


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