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Prescindiendo de consideraciones éticas, filosóficas o religiosas y de la inevitable subjetividad del observador, todos estaremos de acuerdo en que existen personas que son objetivamente buenas (la madre Teresa de Calcuta) y personas que son objetivamente malas (Hitler).
Ante esta evidencia, casi empírica, debemos suponer, y hasta admitir, que tanto las personas buenas, como las personas malas, encuentran alguna ventaja en su respectivos roles, porque de no ser así, cambiarían, por puro egoísmo, su conducta para obtener mayor beneficio personal.
En base a lo que antecede, hemos de dar por cierto, que tanto el hecho de ser bueno, como el hecho de ser malo, debe aportar a cierto tipo de personas, ventajas que les hacen persistir en su conducta moral, hasta el punto de que estas características conductuales, pueden entenderse como una propiedad esencial de su personalidad.
Y llegados a este punto de nuestro análisis, sólo nos queda encontrar una teoría que dé cuenta de las siguientes cuestiones:
En qué consiste la maldad y la bondad humana.
Qué beneficio personal sacan las personas malas de su maldad y las personas buenas de su bondad.
Por qué unas personas consideran más rentable la maldad y otras la bondad.
¿Qué circunstancias concurren en las personas malas y cuales en las buenas, que justifique su empecinamiento en esas conductas moralmente antagónicas?
En esta tertulia trataremos de responder a estas preguntas para, desde el terreno práctico, cuestionarnos con fundamento si hemos de abrazar una u otra estrategia moral, para así disfrutar de una vida más productiva y feliz.
Antes del advenimiento de la visión darwiniana de la vida, se consideraba al hombre un ser dotado de alma inmortal y adornado con la moral, una propiedad de origen divino que le elevaba por encima de todos los habitantes del planeta hasta el punto de que no cabían comparaciones con ellos, que no resultasen ofensivas para la dignidad humana. Sin embargo, el modelo darwinista abría la veda para fructíferas y esclarecedoras comparaciones y tan pronto comenzó a resquebrajarse el tabú que impedía considerar al hombre como un animal más, se empezó a cuestionar la auténtica naturaleza de facultades tan genuínamente humanas como la moral.
En esta tertulia centraremos nuestra atención en la moral humana y procuraremos determinar si se trata de una facultad privativa de la especie humana y desde la respuesta que encontremos, trataremos de profundizar en cuestiones tales como su origen, utilidad y naturaleza.
En los tiempos en que se creía que la ética emanaba de la divinidad, se llegó a identificar el bien y el mal con seres espirituales que inducían al hombre a practicar el mal o el bien.
Con la proclama de Darwin se pudo abordar el problema del mal y del bien desde una óptica totalmente nueva, en la que, por primera vez, se podía prescindir de la divinidad y de toda la fauna celestial, para explicar el comportamiento de los seres vivos y la conducta ética de los primates, en especial la del homo sapiens.
Desde este nuevo enfoque darwinista, presidido por la razón, sólo existen diferentes estrategias de supervivencia. El egoísmo contra el altruismo, la aniquilación del enemigo frente a la colaboración con él, el eterno e inestable equilibrio entre los oportunistas y los colaboracionistas. Sin embargo, más de la mitad de las sociedades civilizadas y la práctica totalidad del resto, siguen creyendo en la arcaica visión de la ética, en la lucha del bien y del mal, en los demonios y en los ángeles, en la ética cómo ectoplasma que flota en alguna región misteriosa e inaccesible de la realidad, a medio camino entre la tierra y el cielo. Y todo ello porque nadie les explicó en el colegio lo que significó la revolución darwinista y en su lugar se les impartió la visión mágica de la realidad que patrocinan las religiones.
En esta tertulia se tratarán todos estos temas y algunos otros que surjan en el calor del debate. _____________
Empecemos por definir el Mal y el Bien desde el nivel más bajo y universal, que afecta tanto a los hombres como al resto de los animales:
El mal es todo aquello que nos hace daño, que nos produce sufrimiento, que de alguna manera compromete nuestro futuro.
El bien, su concepto antagónico, es todo aquello que nos produce satisfacción, que refuerza nuestra integridad y que favorece y asegura nuestro futuro.
En resumen, el mal es todo aquello que nos daña a corto, medio o largo plazo.
Subamos ahora un peldaño en la escala de la comprensión, localizando su origen, que es la mejor manera de evitarlo o al menos de mitigarlo. El niño pequeño comienza su actividad cognoscitiva dividiendo el mundo que lo rodea en dos categorías primordiales: elementos y eventos “malos” y “buenos” a fin de evitar unos y buscar los otros.
En relación con el origen del mal, podemos identificar dos fuentes:
Natural, que es el que se refiere a causas no humanas, tales como cataclismos naturales, clima, epidemias, etc. sobre el que, en general, se tiene poco o ningún control.
Humano, generado por las decisiones de los seres humanos, tales como las guerras, la agresión, el engaño, la traición, etc. Sobre este tipo de mal se suele tener mayor control.
Para enfrentarse al mal natural (hecatombes, plagas, etc.) los niños acuden a sus padres y los adultos creyentes recurren a los dioses a los que consideran su causa eficiente o, al menos, el remedio de tales males. A medida que el niño crece o las sociedades humanas evolucionan, van dejando de lado los remedios basados en la fe y avanzan hacia otro tipo de soluciones sustentadas en una mejor comprensión del universo y las leyes que lo rigen.
Para luchar contra el mal de origen humano (guerras, traición, egoísmo, etc.), ponemos a contribución nuestras habilidades, experiencia e inteligencia social a fin de desarrollar estrategias eficaces para imponer y defender nuestros intereses frente a los de los demás. Llegados a este punto, podemos dar un paso más e intentar objetivar con mayor profundidad el Mal como concepto:
La primera constatación que haremos en esta dirección será la de que un determinado mal puede ser, al mismo tiempo, un bien, según los posicionamientos de los individuos cuyos intereses están en juego.
Un guepardo localiza a una cría de antílope, la persigue y la mata. Para el guepardo ese acto es un bien que le permite continuar su vida y la de su prole, pero para el antílope es una desgracia porque ha perdido la posibilidad de trasmitir sus genes y con ello seguir uno de sus instintos más profundos, vinculado al bien supremo de la especie: perdurar en el tiempo.
Pero en el plano humano, también se dan casos de antagonismo entre el bien y el mal, llegando a ser, en algunos casos, las dos caras de un mismo acontecimiento.
En una empresa se destituye al jefe del departamento y se nombra a otro en su lugar. Para el cesante el cambio en la jefatura es un mal, pero para el ascendido, es un bien, en cuanto que representa una oportunidad de prosperar en la escala social y económica.
En una guerra tribal por el dominio de un enclave importante, como un pozo de agua, el grupo vencedor mata a sus enemigos varones para acabar con el riesgo que representan, se apropian de las mujeres para utilizarlas como concubinas y convierten a los niños en esclavos y, todo eso es un bien. Para la tribu derrotada, es un mal y por las mismas razones.
Un último ejemplo incruento: Dos varones aman apasionadamente a una mujer, pero por razones obvias, sólo uno de ellos puede acceder a su amor. Ella se decide por uno de los dos y con ese acto de elección ha generado automática e inevitablemente un bien y un mal. Puede incluso que el derrotado llegue al suicidio o, peor aún, al asesinato de su rival por celos y hasta de la mujer amada por despecho.
Entonces, y teniendo en cuenta todos estos ejemplos, ¿puede definirse el bien o el mal en términos absolutos? ¿Puede elaborarse un criterio que establezca lo que es intrínseca y universalmente bueno o malo? Evidentemente no. El azúcar, por ejemplo, puede ser mala para un diabético, pero buena para un individuo sano que no sufra obesidad.
Pero centrándonos en el bien moral, que suele ser el objeto de interés en los debates sobre el bien y el mal, veremos que sólo se da, con ciertas excepciones como la de los antagonismos (competencia amatoria), en el seno de grupos humanos con coherencia interna (tribus, países, confederaciones, etc.).
Los seres humanos son animales sociales, como la mayoría de los primates y en eso basan su supremacía en el planeta. Gracias a compartir conocimientos y proyectos, pueden ascender continuamente en la escala de la eficiencia en un entorno hostil.
Pero para poder vivir en sociedad de forma productiva y beneficiarse de ello, es necesario renunciar a una buena ración de egoísmo individual a favor de los intereses de los demás. Para hacerlo posible se establecen unas leyes de simetría en el comportamiento del grupo (buenas maneras, leyes, etc.) que garantiza una convivencia pacífica y fluida.
Preceptos como los de no mentir, no robar, cumplir los propios compromisos, ser leal, no traicionar a los demás, etc. son necesarios para la convivencia pacífica y productiva y el individuo que los incumple, es repudiado y castigado por la comunidad. En algunos casos se ha intentado expresar todo esto, de manera excesivamente simplificada, mediante la frase “trata a los demás como quieres ser tratado”.
Desde el punto de vista moral, podría identificarse el bien con ese conjunto de normas de aplicación general que definen los límites entre el interés del individuo (egoísmo) y el interés de la comunidad (altruismo).
Pero esa moral colectiva, que podemos identificar con el bien moral, sólo funciona para y entre los individuos del grupo. Las tribus y grupos enemigos y rivales no entran dentro de ese paraguas moral, sino que quedan expuesto a los sentimientos más negativos de odio, agresión, rencor, etc. Al estar fuera del grupo, representan un peligro potencial y, por ello, la norma moral con respecto a ellos es la de aniquilarlos e infringirles el mayor daño posible, porque de no ser así, un grupo de individuos “bienintencionados” quedaría a merced de cualquier otro grupo oportunista que no compartiera su generosa “moral de ámbito universal”.
Este mecanismo funcionaba con eficacia en tiempos remotos, en los que la especie humana estaba fragmentada en pequeños grupos o tribus con intereses enfrentados, y en perpetua lucha por los escasos recursos. Las tribus más agresivas, imponían su dominio a las más pacificas y para hacer frente a esa situación, por fuerza hubo de imponerse un modelo en el que las leyes morales solo son de aplicación a los miembros del propio grupo. Si existió algún grupo que cayó en el error de profesar una moral de ámbito universal, hubo de desaparecer sin dejar rastro. De hecho, las neuronas espejo, base neurológica de la ética, producen en el individuo que presencia el sufrimiento de un semejante, una emoción equivalente, aunque de menor cuantía, en función de la relación que le une con él (desconocido, amigo, familiar, hijo, etc.).
Sin embargo, cuando nos encontramos ante un enemigo o rival, esas células espejo invierten su efecto hasta el punto de que el sufrimiento ajeno produce en nosotros placer y es precisamente esa inversión en la que se basa el éxito de muchas películas de violencia que, mediante un argumento astutamente configurado, nos hacen odiar a algunos de los personajes y luego nos proporcionan la satisfacción de verlos sufrir y morir.
Con el avance de la civilización, los grupos humanos se hicieron cada vez mayores hasta alcanzar cifras de millones de individuos. Con el desarrollo de los sistemas de comunicación avanzados (escritura, telefonía, Internet, etc.), los grupos mayores podían mantenerse sintonizados y obtenían más ventajas al poder generar y compartir más conocimientos y avanzar más rápidamente en la comprensión del entorno. Además resultaban menos vulnerables, por el simple hecho de ser mayores que sus potenciales depredadores, aunque estos fueran más agresivos, siguiendo la solución que adoptan los grandes herbívoros como los elefantes. Esta inversión de la situación estratégica, en la que los grupos sociales de mayor tamaño resultaban más seguros que los más pequeños, por muy agresivos que estos fueran, comenzó a inclinar la balanza hacia los modelos de convivencia pacífica basados en la generosidad y el altruismo, necesario para mantener la cohesión de grupos de gran tamaño.
Pero para mantener la colaboración entre seres humanos que no se conocen personalmente, clave biológica de la activación del mecanismo de colaboración, hubo que crear una “supermoral “ que funcionase como un modelo del bien de ámbito universal. Desde este posicionamiento, el hombre, por el simple hecho de serlo, se consideraba miembro de pleno derecho de una supertribu de ámbito planetario, y por tanto, merecedor de un trato digno y beneficioso para sus intereses personales(derechos humanos).
Aunque esta supermoral (ama a los demás como a ti mismo) dé buen resultado para configurar supertribus de tamaño prácticamente ilimitado, debe tener sus límites. Mientras que persistan comunidades agresivas, hay que mantener las fronteras morales y físicas, porque si estalla una situación bélica, como ocurrió en la no tan lejana Segunda Guerra Mundial, hay que volver a la moral relativista y antagónica: Los nuestros sí, pero los enemigos, no. El mal de mi enemigo es mí bien y el bien de mi enemigo es mí mal.
Si algún día se llega a configurar una supertribu mundial, se podrá hablar del bien moral en términos casi absolutos, en el sentido de que las leyes morales podrán ser aplicadas automáticamente a cualquier ser humano que habite sobre el planeta. Ni que decir tiene, que cualquier alienígena que aterrizara en nuestro planeta, debería ser evaluado cuidadosamente, en cuanto a sus intenciones, antes de englobarlo o no en nuestra esfera moral humana.
Añadiremos por último, que dentro del conjunto de normas éticas comúnmente aceptadas que maneja una comunidad, existen subdivisiones de todo tipo, que forman subgrupos o comunidades virtuales englobadas unas dentro de otras.
Así por ejemplo, dos individuos de una misma comunidad pueden enfrentarse por pertenecer a equipos de futbol rivales, comulgar con ideas políticas enfrentadas, pertenecer a clases sociales diferentes, etc. Las relaciones entre grupos rivales, de cualquier naturaleza, pueden deformar y tensionar el modelo moral general hasta el punto de llegar a infracciones tan graves como el asesinato. Desde las guerras civiles entre grupos ideológicos enfrentados dentro de un mismo país, hasta los asesinatos esporádicos de hinchas de un equipo de futbol a manos de extremistas del equipo rival, la convivencia está llena de ejemplos de modelos morales autónomos englobados en el modelo general aunque no siempre compatibles con él.
Pero para mantener vivo y operativo el gran acuerdo de convivencia social de una comunidad nacional o supranacional, como la Unión Europea, debe existir una ley común que se aplica disuasoriamente sobre los individuos que la incumplen, sin importar las razones morales subgrupales que les han inducido a cometerlas.
En cuanto la ley general se deja de aplicar, las diferencias y la agresividad entre subgrupos virtuales puede poner en peligro el gran pacto de convivencia que mantiene a la comunidad en funcionamiento y degenerar hacia la anarquía o la guerra civil.
Cabe señalar finalmente, que cuando un miembro de un subgrupo ideológico ataca brutalmente a un miembro de un subgrupo rival, la grave infracción es tolerada cuando no ensalzada por el resto de miembros, en base a la interpretación del hecho desde la óptima moral partidista que informa a ese grupo.
Se da por supuesto que la moralidad, es decir, la renuncia al beneficio propio cuando éste implica perjudicar a los demás, es útil y necesaria para el mantenimiento de buenas relaciones entre los individuos de una comunidad. Sin embargo, ya no está tan claro que esa moralidad sea útil al aplicarla a la política y a la economía en las que el ámbito de influencia se extiende a un grupo más amplio cuyos intereses globales pueden requerir otro planteamiento diferente. En esta tertulia se tratará la cuestión de si la moralidad es útil en la política y la economía y, en tal caso, si existiría una moralidad distinta a la que se aplica en las relaciones interpersonales.
La conocida frase "El fin justifica los medios" suele ser aplicada en un sentido negativo, como exponente de la justificación del egoismo y del fanatismo destructivo. Sin embargo, grandes pensadores como Maquiavelo la utilizaron en sentido positivo, como una fórmula válida para obtener el bien común. En esta tertulia trataremos de profundizar en los diferentes sentidos éticos que puede encerrar esta máxima tan controvertida.
______________ Para comentar este tema, vaya al final del artículo y pulse en comentarios. Si no sabe cómo añadir comentarios, pulse aquí. Yack: La sentencia "El fin justifica los medios" puede interpretarse de dos maneras diferentes y como eso puede crear confusión, comenzaremos por aclarar este punto.
La primera interpretación sería "Cualquier fin justifica cualquier medio" y, formulada así, resulta claramente insostenible, no sólo desde la ética sino desde el más elemental sentido común. Esta interpretación justificaría cualquier acción, por muy absurda, injusta y desproporcionada que fuese.
La segunda interpretación, que es la que consideraremos en adelante, sería esta "Cualquier medio, puede estar justificado por un fin lo suficiente importante".
Veamos con más detalle los matices de esta segunda interpretación:
Consideremos un sujeto que se enfrenta a una situación problemática ante la que debe tomar una decisión para resolverla de la mejor manera posible. Cada ser humano posee una portentosa máquina mental para enfrentarse y resolver los problemas que la existencia le plantea. Esta máquina está especializada en imaginar un amplio abanico de acciones alternativas y, además, es capaz de evaluarlas en función de su idoneidad para resolver el problema. Finalmente, la mente elige y ejecuta la acción que haya conseguido una puntuación más alta, es decir, la que parezca mejor.
Pero, aquí surge una cuestión importante: ¿La mejor para quien?
Y la respuesta es, obviamente, la mejor para él, para el individuo que posee el cerebro que hace el cálculo y toma la decisión.
Veámoslo con un ejemplo:
El sujeto de nuestro experimento se encuentra en mitad de un atasco de tráfico y localiza una vía de escape, pero hay una señal que le prohibe circular por ella. En un análisis apresurado, podríamos pensar que al aplicar la norma que nos ocupa, es decir, "el fin justifica los medios" nuestro sujeto optaría por infringir la prohibición de circular aplicando la solución más beneficiosa para él. Pero, si el cerebro humano es, con diferencia, la mejor máquina de resolver problemas que existe en este planeta, debe ser por una buena razón. El cerebro humano no se limita a un cálculo de coste/beneficio a corto plazo, sino que, como todo buen jugador de ajedrez, realiza un cálculo a largo plazo, involucrando en él las consecuencias futuras que su acción pueda desencadenar. En el ejemplo que nos ocupa tendrá en cuenta que, aunque esta solución le permita ganar unos minutos, puede también ocasionarle un accidente o atraer sobre sí un castigo social en forma de multa. Y en tal caso, la opción ya no sería tan beneficiosa como podría parecer tras un cálculo superficial y a corto plazo. Si el sujeto llega a la conclusión final de que lo mejor es esperar pacientemente a que el atasco termine, sigue siendo un cálculo egoísta, pero en él están involucrados datos adicionales, tales como los intereses del grupo social que ha establecido la prohibición. Al introducir en la ecuación que está resolviendo, el factor representado por el riesgo de recibir una sanción, obtendrá un resultado más exacto y, si cabe, más egoísta, porque le beneficiará más que el que había realizado basado en un cálculo incompleto. Así pues, el fin justifica los medios siempre que la relación costo/beneficio a corto y largo plazo sea positiva para el individuo que utiliza un determinado medio para alcanzar un determinado fin. La razón por la que esta evidencia queda a veces oculta y ha sido, y ahora es, objeto de debate, se explica porque no se suele tener en cuenta que el cerebro humano trabaja con muchos factores que no siempre están a disposición del observador externo.
Pero para disipar las dudas que puedan quedar pongamos un ejemplo extremo en el uso de un medio: ¿Puede existir un fin que justifique el uso de un medio que consista en torturar a un semejante hasta producirle el mayor dolor que sea posible?
Si nuestra tesis inicial es correcta, la respuesta debería ser afirmativa. Solo tenemos que encontrar un fin lo suficiente valioso como para que supere el coste asociado a la violación de la fuerte prohibición social y moral de no torturar a los semejantes y las correspondientes represalias asociadas.
Supongamos que un policía detiene a un terrorista suicida y que este confiesa que ha instalado un artefacto nuclear en el centro de una populosa ciudad que estallará en 30 minutos. Ante esta situación límite, el único medio de evitar la muerte de 4 millones de personas inocentes es sonsacarle, contra su voluntad, la ubicación de la bomba y el único medio de conseguirlo, es infringirle tanto dolor físico como para vencer su voluntad fanática de permanecer en silencio para que su acto terrorista se consume.
¿Alguien se plantearía alguna duda sobre si el medio de torturar al terrorista justificaría el fin de salvar a 4 millones de inocentes ciudadanos, entre los que se cuentan el propio policía y toda su familia?
Podemos, por lo tanto, concluir que la máxima "el fin justifica los medios" entendida en la segunda interpretación, se aplica en todos los casos, sin excepción, si tenemos en cuenta que en la evaluación que hace el sujeto sobre el coste/beneficio intervienen factores tales como el miedo a las represalias sociales, el temor al propio remordimiento, el temor a haber incurrido en algún error al evaluar los datos del problema, etc. pero, si finalmente llega a la conclusión de que el beneficio global del fin es superior al coste global del medio, ejecutará la acción que cumple ese requisito.
Naturalmente el hecho de que un individuo considere que un determinado fin justifica un determinado medio no significa que todos compartamos esa opinión. Cuando la mayoría del grupo está de acuerdo, el acto es moralmente legítimo y hasta puede que heroico si está involucrada la seguridad del grupo, mientras que si la mayoría del grupo está en desacuerdo, resultará moralmente ilegitimo.
Ese juicio social y sus posibles consecuencias son tenidas en cuenta por el sujeto que decide como un parámetro crucial en sus cálculos.
Hitler masacró a los judíos porque él y buena parte de la sociedad en que vivía consideraba que el fin justificaba los medios. Sin embargo, al perder la guerra fueron juzgados por sus enemigos que tenían una opinión muy distinta sobre el problema judío y fue la opinión de los Aliados victoriosos la que, finalmente, prevaleció y se afianzó universalmente como una verdad autoevidente. Sin embargo la bomba que los mismos Aliados lanzaron sobre la población civil de Hiroshima, no se consideró durante mucho tiempo una acción reprobable porque, según pensaban los vencedores, en este caso el fin sí justificaba los medios. Sin lugar a dudas, si el signo de la guerra hubiese sido el contrario, Hirosima sería un genocidio inadmisible y el holocausto judio un mal necesario. En resumen, el individuo que se enfrenta a una decisión siempre aplica, aunque no sea consciente de ello, la máxima de que el fin justifica los medios, que podría traducirse menos ampulosamente como "haz siempre lo que consideres mejor". El problema real está en evaluar con precisión el coste global a corto, medio y largo plazo del fin y de los medios en relación con los intereses de individuo que decide, teniendo en cuenta que forma parte de una comunidad humana de la que depende física y emocionalmente.
El problema con el que se enfrenta el individuo que decide no es la validez general de la ecuación "el fin justifica los medios", sino el de determinar si un medio determinado justifica un fin determinado, evaluados ambos en su compleja totalidad.
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Warrior:
Esta frase, atribuida equivocadamente a Maquiavelo, se utiliza popularmente para tratar de justificar el empleo de medios perversos para conseguir un fin bueno. Sin embargo,Maquiavelo se refería a la política, teniendo en cuenta que ésta no es moral ni ética, sino que se justifica por sí misma, por su exigencia intrínseca de conducir a los hombres a una forma ordenada y libre de convivencia, y halla su límite en la posibilidad de éxito de los medios adoptados. Algunos medios extremos y repugnantes son impolíticos porque se vuelven contra quien los emplea y hacen imposible el mantenimiento del estado. El dominio de la acción política se extiende a todo lo que ofrece la garantía del éxito, que no es más que la estabilidad y el orden de la comunidad política.
Por lo tanto, para contestar a esta pregunta en el sentido popular y general de su empleo, habría que considerar cada caso en particular y tener en cuenta los medios empleados, los fines a conseguir, la moral, la ética, los valores predominantes en la sociedad, la época y las circunstancias. Es decir, que intervienen tantos factores que pienso que lo mejor sería plantear varios casos y que cada uno reflexione sobre la justificación.
Todos sabemos cómo se terminó la segunda guerra mundial: se lanzaron bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Las víctimas fueron enormes y las consecuencias para los que sobrevivieron, horrorosas. Con este medio horrible se terminó una guerra también horrible ¿Cómo se justifica? ¿Quizá diciendo que si no se hubieran lanzado habría habido aún más víctimas? ¿Pero está justificado matar a unos seres inocentes para salvar a otros? ¿Se justifica sólo por la cantidad? ¿Todos los hombres valen igual?
El médico le dice a su paciente que la enfermedad que tiene no es importante. El médico sabe que su paciente va a morir, sin embargo para no hacerle sufrir no se lo dice. El medio empleado, el engaño, ¿se justifica por el fin de no hacer sufrir? ¿Y si el enfermo al saberlo hubiera podido aprovechar mejor el tiempo que le quedaba de vida? ¿Cómo se justifica, entonces?
Un dictador que dirige a una nación tiene a su pueblo tiranizado. Un grupo organizado decide asesinarlo, puesto que no hay otra posibilidad de cambiar de gobierno. El asesinato está prohibido tanto por las leyes como por la moral. ¿Se podría justificar este crimen? ¿En un ámbito político intervendría la moral o habría quetener en cuenta que el bienestar del pueblo es lo primero?
Un país A tiene un territorio pequeño y una gran población que no puede mantener. El gobierno, democráticamente elegido, decide iniciar una guerra contra un país B que tiene unos recursos que podrían solucionar el problema de A. Quizá desde un punto de vista moral e incluso ético el medio empleado no sea bueno, pero políticamente, sobre todo, si se consigue el objetivo,podría considerarse que el fin ha justificado los medios empleados puesto que ha solucionado el problema del hambre en el país A. No obstante, el medio empleado ha sido el más perverso posible: la guerra. Sin embargo, los ciudadanos del país A están contentos porque han conseguido lo que querían, pero ¿y los del país B?
Todos estos ejemplos se podrían justificar con la doctrina del Bien Superior, teoría sustentada por muchos dictadores, entre ellos Pol Pot, que con susJemeres Rojos, asesinó a millón y medio de sus compatriotas camboyanos, con el fin de llevar a cabo la redistribución de la población de las ciudades en el campo y así utilizar esta medida determinante hacia el tipo de comunismo que deseaba instalar en su país.
Esta teoría del Bien Superior no es aceptada por la doctrina cristiana y, creo que, dada su utilización por dictadores, militares (la utilizaron los militares franceses en la Batalla de Verdún) y numerosas sectas, es bastante sospechosa de ser una postura razonable por lo que debe ser siempre muy sopesada una decisión que lleve aparejada emplear medios perversos, aunque el fin parezca bueno. Evidentemente, el ser humano por su naturaleza frágil y su tendencia al egoísmo, puede hacer que, incluso democráticamente,se tomen decisiones inmorales. La decisión de una mayoría no quiere decir que sea justa y, menos, que se justifique ni moral ni éticamente, puesto que la cantidad no equivale ni a calidad ni a la verdad.
La ética y la moral son dos aspectos de la conducta humana que no compartimos con el resto de especies. En esta tertulia se hablará de su naturaleza, origen y utilidad para la sociedad humana.
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Warrior: Comúnmente se confunde el significado de estos dos conceptos y se emplean indistintamente como si fueran sinónimos. Sin embargo, no son lo mismo. La moral se refiere al campo de la conducta, de las acciones: lo que se hace cada día, en cada institución (familiar, parlamento, economía, etc.), regido por códigos concretos de conducta de tipo religioso o civil. La moral es normativa, porque establece las normas que determinan lo que es el bien y lo que es el mal. Estas normas emanan de la propia sociedad, son las costumbres vigentes en esa sociedad concreta y varían con el tiempo y con el tipo de sociedad. Por eso salirse de esas normas sociales establecidas se considera Malo y el respetarlas Bueno. La ética se refiere a las concepciones de fondo, principios y valores por los que se rigen las personas y las sociedades. La ética se plantea no sólo saber el ¿qué debo hacer?, sino, ¿por qué debo hacer esto ? La ética y la moral no tienen por qué coincidir. Un ejemplo sería el que especula en Bolsa. Moral y legalmente es Bueno, pero y ¿ éticamente? Es ahí donde entran los valores y la reflexión individual. Estos valores básicos y universales serían: La Vida, el Amor, la Libertad, la Justicia, la Verdad y la Solidaridad.