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¿Nacemos o nos hacemos?

Resulta obvio que a medida que crecemos, van variando nuestra conducta, nuestras creencias y hasta nuestras aficiones y de ahí se podría seguir que todo lo que llegamos a ser, de adultos, es aprendido.


La teoría de la tabla rasa, en la que supuestamente nuestra mente es un "hardware" estándar que es programado en su totalidad por las interacciones con el entorno, puede resultar apetecible, en cuanto nos concede capacidad ilimitada de desarrollo, pero no parece realista.

Con la emergencia de la biología y la genética, los científicos están confirmando, día a día, que hasta las más sutiles capacidades y tendencias suelen estar respaldadas por uno o más genes.

Sin embargo, lo que parece claro y ese será el tema de este debate, es que tanto la herencia como el ambiente actúan conjuntamente sobre nosotros perfilando nuestra personalidad adulta. Lo que no está nada claro es de qué forma y en qué cuantía actúa la herencia y la educación, así como sus mutuas interacciones, prioridades y subordinaciones.

Lo veremos en esta tertulia.

Para qué educamos

La educación de los nuevos miembros de la sociedad consiste en suministrarles una serie de conocimientos, normas, objetivos y prohibiciones para que cuando alcancen su estado adulto se integren adecuadamente en el tejido social.

Pero ese propósito general implica, por parte de educadores y padres, una estrategia a largo plazo guiada por un modelo que podríamos caracterizar en forma de pregunta ¿para qué educamos?


¿Educamos para la consecución de la felicidad individual?, ¿educamos para conseguir un ciudadano responsable, útil, sumiso, rebelde...?, ¿educamos para volverlo inmune a los avatares vitales o para que se sienta fuertemente implicado en el juego dinámico de las fuerzas sociales?


Todas estas preguntas y algunas otras son las que ponemos sobre la mesa del debate para que cada cual plantee sus propuestas.


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Yack:

Empecemos considerando que la sociedad es una máquina hipercompleja formada por infinidad de piezas diferentes que, trabajando coordinadamente, pueden generar un oasis en el desierto de la barbarie.

Cada uno de nosotros representa un engranaje, una polea, un resorte, un tornillo que cumple su función dentro del plan general de la supermáquina y que, a cambio, se beneficia del confort que ésta genera .

Según esta metáfora, la educación consistiría en modelar a los nuevos individuos para que se conviertan en piezas útiles y eficientes que, al alcanzar la madurez, puedan incorporarse a la maquinaria, ya sea para reemplazar a las piezas gastadas o para expandir las capacidades de la máquina.

La última cuestión que nos queda por dilucidar es esta: Si existen miles de tipos de piezas diferentes (albañiles, arquitectos, mecánicos, ingenieros, cantantes, futbolistas, etc.) ¿qué configuración convendría dar a cada individuo?

La respuesta es también obvia: la forma de la pieza más valiosa, compleja y escasa de toda la maquinaria. Es decir, por defecto, debemos tratar de obtener un arquitecto o un ingeniero, pero si el individuo fracasa durante el proceso educativo, decaerá en albañil o mecánico y así sucesivamente.

Cierto es que en la maquinaria social, como ocurre, por ejemplo, en un ordenador, son necesarios también los tornillos y las arandelas, las piezas más humildes de todo el sistema, pero además se requieren sofisticados procesadores y rápidas y costosas memorias de alta tecnología.

Pero, por desgracia, no todos podemos llegar a ser presidentes de gobierno ni premios Nobel, porque por cada pieza de alto nivel se necesitan miles de piezas de menor jerarquía y valor. Por eso, un buen sistema educativo ideal debe estar orientado a conseguir de cada individuo lo máximo que es capaz de dar a la maquinaria social. Pero ¿sería injusto sacrificar los intereses del individuo a los de la máquina, aunque esta represente la suma de los intereses de todos sus miembros, de nosotros mismos?

No, no sería injusto porque la maquina social es generosa con los que hacen un buen trabajo en ella y los recompensa con la admiración, el reconocimiento y el respeto de los demás y, cómo no, con un elevado sueldo que les permite beneficiarse en mayor medida del confort que genera la máquina. Por el contrario, el humilde tornillo recibirá una exigua recompensa por razón de la ley de mercado que gobierna y estructura la sociedad humana: lo escaso vale más que lo abundante y lo escaso, en el ámbito de las habilidades humanas, suele equivaler a lo difícil.

La única manera de incentivar a los individuos para que se esfuercen en desarrollar al máximo sus potencialidades es recompensarlos. Para ser peón de albañil no se necesita ningún entrenamiento previo ni excepcional talento, pero para llegar a ser arquitecto se requiere una inteligencia por encima de la media y muchos años de esfuerzo continuado sin recibir nada a cambio.

Aunque es el individuo quien tiene que hacer la elección en base a sus capacidades y sus deseos, un sistema educativo ideal, democrático y justo, debería ser capaz de proporcionar a todos los individuos las mismas oportunidades para elegir y alcanzar sus objetivos. Y, además, ese sistema educativo ideal tendría que contar con capacidad coactiva para obligar a los individuos reacios y perezosos, a alcanzar un mínimo nivel de instrucción que les permitiera desempeñar un papel útil en la sociedad, aportando al sistema su cuota personal de contribución a cambio de lo que reciben.

Pero la educación no es únicamente una tarea de modelado con vistas a la productividad laboral o profesional, aunque sea la profesión el eje central sobre el que gira la vida social del individuo.

Además se requiere un acondicionamiento mental que lo haga compatible con la sociedad donde desarrollará su vida, que le permita desempeñar un papel eficaz en cuanto cónyuge, padre, ciudadano, etc. Y en este otro aspecto formativo, la principal fuente de aprendizaje es la familia, aunque también tiene gran importancia la escuela y la sociedad como entorno informacional donde se desarrolla su vida y su aprendizaje conductual.

Y llegados aquí nos queda por contestar la pregunta clave: ¿cómo se consigue todo esto? ¿cómo se puede convertir a un niño en un buen profesional y, al mismo tiempo, en una persona ejemplar?

Consideraremos tres ámbitos en los que tiene lugar el proceso de aprendizaje:

En la familia: La clave está en crear un ambiente familiar que sirva de modelo válido para estructurar la moral básica del individuo y, al mismo tiempo, como interfaz que le permita comprender la sociedad en la que esos valores éticos no se dan, o se dan entremezclados con todo tipo de comportamientos egoístas y oportunistas. El papel de la familia no es otro que el de imbuir los patrones éticos más estrictos y, al mismo tiempo, proporcionarle un sistema de referencias lógicas que le permitan compatibilizarlos con el mundo real en que tendrá que luchar, cuerpo a cuerpo, con todo tipo de estrategias oportunistas. Es una frase tópica: "sé bueno pero no tonto".

En la escuela: En este ámbito habría que enseñarle, en sentido práctico, cómo se compatibiliza los modelos éticos en estado puro, inculcados en la familia, con la compleja realidad social, supervisando el proceso de aprendizaje desde la seguridad de la estructura controlada de la escuela y monitorizada desde cerca por un profesional capacitado para esa difícil tarea.

Además, en la escuela debería enseñársele a pensar y a discriminar lo falso de lo cierto al tiempo que se le proporciona un modelo de la realidad que le permitiera orientarse en ella con seguridad y solvencia.
Este modelo de la realidad debería ser global e ir concretándose y haciéndose más profundo, detallado y sectorial a medida que el educando se fuese acercando al final de su preparación educativa, orientada a la consecución de su elección profesional.

En la sociedad: En este tercer ámbito, habría que prestar especial atención a la televisión, videojuegos, publicaciones etc. que deberían someterse a una censura en cuanto a contenidos para evitar que éstos llegaran indiscriminadamente a los jóvenes. Y no estoy pensando tanto en el sexo, como en los nuevos modelos de "héroes" que exhiben una vida de confort refinado sustentado en actividades que cuando no son claramente delictivas, resultan dudosamente útiles para los intereses generales de la sociedad. Con estos modelos, que al resultar más atractivos y económicamente rentables, acaban imponiéndose en los medios de comunicación, se envía la falsa teoría, amplificada, de que el trabajo y el esfuerzo son sólo el recurso de los fracasados.

El problema está en que la entronización de la libertad absoluta como un objetivo irrenunciable hace inviable revisar a la baja la "libertad" de los medios de comunicación para vender los contenidos más rentables, en términos de audiencia, que son aquellos que nos mandan el mensaje de que la obtención del placer no requiere esfuerzo y que cualquier vía para alcanzarlo es legítima.

Por último, el imparable descredito de la autoridad y de los métodos coercitivos, hace cada vez más difícil educar a unos niños que han asumido la teoría de que sólo debe hacerse aquello que se desea, compartida en buena parte por sus padres, herederos convencidos del Mayo del 68.

Pero como el aprendizaje implica esfuerzo y la renuncia a buena parte de los placeres inmediatos, el fracaso escolar y la barbarie cultural y moral se ha convertido en una marea que no cesa de crecer. Y esta situación se mantiene porque vivimos en una sociedad tan opulenta que se puede permitir el inmenso despilfarro de recursos que esta situación supone a los ciudadanos honrados y trabajadores que forman parte del sistema y que contribuyen a su funcionamiento.

El fracaso escolar

Asistimos a un creciente y progresivo deterioro en los resultados escolares que se traduce en un abandono de los estudios y en una bajada continua del nivel académico.
Con independencia de los efectos negativos que este fracaso tiene sobre la familia y las expectativas personales del propio alumno, cabe esperar que a largo plazo incida drásticamente sobre la eficacia de la sociedad en su conjunto al disminuir la eficiencia de sus componentes.
La paradoja que trataremos de resolver en esta tertulia es la acusada divergencia entre los medios y recursos invertidos en educación y los pobres resultados obtenidos.

¿Qué finalidad tiene la educación?

Toda la sociedad parece estar de acuerdo en que la educación es necesaria. Sin embargo, a la hora de definir cuál es la finalidad de la educación pueden aparecer discrepancias y, sobre todo, cierta indefinición. En esta ocasión, trataremos de contestar a esta crucial cuestión.

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Yack:

Vivimos en una sociedad constituida por millones de individuos egoístas que se ven obligados a colaborar para aprovechar las grandes ventajas de su evolucionado cerebro social. Para cumplir este objetivo, nos vemos obligados a desarrollar e interiorizar un conjunto de complejas reglas de convivencia cuyo aprendizaje requiere un elaborado y extenso sistema educativo.

Por otro lado, la capacidad que posee, casi en exclusiva, la especie humana para acumular conocimientos, exige a sus miembros dedicar buena parte de su vida y de su energía a asimilar una dosis considerable de la información disponible. Sólo así llegará a ser un ciudadano útil y sólo siendo un ciudadano útil, la sociedad le recompensará con un salario, el respeto de sus semejantes y las satisfacciones que se derivan de ello.

Según lo que antecede, la finalidad de la educación no es otra que la de enseñarnos las reglas de convivencia y los conocimientos teóricos y prácticos que nos permitan convertirnos en ciudadanos útiles en la sociedad donde va a discurrir nuestra vida.

Si suponemos que la sociedad es un complejo mecanismo de relojería, el objetivo de la educación no es otro que moldearnos para convertirnos en piezas que desempeñen algún tipo de función útil para que el reloj funcione en todo momento con precisión.

La mentira

La mentira forma parte inseparable de nuestras relaciones con los demás. Independientemente de su calificación moral, en esta tertulia se intentará dilucidar, entre otros, los siguientes aspectos: Cual es su función, está justificada su utilización y, en tal caso, ¿cuándo?, cómo protegerse y cómo reaccionar ante la mentira de los demás, debemos engañar a nuestros hijos y, de ser así, ¿cuando?

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Yack:
La mentira forma parte indisoluble de la naturaleza humana, hasta el punto de que somos la única especie que miente sistemáticamente. Y ese hecho no se debe a que nuestra especie sea peor que las demás, sino a que sólo un cerebro tan complejo y sofisticado como el nuestro es capaz de mentir con la eficacia necesaria para evitar que la mentira no sea descubierta y se vuelva contra su creador.
Tan importante y útil es mentir, que algunos especialistas en sicología del comportamiento sostienen la hipótesis de que algunas personas utilizan la táctica de creerse sus propias mentiras para ser más convincentes cuando las dicen.


En efecto, creerse las propias mentiras reporta varias ventajas:


- Resultan más convincentes porque son muy difíciles de detectar por el engañado. Se sospecha que alguien nos miente porque no vemos correlación entre el mensaje verbal y el mensaje corporal que lo acompaña. Sin embargo si el mentiroso cree sus propias mentiras, es imposible detectar que está mintiendo mediante la observación de sus gestos y movimientos faciales.

- Reducen el estrés emocional que se genera al mantener permanentemente una postura de cara al exterior y una convicción interna diferente.

- Evitan el gasto de energía mental que supone el esfuerzo continuo necesario para mantener varias versiones alternativas y contradictorias en la mente sin que se mezclen al expresarlas en público o a la persona o grupo equivocado.

En apariencia, la estrategia de creerse las propias mentiras, puede ser beneficiosa para alcanzar ciertos fines a corto plazo, pero tiene el grave inconveniente de que ha de renunciarse a un modelo coherente y objetivo de la realidad imprescindible para formular conjeturas y predicciones acertadas. Por ejemplo, podemos autoconvencernos de que poseemos una habilidad excepcional, pero al actuar de acuerdo con esa creencia, nos arriesgaremos innecesariamente a un fracaso estrepitoso.


Respecto a por qué existe la mentira, es fácil de responder. Mediante la mentira podemos sacar ventaja a corto plazo, explotando la confianza de los demás. Un ejemplo típico es el que se produce cuando el padre pregunta al hijo: ¿Has hecho los deberes?

El hijo sabe que si contesta la verdad, no podrá salir con los amigos a divertirse. Por el contrario, si miente, habrá solucionado el problema fácilmente.

En cuanto a la pregunta de sí es rentable la mentira, podemos decir que sí lo es a corto plazo, pero no a largo plazo. En el ejemplo anterior, el joven embustero conseguirá un éxito a corto plazo (salir ese día) pero a largo plazo las cosas no le irán tan bien:

Perderá la confianza de su padre que dejará de creerle aún cuando esté diciendo la verdad.

Si persiste en su actitud, suspenderá el curso o incluso perderá la oportunidad de tener una formación que le permita llevar una vida confortable.

Por lo tanto y resumiendo, sólo se debe mentir en los casos en que se crea honestamente que se está haciendo un bien a los demás, como es el caso de las mentiras piadosas o las relacionadas con la buena educación. Nunca se debe mentir para sacar ventaja a costa de los demás, porque tarde o temprano, habremos de pagar un alto precio por esas ventajas obtenidas de forma tramposa.

La razón de ello es que la sociedad humana está organizada para impedir la proliferación de la mentira del tipo ventajista. Nuestra sociedad funciona mejor si somos honestos y podemos fiarnos los unos de los otros y por eso ha creado mecanismos sociales de castigo para que no les resulte rentable a los mentirosos su táctica ventajista.

En la naturaleza existen muchos ejemplos de estos mecanismos “éticos”. Cuando un mono descubre una fuente de alimento, se ve impelido por una fuerza casi irreprimible a gritar para informar a los demás de su hallazgo y participen en el festín. Algunos monos consiguen reprimir ese grito y se aprovechan en solitario del hallazgo. Sin embargo, si es descubierto in fraganti por los demás miembros del grupo es castigado físicamente por su reprobable conducta.

La razón de ello es que, con independencia de que el silencio beneficie a un determinado mono en un determinado momento, el mecanismo genético de aviso irreprimible es rentable para la comunidad (y a través de ella, al individuo) y para que prevalezca, es necesario la existencia de mecanismos sociales de castigo que lo hagan más rentable también para el individuo.

En el caso del ser humano, el concepto ético de “prestigio”, “seriedad” ,“honestidad”, etc. es un bien muy apreciado que permite al que lo posee hacer todo tipo de transacciones económicas o emocionales con mucha facilidad. Pero para adquirir este valioso prestigio, necesita renunciar sistemáticamente a obtener beneficio con ventaja para que las personas que le conocen, lleguen a la convicción de que es “honesto” y puedan confiar en él.
Bastará con que mienta una sola vez, con intención ventajista, para que el testigo de su ignominia lo difunda rápidamente entre los miembros de su círculo personal y le haga perder así su valioso prestigio conseguido a base de continuas renuncias a las ventaja que habría conseguido mintiendo frecuentemente. En este sentido, el “chismorreo” forma parte del mecanismo social de consolidación de las buenas costumbres.

Respecto a la costumbre que algunos padres practican de mentir a sus hijos, no la creemos recomendable, salvo en casos excepcionales en los que está en juego algo un bien mayor para el propio hijo. El padre no debe mentir habitualmente porque con esa conducta perderá la confianza de sus hijos, que es uno de los pilares en la que se apoya la autoridad moral que necesita para poderlos educar.

Los valores y principios en la educación de los hijos

Durante el desarrollo de la tertulia anterior surgió el tema de los valores que los padres deben transmitir o inculcar a sus hijos para ayudarles a llevar una vida plena, feliz y productiva.
Para dar respuesta a esa cuestión, se ha elegido como tema de esta tertulia la definición de los valores o principios que sean lo suficientemente sólidos y generales como para que sirvan de ayuda a los hijos sin provocarles conflictos e incompatibilidades con los nuevos modelos sociales en continua evolución. También se hablará de las estrategias que deben seguirse para alcanzar este objetivo.

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Yack:
En lugar de elevados principios morales, he preferido en beneficio de la utilidad, elegir algunas recomendaciones que considero útiles para la vida práctica, seguidas de una estrategia para inculcarlas en los hijos.

1 Cuando hables de alguien ausente, hazlo siempre como si estuviese presente. Eso te dignificará a los ojos de los demás.

Dar ejemplo y cuando el hijo incumpla esta norma mostrarle nuestro rechazo y cuando la cumpla nuestra simpatía, pero siempre con la actitud y nunca explícitamente con palabras.

2 Ser honesto en todo momento, con los demás y consigo mismo. La traición a los demás y a los propios principios, siempre se paga a largo y medio plazo. El atajo que se salta la propia ética, nunca es rentable, aunque pueda parecerlo.
Dar ejemplo, premiar la honestidad y castigar la mentira, la traición y el uso de atajos ilegítimos.

3 Utiliza el tiempo libre para aprender cosas positivas, pero recurriendo siempre a fuentes fiables y honestas, validadas por tu padre. El conocimiento es el único caudal que puede llevarse siempre consigo y el más valioso de todos porque sirve para resolver todo tipo de problemas y reencontrar, cada vez que nos perdemos, el camino que conduce hacia la felicidad.
Establecer desde el principio una repartición del tiempo libre, dedicando una parte a la diversión y otra al aprendizaje de habilidades útiles y productivas tales como leer libros escogidos o al menos autorizados, escribir, aprender el uso del ordenador, música, arte, etc.

4 Poner en todo lo que se hace por necesidad o placer el mayor interés posible sin escatimar esfuerzos ni considerar la relación coste/beneficio. Si se invierte suficiente interés, casi cualquier cosa puede convertirse en un reto apasionante, en una fuente de conocimiento y satisfacción y en una ocasión de forjarse un espíritu vigoroso optimista y positivo.
Premiar las actitudes positivas más que los resultados conseguidos en actividades incómodas como estudiar, hacer tareas poco agradables, etc.

5 En la relación personal, si quieres mantener a tu lado a una persona, busca la forma de hacerla feliz cuando esté físicamente a tu lado y cada vez que lo consigas considéralo un éxito personal del que sentirte orgulloso y no un favor que le has hecho y que te tendrá que devolver.
El propio ejemplo en la relación con la pareja, familiares y amigos.

6 En las relaciones humanas, desconfía por principio y en principio de todo y de todos, pero actúa siempre de manera que parezca que confías en la bondad de todo el mundo compatibilizando ambos principios de tal forma que nadie pueda saber cuál de los dos es el que rige tus actos. La razón ética de este comportamiento, aparentemente hipócrita, está en la necesidad de compatibilizar el noble deseo de no ofender a los demás manifestando nuestra desconfianza hacia ellos, sin por ello quedar indefenso ante las personas que voluntaria o involuntariamente pueden hacernos daño con su conducta.
Con el propio ejemplo en las relaciones sociales y la manifestación de enfado o satisfacción no verbal en los casos que se observe un comportamiento inadecuado en el hijo.

El papel de la autoridad en la educación de los hijos

En los últimos 50 años la sociedad se ha cuestionado seriamente el papel de la autoridad en general y muy particularmente en la educación de los hijos. ¿Es necesaria la autoridad? ¿Hasta dónde hay que llevarla? ¿Se puede educar sin autoridad? ¿Cómo conservar e imponer la autoridad?
La tertulia se plantea la búsqueda de respuestas a estas cuestiones y posibles soluciones prácticas para una educación más eficiente y enriquecedora.

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Yack:
El problema que tienen los padres con la educación de sus hijos deriva directamente del cambio que ha experimentado la sociedad en los últimos 50 años. Este cambio, que podríamos llamar "el sindrome del buenismo" presupone que se puede alcanzar cualquier objetivo social sin molestar ni doblegar la voluntad de nadie y que la autoridad, la represión o el castigo son innecesarios y condenables legal y moralmente.


La relación paterno-filial, como casi todas las formas de relación humanas, conlleva un componente importante de lucha jerárquica por el poder.

Educar a un hijo implica torcer y violentar continuamente su natural tendencia a la obtención de placer inmediato y sin esfuerzo, obligándolo a recorrer tortuosos y complicados caminos para que se convierta en un miembro apto para vivir en sociedad. A esto se le llama "educar".

Solo así es posible reprogramar sus circuitos neuronales para reemplazar el comportamiento salvaje y egoísta que trae de fábrica por otro colaborativo en el que tenga cabida el altruismo y la generosidad, aunque sólo sea como un cálculo consciente o inconsciente de beneficio a largo plazo: "Si soy bueno con los demás, los demás lo serán conmigo".

Pero para doblegar continuamente la voluntad del hijo y obligarle a hacer lo que no quiere e impedirle hacer lo que desea, se necesita la autoridad que, básicamente, es un mecanismo con capacidad de impartir órdenes de obligado cumplimiento y de inflingir dolor moral o físico si no es obedecido.

Ante la disyuntiva de hacer algo incomodo (como estudiar) o algo divertido que conlleve un castigo (como irse a un salón recreativo en lugar de asistir a clase), el niño opta por la opción menos mala, es decir, por hacer algo incomodo que no tenga asociado un castigo.

Sin embargo, los niños actuales se dan cuenta, en torno a los 15 años, de que la autoridad del padre se basa en un farol, en una amenaza que no puede cumplirse por dos buenos motivos:

- Porque el padre está condicionado genéticamente para no dañarlo. Todos hemos oido a nuestros padres la frase falsamente amenazadora, pero realmente claudicante: "¡Si no fueras mi hijo...!".

- Porque la sociedad ha cometido el monumental error de quitarle el derecho de recurrir a la coerción necesaria para poder imponer su autoridad. Y no hablo de castigos desproporcionados y abusivos, sino de los razonables.

Cuando el adolescente toma conciencia de que puede actuar con total impunidad y de que está tratando con un adversario jerárquico que carece de capacidad disuasiva real, comienza la demolición sistemática de la autoridad del padre hasta dejarlo reducido a la condición de un mero financiador, necesario pero incomodo, de sus crecientes gastos.

La única estrategia posible, por parte de los padres, pasa por no olvidar en ningún momento que las relaciones padre-hijo son una guerra jerárquica que inexorablemente acabará ganando el hijo y que cada error que cometan se pagará con un retroceso hacia la derrota final.

Para diferir ese doloroso momento, en el que los padres se convertirán en un reos dentro de su propio hogar, y perderán su capacidad para proteger a sus hijos de su inmadurez e inexperiencia, sugiero estas normas:

1 No discutir nunca con los hijos ni mostrar enfado explicito por nada de lo que hagan o dejen de hacer. El enfado explicito es signo de debilidad y es utilizado por el hijo para evaluar los limites de su oponente y planear con mayor exactitud el próximo enfrentamiento. Así pues, ante un acto de nuestros hijos que nos desagrade, hay que mantener una calma absoluta, sin proporcioonar ninguna información sobre nuestro estado de animos. Dejemos que ellos la interpreten, y al hacerlo, pondrán atención en comprendernos y en complacernos, porque sólo conseguirán algo de nosostros sin nos complacen. Y lo contrario de complacer, es enfadar.
Además, el enfadar a un adversario jerárquico, sin riesgo de castigo, proporciona placer y puede convertirse en una buena razón, por sí misma, para incordiarlo y oponerse a sus mandatos y directrices.


2 El padre debe condicionar la concesión de cualquier beneficio extra (ropa a la moda, sueldo, piscina, televisión, ordenador, videojuegos, viajes, etc.) al grado de simpatía que exista en cada momento con el hijo y nunca establecer derechos que el hijo pueda exigir o tomarse por su propia cuenta. La idea es que el niño asocie el placer con el estado de ánimo del padre en relación a él. La norma es: Cuanto mejor sea, tanto más satisfacciones recibirá.

Asímismo, el padre no debe conceder ningún benéfico en respuesta a una reclamación, justa o no, por parte del hijo, sino siempre como un acto espontáneo e impredecible en cuantía y momento que dependa, únicamente, de su deseo caprichoso de condecerselo. Naturalmente esa generosidad, debe ser una respuesta al comportamiento del hijo, pero no conviene que sea un impulso inmediato y automático, sino producto de un estado general de satisfacción.

No hay nadie más temible que aquel que se comporta arbitrariamente, y nada más reconfortante y positivo para las relaciones que el conocimiento de que la única forma de obtener beneficios de una persona, pasa por despertar su generosidad.

3 En ningún caso, el padre debe explicar por qué concede o deniega un deseo al hijo. La razón de ello es que es preferible que sea el hijo el que realice el esfuerzo de descubrimiento y comprensión de las reglas que le permitirán conquistar la simpatía del padre. Al hacerlo él, ese conocimiento le resultará incuestionable (una ley de la naturaleza) y muy valioso en cuanto representa la llave para acceder al placer que puede conseguir a través del padre. ¡Nada de explicaciones sobre la propia conducta!

4 Ponerse de acuerdo con la pareja en los principios para llevar una política de total coherencia y a ser posible dejar en manos de uno de ellos (que puede ser el padre o la madre) la responsabilidad de conceder todos los beneficios, delegando en él la última palabra. De no hacerlo así, el hijo jugará con los dos y, además, recibirá el mensaje de que los derechos y las obligaciones, los premios y los castigos son relativos y diferentes según los gestione el padre o la madre. Estas diferencias sólo pueden evitarse condicionando siempre las deciciones importantes a la autorización del otro conyuge.

El niño tratará de dirigirse, en cada caso, el más tolerante para solicitar favores, evitando a aquel con el que no se ha portado bien. La forma de cortocircuitar esta estrategia es la de hacerle ver que cualquier decisión tiene que ser validada por ambos conyuges.
Ante una petición al conyuge A, éste puede denegarlo sin más o bien decirle: "Por mí vale, pero se lo tienes que decir a tu padre/madre".

En ningún caso, puede haber ningún desacuerdo entre ambos padres, y menos aún sobre cuestiones que conciernen al niño. Es necesario acordar, como norma, poder absoluto de ambos padres para conceder o denegar deseos, aunque siempre supeditados a la validación por parte del otro conyuge.

El niño tiene que entender claramente que los dos padres representan una misma voluntad y que es inutil comprar el favor de uno para evitar al otro.

En las decisiones realmente importantes, los padres deben discutir las disensiones en lugares dónde no pueda oírlos el niño, ni nadie (hermanos, familiares, amigos) que puedan hacerle sabedor del conflicto.

5 Naturalmente es imposible llevar a rajatabla todas estas normas porque el resto de la sociedad las ignora y el hijo se siente en el derecho de no recibir un trato discriminatorio y eso se transforma en rencor en lugar de aceptación. Estas recomendaciones son sólo directrices para diferir la derrota final, que hay que administrar con buen sentido.

La idea es ir cediendo prerrogativas antes de que su mantenimiento se vuelva insostenible, pero cada vez que se ceda un derecho hay que hacerlo de tal forma que parezca un premio a la responsabilidad acreditada por el hijo y nunca una cesión ante una presión insostenible, porque en tal caso el hijo sacará la conclusión que puede conseguir ventajas mediante la presión.

Warrior:
Parto del principio de que lo único que nos separa de los animales es la educación y la cultura y que, por tanto, sin educación el ser humano seguiría siendo un homínido.
Yo creo que, para educar a los hijos, lo primero es partir de unos valores o principios que compartan el padre y la madre. Recalco que en esos valores deben de estar de acuerdo los dos progenitores, pues sería muy negativo para el hijo recibir informaciones contradictorias.
También quiero hacer notar que sin el ejemplo de los padres no vale para nada decir valores que no se cumplen. El niño hace lo que ve, no lo que le dicen. Un ejemplo sería si el padre dice “¡No tires los papeles al suelo!” y el hijo ve como su padre lo hace. Evidentemente ese niño tirará los papeles al suelo.
A continuación voy a mencionar una serie de valores que para mí son imprescindibles para educar a un hijo, y hacer de éste una persona y un ciudadano. El orden en que están puestos no significa que sean unos más importantes que otros:
A)Autoridad. No en el sentido de imponer a alguien su criterio, sino la autoridad que da el conocimiento. Un ejemplo claro sería la autoridad del piloto en un avión, pues hay que obedecerle no por imposición sino porque es el único que conoce el manejo del aparato y de él depende la vida de los pasajeros.
B) Respeto. A los demás, a todo lo viviente y a las cosas.
C) Sentido crítico.
D) Amor a la verdad.
E) Amor al conocimiento.
F) Coherencia.
G) Sentido de responsabilidad.
H) Compromiso.
I) Amor a la naturaleza.
J) Amor a la belleza.
K) Amor a la justicia.

Es evidente que estos valores que quieren transmitir los padres tendrán que estar en consonancia con los de la sociedad. Desgraciadamente no parece que la sociedad vaya por ahí, pero la sociedad no es un ente abstracto sino que está formada por seres humanos, los cuales si llegan a ser bien educados cambiarán la sociedad.