¿Es la civilización occidental la mejor?
El hombre lleva evolucionando culturalmente unos 300.000 años, y en eso tiempo se han alcanzado muchos logros, tanto de tipo técnico, como moral. Pero no todos los pueblos han evolucionado al mismo ritmo, y aún en el siglo xxi perviven pequeñas poblaciones ancladas en el paleolítico junto con las sociedades más avanzadas.
La cultura occidental es la que representa el mayor avance tecnológico al que se ha llegado en este planeta, aunque todavía se duda y se debate, incluso en los países occidentales, si es este modelo cultural el mejor, el más elevado y el que más dignifica al ser humano.
En esta tertulia se tratará de contestar a la pregunta que da pie a esta tertulia y de justificar la respuesta, cualquiera que ésta sea.
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Yack:
El concepto de civilización resulta cada vez más difuso debido al éxito, que en el terreno tecnológico, ha alcanzado unilateralmente la civilización occidental. Este avance técnico se ha traducido en el desarrollo de una casi ilimitada panoplia de artefactos y técnicas tan eficaces, en satisfacer las necesidades humanas, que su éxito resulta incuestionable, si lo medimos por la atracción irresistible que suscita en el resto de las culturas.
Esta incuestionable ventaja tecnológica de Occidente se plasma, por ejemplo, en el hecho de que la civilización árabe, aunque sigue firmemente apegada a un modelo religioso y social de origen medieval, adquiere y utiliza cada vez más productos tecnológicos. Y se da el caso paradigmático de que el atentado contra las torres gemelas, cuyo móvil era estrictamente religioso, se perpetró usando para ello los medios propios de la tecnología occidental porque sin ella, hubiese sido técnicamente imposible llevarlo a cabo. También, y esto debería ser tema de reflexión, fue necesaria para el éxito del atentado, la tolerancia y generosidad casi irracional con que Occidente trata a sus potenciales, y no tan potenciales, enemigos ideológicos.
Con la proliferación y desarrollo de las telecomunicaciones y de los transportes intercontinentales, el conocimiento ha traspasado todas las fronteras y en la medida que la buena nueva de la tecnología occidental llega a otras culturas, se extiende inevitablemente, con la única limitación del poder adquisitivo de sus potenciales consumidores. Hasta las tribus más primitivas que todavía adoran a los árboles y a los espíritus del viento, ya utilizan machetes de acero inoxidable para despedazar las piezas de caza y bolsas de plástico para guardar sus pertenencias.
La incuestionable ventaja tecnológica de la civilización occidental y la riqueza que se deriva de ella, la ha convertido en el destino universal de las emigraciones y en la fuente de la que surgen los objetos de deseo más codiciados (salud, confort, seguridad, etc.).
Al comparar en el siglo xxi las diferentes civilizaciones, tal vez, sea en el terreno religioso donde se hallen las diferencias más importantes y, al mismo tiempo, las menos relevantes. Y esa circunstancia se explica fácilmente porque, al ser la religión un modelo falso de la realidad, desarrollado en épocas pasadas, no puede progresar por evolución, como le ocurre al modelo científico y, por lo tanto, los modelos religiosos quedan emparejados por estar anclados en el pasado sin posibilidad real de avance.
Así, el cristianismo, que es la religión más extendida en la civilización occidental, es equiparable con el resto de las religiones más difundidas. Y si acaso existe alguna diferencia significativa, ésta se encuentra en la moderación de sus manifestaciones más agresivas. Pero esta interpretación benigna no depende tanto de la propia religión, sino de la reinterpretación de que ha sido objeto bajo la presión de los avances sociales. No podemos ni debemos olvidar que el cristianismo, que incluye el antiguo y el nuevo testamento, transitó por épocas en las que una interpretación de su doctrina permitió la quema sistemática de herejes y la guerra santa contra los infieles. Bien es cierto que en la actualidad, sus postulados se han atemperado tanto que se han hecho compatibles con la moral laica, torcidos por la insoportable presión de una sociedad que ha evolucionado a la par que su tecnología.
Pero, al margen de la religión que no establece diferencias sustantivas más allá de las coyunturales, ¿cómo podemos determinar objetivamente si la civilización occidental es la mejor de todas?
A mi entender son dos los aspectos que lo certifican:
El avance tecnológico:
La ciencia y la tecnología nos han permitido construir un modelo del mundo muy preciso que, a su vez, ha permitido interrogar a la propia Naturaleza y a conseguir, por este método, logros que antaño eran inalcanzables e inaccesibles. Los resultados prácticos de este poderoso método de análisis y comprensión de la realidad han sido, entre otros, una triplicación de la duración de la vida, una mejora sustantiva de la salud y un aumento del confort y la seguridad sin parangón con épocas precedentes.
El avance social:
Al socaire del desarrollo económico propiciado por la tecnología, la sociedad occidental ha alcanzado un nivel de confort y de prosperidad económica que ha propiciado el desarrollo de una moral pública basada en el respeto a los derechos del individuo y en la total igualdad ante la ley que ha generado un clima de seguridad y justicia nunca alcanzado.
Este modelo moral y ético debe más a la prosperidad que a la calidad ética de los ciudadanos o al avance en las teorías morales. En la India, por ejemplo, se considera una práctica moralmente admisible romperle la columna vertebral a los recién nacidos para que se arrastren por el suelo el resto de sus vidas y así obtener limosnas que le permitan vivir a él y a su familia. En otros países, el asesinato de los bebés es práctica habitual y consentida en función de la baja posición económica de los padres.
Estos métodos que nos parecen inadmisibles desde el punto de vista moral, sólo pueden entenderse y comprenderse en el ámbito de una sociedad pobre, donde la vida está continuamente amenazada por la penuria y en los que la muerte o el sacrificio de un recién nacido amplía las posibilidades de supervivencia de los adultos.
Por lo tanto, lo que hace superior, en todos los sentidos, a la civilización occidental es su avance tecnológico, origen de su prosperidad económica y base de su generosa moral. La clave de esta civilización está el hecho de haber comprendido la realidad mejor que el resto de las otras civilizaciones, las cuales han orientado su curiosidad hacia la divinidad y al universo mágico que patrocina sus religiones. Occidente supo dejar a un lado el modelo mágico de la religión y avanzó con paso firme por la vía del conocimiento científico que patrocina la ciencia, compatibilizando en una primera etapa ambas interpretaciones de la realidad y, finalmente, dejando la interpretación religiosa a un lado, y apostando en exclusiva por la científica.
Y aunque Occidente no ha abandonado totalmente el modelo religioso, lo ha podado enérgicamente hasta que ha dejado de interferir y bloquear el crecimiento del modelo científico, consciente de que sólo la verdad comprobable pudiera ser su guía y referencia.
En esta batalla entre fe y ciencia, se vivió un momento dramático para la civilización occidental cuando se proclamó la interpretación darwinista de la realidad global. Una interpretación científica que por primera vez planteaba una disyuntiva en la que había que elegir entre Dios y la ciencia. A cambio de elegir la visión patrocinada por la ciencia, en la que ya no quedaba lugar para dios, se accedía a un nuevo modelo universal de la realidad desde el que se tenía acceso a la comprensión profunda de la mecánica de los seres vivos y de la propia naturaleza humana en su doble vertiente física e intelectual.
Occidente optó por la ciencia y al hacerlo así, tuvo acceso a una nueva visión de los problemas insolubles desde la religión, y eso la colocó en la vía del progreso ilimitado hacia la comprensión de la realidad y de los beneficios que este trae.
Así pues, la clave de la superioridad de la civilización occidental está, en último término, en el desarrollo de la ciencia, un método infalible de buscar y validar las hipótesis en cuanto que el juez que decide es la propia naturaleza, a través del experimento objetivo y de la predicción confirmada.
En base a todo esto, cabría afirmar que nuestra civilización sólo seguirá avanzado en la medida que vaya dejado a un lado la religión y confié su futuro a la ciencia y a la técnica que, al menos en teoría, puede concedernos todos nuestros deseos, aquellos que sólo la religión estaba en condiciones de prometernos, aunque sólo fuera en una realidad alternativa a la que sólo se accedía después de la muerte.
Como inconveniente de la renuncia a la religión y a sus falsas aunque reconfortantes promesas, cabe señalar la falta de motivación y la desesperación existencial que el conocimiento de la verdad trae al individuo. El saber que la muerte es inevitable y que no habrá una segunda oportunidad, choca frontalmente con las expectativas de todo de ser vivo y su profunda aspiración de vivir eternamente. Pero ese es el insoslayable precio que hay que pagar a cambio de todas las ventajas que supone nuestra civilización y nuestro progreso. Como esperanza futura, debemos saber que por esta vía también alcanzaremos nuestros propósitos de inmortalidad y hasta nuestro particular paraíso terrenal, aunque antes tendremos que atravesar el inhóspito desierto de la desesperanza que nos separa de la ya próxima Tierra prometida que nos garantiza la ciencia y la tecnología.